Osvaldo Cossio, crónicas de guerra y paz

La historia, la ciencia más sabia en el estudio del comportamiento humano, siempre fue la herramienta de enseñanza más eficaz para las futuras generaciones. Y del archivo histórico y documental emerge una de esas historias negras del fútbol que aconteció en Argentina, pero que pudo haber sucedido en cualquier lugar…

Osvaldo Cossio, crónicas de guerra y paz
Foto: elplacardh.blogspot.com
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Por Mariano Jesús Camacho

Ser árbitro es algo muy serio, hay que ser de una pasta especial para impartir justicia en un deporte como el fútbol, en el que tanto hay en juego, tantas emociones, tantos intereses económicos;  no es pretensión de estas líneas beatificar o mitificar una profesión vocacional que no es la más dura, tampoco la más arriesgada o sacrificada, pero que pasa por ser una de las más impopulares. La historia documental sitúa al colegiado en uno de los pilares fundamentales del desarrollo histórico del juego y el desenlace de los campeonatos, por ello siempre ha sido una figura referencial especialmente sensible como objetivo de sospecha y culpabilidad. Los árbitros, a diferencia de todo ciudadano de pie, jamás gozaron de la presunción de inocencia, por lo que históricamente fueron objeto de la irascibilidad del forofo y una violencia que rodeó al fútbol para la que no encontramos justificación, ni tenemos respuestas. Quizás las respuestas tengamos que buscarlas más allá del fútbol, quizás como dice Eduardo Galeano hay fanáticos que encuentran en el futbol un buen pretexto para el ejercicio del crimen y en las gradas desahogan los rencores acumulados desde la infancia, lo cierto es que la violencia que a veces hace eclosión en los campos de juego deja sin defensa a una gran mayoría que siempre creyó en la nobleza de un deporte que como todo invento humano puede ser usado para la paz o para la guerra.

Los colegiados, como todos los implicados en el mundo del fútbol, han sido objeto de todo tipo de proposiciones para adulterar la competición.  Han existido árbitros corruptos, árbitros de dudosa profesionalidad, pero igualmente que existieron equipos, jugadores, entrenadores, directivos. Es algo conocido que desde que los ingleses inventaron el fútbol, sus reglas, cada país hizo su propia interpretación del juego e incorporó su personalidad histórica, pero igualmente se preocupó de inventar la trampa, la forma de asegurarse la victoria de modo legal o ilegal. Es por ello que el fútbol tiene una cara oculta, un rostro del que todos aquellos que amamos este deporte nos debemos de avergonzar, y sobre el que debe incidir la denuncia social y una crítica periodística implacable. En la citada línea, la historia, la ciencia más sabia en el estudio del comportamiento humano, siempre fue la herramienta de enseñanza más eficaz para las futuras generaciones. Y del archivo histórico y documental emerge una de esas historias negras del fútbol que aconteció en Argentina, pero que pudo haber sucedido en cualquier lugar…

¿Fútbol o barbarie?

Han pasado casi siete décadas, pero el tiempo transcurrido no ha restado un ápice de dramatismo a la situación vivida por el colegiado argentino Osvaldo Cossio en la dirección de un partido entre Newell’s y San Lorenzo.

Domingo 27 de octubre de 1946, San Lorenzo y Newell’s  Old Boys se enfrentaron en Parque Independencia en el choque correspondiente a la fecha nº25 del campeonato argentino. El Ciclón llegó como líder del campeonato con 37 puntos y encarriló cómodamente el partido con goles de Pontoni y Silva, llegando con dos a cero al descanso. Una tranquilidad alterada en la reanudación, cuando Runzer, el grandote delantero leproso, puso la paridad en el marcador con dos tantos.

El partido transcurrió por cauces de normalidad hasta el minuto 89, hasta ese momento nadie había incidido en las maldades que habían hecho circular que el colegiado Cossio, porteño y del barrio de Boedo, era vecino del estadio cuervo e hincha de estos, cuando en realidad era del clásico rival Huracán, club en el que llegó a jugar como portero entre 1926 y 1932. Hasta ese minuto Cossio había sido un colegiado respetado tanto por sus compañeros como por los jugadores. Su desempeño firme, su personalidad y el estilo severo que desplegó desde su debut en Primera  en 1942, le habían prestigiado como uno de los buenos colegiados del fútbol argentino. Más allá de la anécdota de que dirigía los partidos con una gorra para ocultar su calvicie, revelada tras un inoportuno balonazo, Cossio jamás había sido portada de un periódico, pero en un segundo todo cambió. Una decisión errónea del colegiado porteño que le hizo entrar en la crónica negra del fútbol.

Escrita y precipitada cuando el delantero de Newell’s, Ramón Moyano, eludió al arquero Blazina y convirtió el 3 a 2, para los leprosos, la anulación del gol sin que se entendiera el motivo para semejante decisión, cambió el curso de su vida. Cossio se equivocó al anular el gol de Moyano que habría puesto en ventaja a Newell’s un error, magnificado inmediatamente después, cuando San Lorenzo materializó el tercer tanto. Con los futbolistas de Newell’s aun protestando, los azulgranas montaron una contra culminada con un autogol del defensor Nieres, tras un centro de Imbellone que puso el 3 a 2 a favor de San Lorenzo.

En un minuto se produjo la hecatombe, una explosión de violencia estalló convirtiendo el fútbol en pretexto para la guerra. Los hinchas de Newell’s invadieron el terreno de juego y la emprendieron a golpes con los jugadores visitantes, pero su objetivo era dar alcance al colegiado, que inició una vertiginosa huida hacia los vestuarios mientras gran parte de la alambrada cedía, dejando pasar a una turba incendiada con maléficas intenciones para con el juez del choque. Los futbolistas de San Lorenzo apenas pudieron zafarse del gentío, Vanzini, Basso y Pontoni, se llevaron una buena tunda, especialmente Vanzini, al que llegaron a partir una silla en la espalda.

El árbitro logró llegar indemne a vestuarios, pero con ello solo consiguió tiempo para retrasar la golpiza, no en vano observó irrumpir a la indignada y descontrolada turba por varias puertas de acceso. Afortunadamente observó un boquete en el alambrado y ayudado por el defensor sanlorencista Bartolomé Colombo, pudo salir huyendo al Parque Independencia. Corrió como alma que lleva el diablo, como nunca hizo en su vida, el aire apenas le llegaba a los pulmones, el sabor metálico de los gases lacrimógenos se mezclaba con un regusto amargo, sabor a sangre, sustancia biológica de la que estaba sedienta una multitud enloquecida, envilecida en una escalada de violencia difícil de explicar e imposible de justificar. Cossio vio la luz lanzándose a un coche, se subió al capó con la esperanza de que le abrieran las puertas para huir, pero el automóvil se detuvo y cayó al suelo, donde fue rodeado por la turba, que con palos y puntapiés le propinaron una tremenda golpiza que le hizo perder la conciencia por un instante.

¡A colgarlo!

En pleno linchamiento un hincha sacó un cinturón y lo ató a una rama, fue entonces cuando los gritos le hicieron recobrar la conciencia. El terror le paralizaba, mientras un puñado de orates exaltados gritaban ¡A colgarlo! Consiguieron unir varios cinturones y cuando a punto estaban de ejecutar la sentencia, la decidida acción de tres soldados le salvó de la horca. El colegiado fue trasladado al hospital Británico de Rosario, donde el parte médico certificó la salvajada Cossio sufría un fuerte golpe en la cabeza con lesión en el hueso temporal derecho, heridas cortantes en brazos, piernas y rostro, además de una conmoción cerebral.

Tras dos días en observación en el hospital viajó a San Nicolás, donde pudo encontrar los medios para regresar a Buenos Aires. Encontró la paz que le hizo olvidar la guerra del fútbol en Capital Federal, donde le esperaba su familia acompañada por varios compañeros de profesión que le arroparon en trago tan amargo. Al siguiente fin de semana en solidaridad con el compañero los árbitros de Primera decidieron no dirigir ningún encuentro.

Cossio volvió a un campo de fútbol el 18 de mayo de 1947, en La Plata, en un partido en el que Estudiantes venció 3-1 a Vélez, nada volvió a ser igual para aquel colegiado. El fútbol dejó de tener la misma significación para el porteño, en cambio las sanciones fueron ridículas. El estadio de Newell’s fue sancionado con un solo partido, pero lo más insólito fue el hecho de que ante las presiones de los que peleaban por el campeonato, se tuvieron que jugar los setenta segundos de juego que restaban por disputar del partido suspendido tras los graves incidentes.

El 11 de noviembre de ese mismo año Newell’s y San Lorenzo disputaron en el estadio de Ferro el partido más breve de la historia, con dos tiempos de tan solo 35 segundos. Fue cuando menos curioso comprobar, cómo Albalay ponía el balón en juego para que San Lorenzo no llegará casi ni a puerta, antes de que Valentín Rey diera el pitazo final de la primera mitad. Idéntica situación a la vivida por Rafael López de Newell’s, que puso el triste epílogo a una barbarie sucedida en tiempo y forma de guerra futbolística.  

Cuando la negra  noche se cierne sobre el fútbol y tiende su manto de violencia, "El once del Amaniel FC", célebre sainete publicado por Enrique Jardiel Poncela en la revista Aire Libre, cobra encarnada vigencia, es entonces cuando su definición del fútbol como bacilo de la guerra civil encuentra dolorosos apoyos históricos que ponen muy en duda la nobleza de un deporte que ha sido usado tanto para la guerra como para la paz. Cossio no es una anécdota, como tampoco lo fueron la Tragedia del Estadio Nacional del Perú, Heysel, la Puerta 12, Kayseri, Estadio de Puerto Said… aprendamos por tanto de nuestra historia, usemos el fútbol para la paz, para sentirnos orgullosos de unos colores como punto de partida de una sana rivalidad que debe dirimirse con cánticos de apoyo a nuestro equipo con el nexo común del rodar de una pelota que nos hacer reír y llorar, alejémonos de los odios, los insultos, acerquémonos al balón, ese que cuando éramos niños, cuando estábamos a punto de decidir el equipo de nuestros amores nos hacía mirar a las grandes estrellas de este deporte como dioses a los que emular independientemente de los colores que portaban en su camiseta. Recordemos a Mandela y como dice Galeano utilicemos este deporte como instrumento de conciliación entre los seres humanos.

Foto 1: Clarín

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Sobre el autor
Mariano Jesús Camacho
Diez años escribiendo para medios digitales. Documentalista de la desaparecida web Fútbol Factory. Colaboré en la web deportiva italiana Sportvintage. Autor en El Enganche durante casi cuatro años y en el Blog Cartas Esféricas Vavel. Actualmente me puedes leer en el Blog Mariano Jesús Camacho, VAVEL y Olympo Deportivo. Escritor y autor de la novela gráfica ZORN. Escritor y autor del libro Sonetos del Fútbol, el libro Sonetos de Pasión y el libro Paseando por Gades. Simplemente un trovador, un contador de historias y recuerdos que permanecen vivos en el paradójico olvido de la memoria.