Caía la lluvía de una manera pesada, plomiza, de esas veces que parece que el tiempo se para y nada interesante ocurre alrededor. Las precipitaciones eran notables tanto en Éibar como en Sevilla, pero esta coincidencia meteorológica distaba mucho de tener alguna relación con la diferencia entre las actitudes de los jugadores de uno y otro equipo. El Real Betis acabó su último partido fuera de casa, donde mejores resultados ha cosechado, reafirmándose en su juego; haciendo gala de una sintomática y precupante carencia de técnica, plan y estrategia.

La tranquilidad del que nada se juega porque a nada aspira hizo que el partido fuera, en muchos de sus tramos, ramplón, aburrido y tan plomizo como la lluvia que filtraba el césped. El Éibar, perfecto conocedor al milímetro de las distancias y los recovecos de su campo, apretó al equipo de Merino en su campo; asfixiándolo entre las paredes imaginarias de su propia área y atenazando las piernas de unos jugadores béticos que se mostraron impasibles ante las transiciones armeras y a los que el peso de la presión local superó en distintas fases del partido.

La superioridad del equipo de Mendilibar en el juego aéreo fue evidente (las dos mejores ocasiones -una acabó en gol- las llevaron a cabo a balón parado), Ramis se erigió en el gran bastión de los vascos en esta faceta. Delante, Keko Gontán dio un recital de técnica y habilidad, zafándose de todo el que salía a su encuentro, trazando diagonales interiores y descargando el juego en Borja Bastón o Capa. El Real Betis volvió a dar buena muestra de que necesita futbolistas que aporten en la salida de balón y en la creación, así como en la organización. Sin centro del campo es imposible subsistir en la primera categoría del fútbol español. Ser sometio por un equipo con un presupuesto inferior es únicamente el síntoma de una enfermedad llamada mala planificación. 

Aunque el equipo tuvo unos buenos minutos desde el 25 de la primera mitad hasta el descanso, todo el mundo conocía el final de la historia. El destino no estaba escrito pero podía anticiparse; todos sabían las deficiencias de un equipo que se ha salvado con más tranquilidad, probablemente, de la que merecía. El Betis no quiso que su último partido como visitante fuera la excepción en una temporada de juego gris en el que el ariete canario le permitió cierto sosiego.  

Adán y Rubén Castro volvieron a sostener a un equipo en ruinas que en 90 minutos sólo dejó, de provecho, una asociación entre el paleño Portillo y Joaquín, que Rubén (había marrado una ocasión tres minutos antes) decidió materializar y no cometer un segundo exceso. Lo demás, fue todo aguantar el vendaval y esperar a que el Éibar tuviera algo de lucidez para poner en el marcador esa "X" que correspondía. Efectivamente, Sergi Enrich en una fantástica maniobra batió al portero de Mejorada del Campo y la hizo efectiva. Después tampoco quisieron apretar en demasía los armeros. El conformismo se respiraba en un ambiente enrarecido en el que los aficionados disfrutaban más con sus transistores que con lo que en el verde acontecía.

Esta misma semana comentaba el presidente que la diferencia entre quedar decimotercero y terminar octavo suponía un montante de unos tres millones de euros en el reparto de derechos televisivos. Un equipo que dice pensar en el futuro desde hace unas semanas, tampoco ha tenido presente esto hoy. Miguel Torrecilla habrá sido testigo del trabajo que tiene por hacer; porque con un barco que sólo tiene popa (Adán) y proa (Rubén Castro) es difícil navegar un año más en las embravecidas aguas de la Primera división española.