Por los páramos solitarios del silencio y la aridez de la nada, los gritos del silencio y sus eternos lamentos, encuentran la mirada vacía y el perverso aislamiento de la Soledad, uno de los mayores males endémicos de esta sociedad superficial en la que vivimos, en la que existe un peligroso caldo de cultivo con los ingredientes necesarios para que los vínculos personales sean cada vez más débiles. No es lo mismo estar aislado que sentirse solo y rodeados por la muchedumbre nos sentimos lastimosamente solos con demasiada asiduidad, pues de las múltiples variantes de esta vieja compañera, con la que hacemos un pacto durante nuestra vejez, rebosan cientos de historias cotidianas.

La soledad es sin duda un buen lugar para visitar, pues elegida voluntariamente podemos disfrutar de ella como una experiencia positiva e introspectiva, los conocidos como “singles” pueden describirnos bien esa libertad que buscan, pero a la larga es un mal sitio para quedarse. Y es un mal sitio para quedarse porque a veces es la soledad la que nos elige para hacernos conscientes en un instante disfrazado de bocanada de aislamiento de la superficialidad del mundo que nos rodea.

Especialmente significativa en este sentido es la soledad ante el error, que todos y cada uno de nosotros hemos experimentado y experimentaremos en alguna ocasión, pues la equivocación suele coincidir con la estampida de todos aquellos que te adulaban en tiempos en los que todo iba como la seda. Podría hablar de la escalofriante soledad de los sin techo, que ven pasar cada día a cientos de personas que persisten en el error de ignorarles como si fueran mobiliario urbano. Quizás sea este el ejemplo más extremo de la soledad ante el error, sobre la que se puede debatir si es una soledad elegida, pero para la que no estoy dispuesto a negar que en un momento de sus vidas un error o una cadena de ellos propició que la soledad les eligiera a ellos.

Y es que para el ser humano, ser social por naturaleza le resulta penoso experimentar esa soledad no elegida, vinculada en la mayoría de los casos al error y a decisiones tomadas en el ámbito profesional, social o familiar de cada individuo. En el caso que nos ocupa, el del ámbito profesional, me gustaría profundizar en el tema deportivo, concretamente en el fútbol donde los errores se pagan asiduamente a precio de altas y profundas soledades.

 Mucho se ha hablado de la soledad de la derrota, que en cierto modo es soledad ante el error, pues en la virtud del ganador otros verán los errores del vencido. No menos silenciosa es la soledad del guardameta, para mí la soledad de Moacir Barbosa, héroe y villano indefectible e históricamente vinculado al error que le condena, quizás más llevadera es la soledad del delantero, que ante el error siempre cuenta con la posibilidad de resarcirse en la siguiente jugada. La soledad del aficionado comienza con el pitido final, cuando el cemento o la grada viste de vacío los cánticos y el hincha deja de ser muchedumbre para regresar a su soledad ante el error cotidiano. Un tanto cruel es la soledad del entrenador, que ante el error experimenta el silencioso olvido de la despedida, pero especialmente apasionante y dolorosa resulta la soledad del colegiado. Posiblemente el ser más solitario de un deporte de masas, profesión con un claro componente amargo que encuentra en la soledad a su mejor aliada y más fiel compañera.

El colegiado por muchos motivos ha crecido solo y ha madurado prematuramente tomando decisiones desde edades bien tempranas sobre un campo de juego. Aquella experiencia vivida y vívida en los páramos solitarios del fútbol amateur constituyeron sus pasillos de seguridad, y como ser solitario se defiende con enorme entereza y dignidad ante la música de fondo del insulto y la incomprensión de los aficionados, futbolistas y medios de comunicación. En ese momento esa soledad elegida de forma vocacional que le permite impartir justicia con ecuanimidad  y emoción, se convierte en una soledad amarga y no elegida, condicionada por el error y en muchos de los casos por la poca deportividad de los jugadores.

La soledad ante el error del colegiado, es posiblemente la más implacable de todas, la que les hizo fuertes para afrontar otros errores y ser mejores colegiados, pero estas más de ochocientas palabras que he dedicado a la soledad van dirigidas hacia este punto, en el que las más dolorosas soledades ante el error ponen de manifiesto historias cotidianas. Historias cotidianas que revelan verdades sobre un colectivo que no destaca especialmente por su unión, sino por el individualismo y la competición, por el miedo al descenso de categoría. Ahijados abandonados por padrinos ante el error y solitarios que jamás tuvieron padrinos y fueron abandonados ante el error. Pues la soledad ante el error más grave de los colegiados no la encontraremos en la presión mediática, ni de los clubes, ni de la afición, sino en el triste abandono de su propio colectivo y Federación.

Historias cotidianas de soledades elegidas y una soledad que ante el error nos eligió…