Si algo lastró al Celta de la pasada temporada, fue la inexperiencia. La apuesta continuista de Paco Herrera por el bloque que regresó a Primera en verano de 2012 fue una de las claves del sufrimiento de la última Liga, en la que sólo un golpe de suerte mantuvo al equipo entre los grandes. Sólo Javi Varas, Gustavo Cabral y Fabián Orellana venían de jugar en Primera el año anterior, a la vez que otros como Borja Oubiña, Mario Bermejo, Vadim Demidov o Jonathan Vila conocían la Primera de etapas anteriores más o menos distantes y más o menos largas. Los demás, debutaron, se adaptaron (cada uno a su ritmo) y sufrieron ante rivales que la mayoría de las veces fueron superiores a ellos.

La llegada de Luis Enrique al banquillo celeste, etiquetada como apuesta por el “estilo Barça”, supuso la entrada a Balaídos de un hombre con una clara tendencia por la juventud, por el talento de los canteranos, a los que el club celtiña siempre ha considerado un pilar importante de su estructura. La base del equipo actual se formó en A Madroa, y “Lucho” ha reforzado este planteamiento avalado por el ascenso del filial celeste a Segunda B. Sin embargo, lejos de aprovechar la oportunidad de foguear a las jóvenes promesas en una categoría dura y exigente como es la división de bronce, el asturiano ha decidido aprovechar de golpe el valor de alguno de estos jugadores para formar parte activa de la primera plantilla. Y el salto del fútbol de Tercera División o del fútbol juvenil está lastrando brutalmente a algunos de estos nuevos debutantes.

El ejemplo más claro de esta apuesta es el central David Costas. La llegada del técnico gijonés provocó una auténtica revolución en la defensa. Llegó Fontàs, hombre de confianza de Luis Enrique; Andrés Túñez, de largo el central más titular de la pasada temporada, hizo las maletas rumbo a una polémica cesión al fútbol israelí; y la dudosa figura de Cabral, intocable para Herrera y Resino, fue reemplazada por el joven Costas, de 18 años, procedente del equipo juvenil y sin experiencia alguna en Tercera ni Segunda B. El zaguero vigués ha logrado sentar tanto al argentino como a otro de los “nuevos”, Jon Aurtenetxe, un hombre con tres años de experiencia en la élite, al que apenas se le ha podido ver en su andanza celeste. Se podría elogiar la apuesta de Luis Enrique, si esta fuese una sorpresa al más puro estilo Sergio Ramos en el Sevilla, pero lo cierto es que la inexperiencia y la falta de desarrollo, fruto de la temprana edad de Costas, está generando unas preocupaciones defensivas que se suman a las sempiternas carencias de gol.

El partido ante el Atlético de Madrid es un claro ejemplo de que David todavía (y debe recalcarse el “todavía”) no está a la altura. “Picó” en el área al hacerle un claro e innecesario penalti a Filipe Luis. Más tarde, Diego Costa se fabricó un gol, el segundo, donde ni la velocidad ni la fuerza del joven defensa pudieron parar al brasileño. El mismo problema de rapidez hizo imparable a Javi Márquez en el 0-1 del Elche, y el escaso margen de trabajo de automatismos dio el tercer y último gol del Athletic Club en el 3-2 con el que se estrenó el Nuevo San Mamés, con un fuera de juego que rompía el central y que aprovechó Beñat para internarse solo en el área. Son fallos individuales corregibles que están lastrando mucho al equipo en su conjunto.

Es injusto valorar la capacidad o el potencial de un hombre que tan largo camino tiene por delante por lo demostrado en sólo siete partidos en Primera, pero en este poco tiempo, Costas ha demostrado que todavía se tiene que preparar para un futuro grande en el Celta trabajando poco a poco, aprendiendo en un filial que juega en una gran categoría para aprender como es la Segunda B y dejándose la vida en los entrenamientos en favor de conseguir una progresión física que le dé condiciones para compartir el eje de la zaga en un equipo de Primera. Por el propio bien del equipo y del jugador, Luis Enrique debería frenar su tozudez y dejar que las cosas sucedan al ritmo necesario, antes de que sus ideas parezcan una simple frivolidad.