Aquel 24 de diciembre de 1914, los insoportables estruendos con los que las armas hostigaban a una humanidad resignada a la que no le quedaban lágrimas, cesaron en el frente abierto entre alemanes e ingleses cerca de la localidad de Ypres, en Bélgica. La Primera Guerra Mundial, originada cinco meses atrás, comenzaba a cubrir con un manto desolador el centro de Europa a la vez que desmoronaba las vidas y aspiraciones de soldados a los que les tocó sufrir el doloroso trance belicista.

Las duras condiciones en las que se desarrollaba el enfrentamiento se vieron acrecentadas a la llegada del invierno. Las lluvias, nevadas y enfermedades de las trincheras hacían mermar las capacidades físicas y psicológicas de soldados afligidos por una nostalgia navideña que escocía más que cualquier herida de bala. Sin embargo, y aunque pueda parecerlo, la vida no castiga dos veces.

En medio del campo de batalla afloró un hilo de esperanza efímera para ambos bandos

Muchos de esos hombres no querían luchar. Se encontraban en ‘tierra de nadie’ por la sentencia de gobernantes sin escrúpulos que, por el fin de encontrar beneficios propios, despreciaron las vidas de compatriotas. A raíz de esa incomprensión, de esa desidia por seguir luchando, en medio del campo de batalla afloró un hilo de esperanza efímera para ambos bandos.

La tarde del día previo a Navidad, los gritos de soldados alemanes que pedían una tregua, concibieron un eco que llegó a las trincheras británicas matando al perturbador silencio que se había apoderado campo de batalla. El alto al fuego reinó esa noche mientras el ejército germano celebraba la pascua entonando villancicos en torno a una hoguera.

Fotografía del 25 de diciembre de 1914 | Imagen: Guerrayhistoria
Fotografía del 25 de diciembre de 1914 | Imagen: Guerrayhistoria

En pleno 25 de diciembre, sobrecogidos por la pasividad de sus enemigos, los altos mandos ingleses le asignaron a Willie Loasby, un combatiente de primera línea, la misión de acercarse sin armas hacia la trinchera alemana para comprobar si esa singular situación se trataba en realidad de una trampa ideada por los estadistas teutones.

Loasby comenzó a caminar, desarmado, sobre un terreno helado en el que la tensión pesaba más que sus botas. La muestra de valor y confianza manifestada por el soldado fue prontamente correspondida por sus antagonistas que, tras desprenderse de esos artefactos de metal con la potestad de decidir entre la vida y la muerte, comenzaron a poblar el campo de batalla, esta vez, con la concordia como intérprete principal.

El británico, mientras sus compañeros llegaban a una ‘tierra de nadie’ que pasó a ser de todos, se fundió en un abrazo con un comandante alemán, con quien, tras compartir una tableta de chocolate y seis cigarrillos, acordó la disputa de un partido de fútbol entre ambos bandos en ese mismo lugar.

Alemania se impuso 3-2 a Inglaterra en el que sería el último partido de la vida de decenas de hombres

El olor del cuero que destilaba un esférico aportado por un soldado inglés se impusó al amargo aroma de la pólvora que reinaba en las trincheras. Apenas corrió el reloj desde que el balón besara el gélido suelo belga hasta que diera inicio esa peculiar disputa. El primer enfrentamiento que, en la guerra, acabó sin el rojo derrame de la sangre.

Alemania se impuso 3-2 a Inglaterra en el que sería el último partido de la vida de decenas de hombres. Al cumplirse la hora de juego, el tiempo pareció volver atrás. Después de la euforia y la ilusión del momento, aquellos soldados se reencontraron con la realidad, la guerra siempre reprime a la esperanza.

Ningún valiente que vivió aquel día mágico puede relatarlo hoy. 101 años después tan solo quedan cartas, el eterno recuerdo histórico y una capacidad ejemplarizante de soñar. En el momento más duro de sus vidas hubo un espíritu más grande que el de la guerra. La pasión por la fraternidad y el fútbol pospuso el silbido de las balas. Ese sueño que se construyó –gracias a un balón- dentro de una pesadilla, actualmente agoniza en  un enfrentamiento con monstruos de diversas índoles.

En tiempos de ilusión, llega la decadencia

Los colores llegan  a cegar ojos en blanco y negro que no alcanzan a ver más allá

La realidad, como acostumbra, se ha vuelto absurda. Ese deporte, ese sentimiento capaz de acallar a fusiles y granadas, es el responsable de crear, de manera involuntaria, ilógicos enfrentamientos. En medio de una sociedad de bienestar, el deporte se ha monetizado hasta convertirse en espectáculo. Los valores, cada vez más, parecen alejarse lentamente pero con constancia, por la anteposición de aspectos económicos o políticos.

El fútbol cerró, de manera temporal, ese frente de combate. Los soldados pudieron decir que el balompié anotó un tanto a la guerra, pero hoy son los enfrentamientos los que golean las porterías de esta disciplina.

El rival más grande con el que se enfrenta semana tras semana el fútbol es el fanatismo extremo, la pasión desmedida. Los colores, como cualquier otro sentimiento arraigado, llegan, en momentos, a cegar ojos en blanco y negro que no alcanzan a ver más allá.

Messi disputa un balón con Modric | Imagen: Dani Mullor (VAVEL)
Messi disputa un balón con Modric | Imagen: Dani Mullor (VAVEL)

Real Madrid y FC Barcelona suponen los dos bandos mayoritarios de la vieja península ibérica. Los 22 soldados que disputan los clásicos mantienen una batalla por la gloria, una guerra que debería acabar en esa 'tierra de nadie' rectangular que levita sobre un verde tapiz de césped. Nada más lejos de la realidad, el enfrentamiento continúa en ruedas de prensa, despachos, vestuarios y aledaños de los estadios.

La falta de valores de los afortunados militantes profesionales de este deporte se suma a la lista de enemigos del fútbol. El respeto debe ser un aspecto fundamental para aquellas personas que tanto deben al balompié. Las declaraciones inoportunas, acusaciones incendiarias y demás causantes de desorden es la munición del arma que, disparada por algunos medios, acribilla cruelmente a esta disciplina.

La esencial separación entre deporte e instituciones

La esfera tapizada de cuero que rueda por cualquier parte del planeta no es más que una representación del mismo mundo. El fútbol es un lenguaje universal, una lengua en la que el emisor es el jugador y, el esférico, un manuscrito infinito repleto de historias interminables. El problema llega cuando voces externas desean asumir el rol de hablantes e, ignorando esas perennes memorias que el balón transmite a cada jugador al vestirse de corto, trata de usurpar esa mágica atmósfera futbolística en pos de lograr otras metas.

Esos 90 minutos que acaban con el silbido del colegiado consiguen abstraer de cualquier preocupación a las personas más inquietas

Intentar aunar el fútbol con índoles varias de la magnitud de la política es una contradicción para el deporte y para sus aficionados. El juego, aunque convertido en espectáculo, no deja de ser otra vía de escape. Tanto para los que lo practican como para los que prefieren disfrutarlo mediante la televisión o asistiendo a los estadios, esos 90 minutos que acaban con el silbido del colegiado consiguen abstraer de cualquier preocupación a las personas más                                                                  inquietas.

Platini y Blatter | Imagen: FIFA
Platini y Blatter | Imagen: FIFA

El papel de las instituciones ha conseguido ser otra de las casus belli que sufre este deporte. En el máximo organismo del fútbol internacional, la FIFA, se vive actualmente uno de los momentos más tensos que se recuerdan a la hora de hablar sobre federaciones deportivas.

La avaricia y el poder no escatiman a la hora de extorsionar a las mentes más débiles. Tanto Michel Platini como Sepp Blatter, verdaderos hombres de fútbol (sobre todo el primero) mordieron la manzana prohibida dañando a una disciplina que supuso todo el reconocimiento internacional que poseían.

Pero el enfrentamiento también está en España. Los máximos dirigentes del deporte rey del país, Ángel María Villar (Presidente de la Real Federación Española de Fútbol) y Javier Tebas (máximo mandatario de la LFP) aprovechan cada momento frente a los medios para lanzarse dardos envenenados, evidenciando un decepcionante sentido de tirantez y desunión.

No obstante, pese a la intención separatista –voluntaria o involuntaria- de distintas figuras potentadas dentro del mundo del balompié, el encanto del deporte sigue presente al alejar la mirada de estas guerras internas.

Lo que ha unido el fútbol, que no lo separe la guerra

Las porterías improvisadas en cualquier calle, la satisfacción de ganarle al equipo de los mayores o de ser el ‘pichichi’ del parque

La unión en el fútbol se representó con el abrazo en el que se fundió el país entero tras el gol de Iniesta en Johannesburgo y en la solidaridad de cualquier aficionado, sin importar sus colores, por el duro revés que la vida asestó a las familias de Jarque, Puerta y Roqué.

La magia del fútbol la representan los recuerdos de infancia. Las porterías improvisadas en cualquier calle con sudaderas o mochilas, la satisfacción de ganarle al equipo de los mayores o de ser el ‘pichichi’ del parque. En estas fechas, además, la verdadera ilusión sale a la luz cuando los niños encuentran el nuevo balón de la Champions o las botas de su jugador favorito en el árbol de Navidad. Porque, para 'ser los mejores' y sentir esa felicidad no hace falta poseer cuentas multimillonarias ni jugar en un estadio ante 80.000 personas.

Y esto, al fin y al cabo, es lo que queda. Siempre que se busque, allí, alejada de disputas inútiles, de intereses externos y tensiones innecesarias; allí, estará siempre la pelota