Posiblemente en esto del fútbol echar en falta es abrir los ojos de golpe y no ver nada, quizás en una zona tan sensible como la zona media de un equipo de fútbol, donde los arquitectos, los constructores, juegan un papel absolutamente crucial en el desarrollo tanto del juego como de un partido, echemos mucho más de menos desde que Pirlo y Xavi decidieron dar un paso al costado de la escena. Desde entonces se han señalado a numerosos posibles sucesores de su calidad, su talento y su naturalidad, para interpretar tanto el juego como los espacios, ver a sus equipos moverse al ritmo que ellos marcan. Cierto es, que será tremendamente complejo encontrar un jugador como Xavi, como Pirlo, es más, siendo únicos, es misión imposible conseguirlo, como sucedió en su día con Sócrates, Schuster…y tantos otros.

Por el camino encontramos debilidades como Luka Modric, Koke y alguno que otro más (porque Andrés Iniesta e Isco deben ser enjuiciados y catalogados desde un prisma absolutamente diferente, pues su respectiva genialidad pertenece a otro rol), pero no acabamos de identificar al futbolista con más posibilidades de conseguirlo. Es por ello que en estos tiempos se abre un vacío difícil de rellenar, miramos hacia atrás y estamos tan cerca del citado recuerdo, que nos duele de pronto acostumbrarnos a su ausencia. Y por la citada razón al ver regresar a Thiago Alcántara solo podemos exclamar lo siguiente: ¡Qué bueno que volviste!

Foto: ALEXANDER HASSENSTEIN (BONGARTS/GETTY IMAGES)

Puede que Thiago aún le quede recorrido, un periodo lógico de aprendizaje para conseguir el dominio de la escena de estos dos monstruos, esa capacidad para la ubicación espacial, para con un solo pase ordenar a todo su equipo, darle sentido al juego. Acelerar y ralentizar la circulación en el momento adecuado, elegir el momento de jugar corto y profundo, pero a día de hoy Thiago Alcántara es uno de esos futbolistas en los que hay mayores esperanzas depositadas. Se le ha acusado de que se recrea demasiado, de que existen ocasiones en las que elige mal la opción de pase, de que le falta rigor táctico, de que juega de cara a la galería, pero de lo que no cabe ninguna duda, es que cuando el balón pasa por sus botas el juego cobra belleza y sentido.

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Pues Thiago es uno de esos futbolistas por los que vale la pena pagar una entrada, además de tener ADN Barça, posee el añadido de que en sus genes porta lo que más nos atrae del fútbol brasileño. Su padre Mazinho no sabía jugar mal y lo demostró durante muchísimas temporadas. El fútbol de Thiago representa todo aquello que echa en falta el aficionado brasileño, el aficionado mundial. Es más, su forma de interpretarlo es la razón por la que en Kabul unos niños se olvidan de la infamia por unos instantes corriendo detrás de una pelota, la razón por la cual un niño juega en el campo de refugiados de Mogadishu, Somalia, idéntica a la que propicia que los niños iraquíes intenten olvidar por un tiempo la presencia de los tanques jugando en las calles del distrito Baghdad’s Fadhil, el motivo por el que niños palestinos juegan al fútbol junto al muro de separación israelí en la ciudad cisjordana de Abu Dis, en las afueras de Jerusalén. En esencia la misma llamada que sienten los meninos en Río, que juegan al borde de las favelas para intentar escapar de la realidad, emulando a aquellos que les hacen sentir una forma de crear y concebir el fútbol. Y todo porque en esencia Thiago Álcantara, es uno más de ellos, él no tuvo que pasar por las dificultades que pasan ellos, es más tuvo una infancia acomodada y siempre orientada al fútbol, gozando de la posibilidad de formarse a nivel educacional y deportivo, pero al contemplarle jugar, se ve a leguas de distancia que con un balón se sigue sintiendo un niño y que disfruta como tal.

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No en vano para jugar al fútbol solo se necesita una esfera, un espacio de tierra medio firme, mucha ilusión y la inspiración motivada por un estilo. Puede que Thiago nunca llegue a ser Pirlo o Xavi, puede que ninguno de estos chavales jamás lleguen a jugar a nivel profesional, pero por el mero hecho de haberles hecho olvidar por un momento su situación, las injusticias y barbaridades que cometen sus mayores y, que ellos tienen que pagar, habrá merecido la pena. Merecerá absolutamente por tanto siempre la pena que existan jugadores como Thiago Alcántara, uno de esos pocos futbolistas que demuestran que el mundo es una cancha, uno de esos locos bajitos que te invitan a soñar, que en el entramado táctico y físico de un equipo, sigue demostrando que el fútbol sigue siendo básicamente un juego para disfrutar y olvidarse por un momento de la locura de mundo que hemos creado.