Rugió el Calderón y rugió Madrid. La lotería de los penaltis se tiñó de rojiblanco y dio el pase a cuartos de final al Atlético de Madrid tras 120 minutos de intensidad en el que el no poder se imponía al querer y querer de sus jugadores. El estruendo inicial cuando los guerreros de Simeone saltaron al terreno de juego solo podía cerrarse con un estruendo aún más ensordecedor que significase el pase a la siguiente fase de la máxima competición europea.

El Calderón ruge primero

Los decibelios subían a cada falta contra los rojiblancos, a cada pérdida de tiempo alemán, a cada toque bávaro. No se incomodaban los de Roger Schmidt, que sabía cómo llegar a los dominios de Moyá combinando y saliendo a la contra. Tampoco lo hacía el Atlético de Madrid, aunque le costase dar con la tecla para controlar el partido y cuyo mayor enemigo era el paso del tiempo.

Estaba claro que en una noche como esta y jugándose los chicos de Simeone un pase a cuartos de final de la Champions League las trabas llegarían pronto. Y no, no fue en forma de gol. Caprichos del destino, cruel con el Atlético, quiso sabe Dios quién que Moyà se lesionase. El guardameta blocó un balón y sintió un tirón en el muslo tras hacer un mal gesto. No se había llegado a la primera media hora de juego y, otra vez como tantas otras le ha ocurrido al Cholo, se vio obligado a sustituir a uno de sus hombres. 

Pero si hay algo que Simeone ha enseñado a su parroquia es creer. Por ello, esos decibelios que retumbaban a orillas del Manzanares subieron aún más para recibir a Jan Oblak. Y si el Calderón creía, con Moyà, con Oblak, con sus once, doce guerreros, ¿quién no iba a hacerlo? Mario Suárez, confiante como se mostró en la rueda de prensa previa, quitó hierro al asunto de la falta de gol y se puso el traje de taladradora. El canterano cazó un rechace en la frontal del área y con zurdazo fue capaz de atravesar el bosque de piernas que Leno tenía delante. Con el 1-0 en el marcador e igualada la eliminatoria el Manzanares seguía rugiendo.

Seguía la intensidad, pero no el fútbol. Las precipitaciones de uno y otro solo eran solventadas por algún pase a la espalda que tambaleaba los cimientos de la defensa rival y por algún recorte digno de noche europea. Las individualidades escaseaban y las áreas se llenaban de jugadores que no sabían cómo deshacerse de la maraña defensiva que se forma en cada jugada de ataque. A todo esto, el Calderón retumbaba.

Más velocidad, cero goles

Le faltaba al partido esa chispa que desencadenase un mejor juego rojiblanco. La encontró Simeone en el descanso, en forma de velocidad. Por eso el Atlético en la segunda parte comenzó a pisar más y mejor el área del Lerverkusen. Por eso aparecieron más Arda, Koke o Griezmann, aunque no con la autoridad suficiente. Y a pesar de que la mejora rojiblanca fue evidente, no olviden que los alemanes a esto, al balompié, saben jugar muy bien -se dice que son ellos los que siempre ganan-. Por eso el Leverkusen sabía salir del asedio rojiblanco para terminar pisando suelo colchonero  e incluso probar a Oblak.

Trabajaba el Atleti arriba y abajo, en materia defensiva y buscando el tan ansiado segundo gol que no le llevase a la prórroga. Arda Turan probó suerte tras empalar el esférico en el balcón del área y minutos después dejó un balón a su espalda para que llegase un compañero que no apareció. Koke probó desde córners y faltas mientras que Griezmann se peleaba con todo el que se pusiese en su camino para terminar con la sequía goleadora que le perseguía.

Se rondaba el gol en el Manzanares, que no callaba, insaciable, animando a sus hombres. Fue entonces cuando el Cholo aportó más velocidad a la ya encontrada en el vestuario. Fernando Torres ocupó el sitio de Mandzukic y comenzaron sus galopadas por banda izquierda y derecha. Pero la imprecisión que estaba caracterizando el ataque rojiblanco contagió a El Niño. Los balones llegaban colgados, pero no encontraban rematador. Los pases rasos se empotraban contra la defensa germana y los 90 minutos llegaron a su fin. 

El cansancio hacía estragos en ambos conjuntos. La prórroga le dio el balón al Atlético, que lograba salir desde atrás y combinar, pero se desesperaba al no poder hacerle el segundo a Leno. Ataque sí, pero sin gol. Llegadas muchas, pero sin premio. Y mientras tanto el conjunto alemán además de esperar salir a la contra, jugaba con el tiempo, más que con el balón, lo que incrementaba la recriminación de la ruidosa grada.

La viva imagen del querer y no poder era Fernando Torres. El madrileño corría a por cada balón como si del último se tratase. Probó suerte de cara al gol, la más clara de cabeza,. Pero no pudo ser, ni él ni ningún otro. El gol que se palpaba en el fortín rojiblanco no llegó y los penatis eran ya un hecho.

La fortuna de los penaltis

La lotería se jugaba en el Manzanares. El lanzamiento de penaltis se inició con un fallo de Raúl García, pero para fortuna del Navarro, su compañero Oblak supo mantenerse y detener el disparo de Calhanoglu. Griezmann, segundo lanzador, no falló y disparo potente para anotar el primero rojbilanco. Rolfes respondió marcando el suyo, un buen disparo alto ante el que nada pudo hacer el portero esloveno. No quiso perder su oportunidad Mario Suárez y anotó también su tiro desde los once metros. Los nervios crecían en el Calderón y la grada pitaba con estruendo el lanzamiento de los contrarios. Debió de poderle la presión a Toprak, que falló el suyo. Koke, aclamado por el estadio, también erró, fallo que aprovechó Castro e igualó la tanda a dos tras ocho lanzamientos. Torres, sin dudarlo, marcó el suyo y dio ánimos a Oblak mientras el Manzanares pitaba el último lanzamiento de Kiessling. El jugador alemán mandó el balón alto, diciendo adiós a los cuartos. 

Estalló el Vicente Calderón, estalló el Atlético de Madrid. Los cuartos eran rojiblancos, con sangre, sudor y lágrimas. Resonó el himno a orillas del Manzanares entre abrazos de jugadores e hinchas, entre abrazos del fútbol español. Esta noche la suerte fue rojiblanca.

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