Como cantaba Carlos Gardel en su tango Volver aunque el olvido que todo destruye, haya matado mi vieja ilusión, guarda escondida una esperanza humilde, que es toda la fortuna de mi corazón. Y volver queremos todos a un viejo recuerdo al que el Fideo Di María con su rabona nos transportó:

La Plata, Estadio Jorge Luis Hirschi, 19 de septiembre de 1948, son la 15:10 de la tarde y arranca el choque entre Estudiantes y Rosario Central, con el equipo albirrojo cuarto en la tabla, y Central navegando por la mitad. Los primeros cuarenta y cinco minutos transcurren envueltos en el trepidante ritmo de la ida y vuelta que tanto incomoda a los defensores de la táctica, aunque fue Estudiantes el que inquietó con más insistencia la integridad numérica del cero a cero en el marcador. En la reanudación Estudiantes saltó a la cancha para avasallar, a los 10 minutos una mano de Mansilla dentro del área propició el penalti transformado por el Payo Pelegrina, que reventó la meta defendida por Botazzi. Intentó reaccionar el Canalla, pero apabullado por el juego local, vio como nuevamente Pelegrina conectaba en el min 32 un zurdazo que se coló por el palo izquierdo, imposible para el portero canalla. Dos a cero y partido terminado, pero no esperaban los 20.000 Pinchas que lo mejor estaba por llegar, que el gol de Ricardo el Beto Infante que estaban a punto de contemplar entraría en los libros de historia:

En el libro "Estudiantes, historias de 100 años", en su relato "El día que se inventó la rabona", el periodista y narrador Gustavo Flores hizo una certera descripción de este futbolista que pintaba cuadros con sus goles: "No eran goles, eran sutilezas. No eran tiros al arco, eran pincelazos. No eran remates, eran caricias. Ricardo Beto Infante hizo de cada gol una obra de arte. Y su máxima expresión fue aquella definición a Rosario Central, allá por 1948".

En cambio para el Beto no fue para tanto, pero lo cierto es que aquella tarde con ese recurso estilístico en el minuto 35 de partido, el aventajado alumno de Estudiantes hizo historia. En las viñetas que el dibujante Casajus publicaba en “El día después” de cada partido, se preguntaba apasionadamente cómo había efectuado semejante diablura, semejante innovación técnica para firmar el gol nunca visto. Por entonces conocida como 'hachita' era un recurso raramente visto y por muchas veces que la crónica haya recurrido a la prosa poética para narrar la jugada, nada como haberla visto y haber estado presente en las gradas del no menos mítico Estadio Jorge Luis Hirschi.

La jugada vino tras un desborde y remate de El Loco Gagliardo por la derecha que impactó en el palo izquierdo. El balón repelido por la madera le llegó a Infante, que situado fuera del área, a unos 35 metros de la portería, resolvió con maestría una jugada que puso patas arriba el estadio. El balón le vino franco para rematar, pero una pequeña mata de hierba le incomodó elevándole la trayectoria, por lo que decidió tirar de la inagotable fuente de recursos que guardaba en el desván de la magia de su maravillosa pierna derecha. Cruzó su pierna derecha sobre la izquierda y le pegó de sobrepique enmarcando de asombro a 20.000 Pinchas que asistieron petrificados a la creación del cuadro del gol de aquella inolvidable tarde en La Plata. El murmullo trepó por los corazones de aquellos aficionados, que intercambiaban reacciones de asombro: “Es un gol de Infante”, decía uno para dar y quitar importancia el repiqueteo de su corazón, la popular del 57 pedía el nombre de Don Ricardo para la calle 1. Era de locos, el Beto la había vuelto a liar.

Pero como dice el Beto no fue para tanto y lo dice porque no imaginaba que aquel balón fuera a parar al ángulo superior izquierdo del arco de la calle 57, al nido donde duermen las arañas, también porque para el genial delantero nada hubiera sido igual sin la intervención de aquella matita de hierba que le elevó la pelota y propició el fuerte y preciso golpeo. Humilde donde los haya siguió responsabilizando a ese pequeño metro cuadrado de hierba, restando importancia a su maravillosa improvisación. El portero Botazzi recorrió media cancha para darle un abrazo y Padrón, el árbitro, le felicitó llegándole a tutear.

El Beto había hecho historia una vez más, su carrera fue una suma de instantes de magia y goles nunca vistos, una semana después la revista El Gráfico hizo una producción en la que aparecía una caricatura de Infante vestido de alumno y el título hizo el principio: "El infante que se hizo la rabona". La nota bautizó para siempre a la jugada “RABONA”, en la avenida 1 entre el 55 y el 57, en la ciudad de La Plata, quedó extendido el lienzo verde sobre el que Beto Infante firmó su obra renacentista, en la que el hombre y el humanismo supusieron el punto de partida para la creatividad, pues como los grandes del renacimiento, Infante rompió con la planicie creativa del medievo que le rodeó.

Beto Infante tuvo el raro privilegio de vestir las camisetas de Estudiantes, y la de Gimnasia por lo que es difícilmente concebible la historia del fútbol platense sin hacer referencia a la figura del Gran Beto y sus matices docentes, aquellos que perfiló en el potrero, levantando mucha tierra, aquella con la que moldeó sueños entorno a un balón. No fue un futbolista corriente, fue el mago de las hachitas y los sombreros, desde que con tan solo 13 años el Moncho Viola le descubrió, siempre tuvo muy claro que el fútbol era una manera de expresión, de transmisión de las emociones. Infante que había sido rechazado por Gimnasia por “gurrumín”, recibió con agrado y recelo la invitación de Moncho Viola de marchar a Estudiantes. "y...hablen con mi viejo. Yo tengo miedo de hablarle. Es tan gimnasista" dijo. Pero Don Antonio dio luz verde a los sueños del Beto, que se consagró como gran goleador desde inferiores.

Nació y murió en La Plata, donde su leyenda se viste de rabona para un creativo docente con un alto grado de obstinación, pues tenía tanta confianza en su pierna buena, que era capaz de cruzar la articulación con la elasticidad de un contorsionista y la elegancia de un bailarín con tal de pegarle a la bola con el tino y la precisión quirúrgica de su pierna derecha. De ahí surge la estética de esta maravillosa acción que desconcierta tanto al defensor, pues confiado en tapar la pierna mala del atacante, este se ve sorprendidos ante un recurso estilístico que vimos ejecutar con maestría suprema a un tal Diego Maradona.

Podríamos decir que entre él y su compañero Pellegrina marcaron el 10 % de los goles de toda la historia de Estudiantes, a lo largo de su carrera el Beto convirtió 217 goles en 439 encuentros de Primera, entre 1942 y 1961, la mayoría de ellos cuadros al óleo, surgidos de la acuarela de su imaginación. El primero en 1943 ante Chacarita, y de entre los cuadros de su museos destacan el que le hizo a River en cancha de Boca, tres veces le pasó la pelota por arriba de las cabezas del Zurdo Rodríguez, Vaghi y el portero Grisetti. Tampoco se quedó atrás el que le convirtió a Atlanta, haciendo jueguitos desde mitad del terreno de juego para firmar la obra con un sombrero al portero. También aquel otro que hizo en el Bernabéu ante España con la camiseta de Argentina, pero ninguno como el de aquella tarde que le situó para siempre en la historia y sobre todo en el recuerdo, porque en esencia el fútbol es la suma de esos instantes que nos hacen volver. Y volver es lo que hizo Di María con su grandiosa acción ante el Copenhague, volver a su tierra natal y decirle al mundo: mirad lo que me enseñó el gran Beto Infante, contemplad lo que aprendió de él Borghi, Rivaldo y Maradona. Disfrutad de esos recuerdos que brotan sobre el césped, la quieta calle donde el eco dijo: "Tuya es su vida, tuyo es su querer", bajo el burlón mirar de las estrellas que con indiferencia hoy me ven volver…

Foto 1: Fútbol Historia y Estadísticas Nº25