La malicia de los futbolistas a la hora de fingir lances del juego con el objetivo de obtener rédito es algo relativamente común. Sin embargo, del consentimiento nace el hábito. Esta premisa se aplica, indistintamente, en todos los aspectos de la vida humana, y es que eso es a lo que se reduce la raza: a una rutina dolorosamente inapelable. De este concepto parte su consecuencia, y es que todo aquello que no es reprochado es considerado correcto. Sumidos en un pleno y sencillo ejercicio lógico, el razonamiento resulta incontestable. Y, maldita sea, lo es.

El Celta de Vigo aterrizaba en la capital española con el nivel de ensoñación situado a millas de distancia de la superficie terrestre y la moral algo carcomida por la caída en los resultados sufrida en las últimas jornadas. A las derrotas en Vallecas y ante el Eibar en Balaídos se le había sumado el martes la sufrida en Las Palmas en Copa del Rey, con lo que la necesidad de sumar resultaba acuciante tanto en el plano estadístico como en el moral. Mientras, el Real Madrid procuraba únicamente mantener su línea imperial de victorias consecutivas. Un encuentro, a priori, bonito, entre dos estilos futbolísticos contrapuestos.

El encuentro comenzaba tibio, con los dos equipos en su línea, el Real Madrid generando peligro de forma constante y el Celta de Vigo intentando mantener el esférico en su posesión el máximo tiempo posible, de cara a evitar las cargas madridistas y favorecer las oportunidades de gol. Sergio Álvarez intervenía de forma certera para repeler el primer disparo de Cristiano Ronaldo y las llegadas viguesas al área rival iban incrementándose a medida que el tiempo corría en el electrónico, con una tendencia quizá algo favorable para el conjunto visitante. Pese a ello, el equipo de Ancelotti mantenía sus oportunidades de gol, propiciadas en gran medida por las incorporaciones por la derecha de Gareth Bale.

A la fiesta sin invitación

Con la primera hora de partido superada, el marcador continuaba reflejando una igualada que también se leía sobre el cesped. El Celta dominaba la posesión, trasladando el balón de un lado a otro con fluidez, con unos activos Michael Krohn-Dehli y Pablo Hernández en la distribución. Sin embargo, al llegar al pico del área las ideas de los hombres de Berizzo se nublaban, haciendo que el peligro generado se quedase en meras intenciones, mientras sus rivales atizaban con fuerza en cada contraataque, obligando a la línea de cuatro viguesa a emplearse a fondo.

Cristiano Ronaldo suma 23 goles en 13 partidos (Foto: Dani Mullor / VAVEL).

Cuando las cosas comenzaban a calentarse y ambos equipos perfilaban sus armas más efectivas, Undiano Mallenco decidió convertirse en el protagonista del encuentro. Cristiano Ronaldo avanzaba ganando las espaldas a Jonny, pero no llegaba a un balón que caía en manos de Sergio. Sin embargo, tras un pequeño forcejeo en la carrera, el futbolista portugués decidía probar el grado de atención del árbitro desplomándose en el área sin que existiese ningún tipo de contacto. Ante la incredulidad de los futbolistas celestes, el colegiado reaccionaba como un resorte y hacía sonar su silbato de forma inmediata, señalando el punto de penalti mientras Jonny, lateral izquierdo del club vigués, no daba crédito.

Ronaldo convertía la pena máxima con una maliciosa sonrisa en su expresión facial, propia de aquel que es consciente de que ha burlado a un árbitro despreocupado. Los futbolistas dirigidos por Berizzo, atónitos, volvían a sus posiciones y trataban de reconducir el encuentro. Pero las cosas habían cambiado de forma irreversible. El grado de aturdimiento que generó en las cabezas de los jugadores vigueses tan surrealista situación fue, desde el minuto 35 de la primera mitad, un terrorífico compañero de viaje para el resto del encuentro.

Doble bofetada y preocupación

Al arranque de la segunda parte, la situación se mantenía. El Celta movía el esférico sin convicción, con un Real Madrid perfectamente replegado dispuesto a salir a la contra sin piedad y rematar el partido. Nolito se esforzaba en intentar poner el picante al encuentro, pero sus continuas intentonas caían, una tras otra, en saco roto, mientras Orellana se mantenía desaparecido en una banda derecha que apenas tuvo repercusión ofensiva durante el partido, debido a las molestias físicas que arrastraba. Larrivey ponía la voluntad pero carecía de suerte, marcado a la perfección por unos excelentes Pepe y Sergio Ramos, quienes anulaban con vehemencia cualquiera de sus movimientos de cara al gol.

Radoja cuajó un gran encuentro en la medular (Foto: Dani Mullor / VAVEL).

El segundo gol del Real Madrid no tardó en llegar. Cristiano Ronaldo aprovechaba un balón suelto en el área para batir a Sergio y poner tierra de por medio mientras sus rivales continuaban sin reaccionar por completo después del primer gol encajado. Sin embargo, lo peor estaba por llegar. Con apenas 20 minutos por jugarse y el partido prácticamente sentenciado, una desafortunada jugada en un córner dejaba a Gustavo Cabral tendido sobre el césped y con una fuerte expresión de dolor dibujada en su cara. El central argentino del Celta de Vigo se veía obligado a retirarse con ayuda de los servicios médicos y el diagnóstico de su lesión está todavía en espera de definirse. Sergi Gómez sustituía a Cabral y formaba junto a Fontàs en el centro de la zaga, generando una pareja que probablemente se repetirá a lo largo de las próximas jornadas.

Antes del final del encuentro, el Real Madrid todavía tuvo tiempo para hacer un tercer gol, de nuevo de la mano de Cristiano, y reivindicarse como líder de la liga. El portugués era sustituido a apenas cinco minutos del final y la afición aplaudía su polifacética actuación. Mientras, Undiano Mallenco, enfundado en su traje de hombre inocente, miraba a su reloj y señalaba el final del partido, dejando tras de sí a un equipo herido de gravedad y otro en pleno éxtasis. Con Cabral en enfermería y tras presenciar una serie de acontecimientos quijotescos, los hombres de Berizzo se dirigían a los vestuarios como lo haría la víctima dolida de una broma pesada, con aquel proverbio afgano golpeando con insistencia sus cabezas. Y es que después de toda oscuridad hay luz.