Bienvenido, Mr. Fabián

El Celta de Vigo se ha impuesto a la Unión Deportiva Las Palmas en el encuentro de vuelta de los dieciseisavos de la Copa del Rey y logra así su clasificación para los octavos de final de la competición. El pase de los gallegos lo certificó Fabián Orellana en el minuto 93, deteniendo el tiempo en el área pequeña y batiendo por abajo a un dolorido Raúl Lizoain.

Bienvenido, Mr. Fabián
Larrivey abrió la veda de la remontada (Foto: Ricardo Grobas / Faro de Vigo).
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Por Adrián Viéitez

La clasificación para los octavos de Copa estaba en juego y el Celta no pretendía rendirse. No quería hacerlo pese al crudo momento que vive en competición liguera. Y es que, entre balas, no es conveniente desaprovechar cualquier inciso para sonreír. No cabe desperdiciar sonrisas cuando el embravecido océano arrecia, y Eduardo Berizzo lo sabe. Por esto ante el combinado insular el técnico argentino lanzó los dados de forma violenta e introdujo a lo más selecto de su plantel sobre el gélido césped de Balaídos. Rotó en liga para ser más grande en Copa.

El once era estelar, de lo mejor que este Celta de Vigo puede ofrecer a los ojos del aficionado común. Sólo Orellana y Hugo Mallo se quedaban en el banquillo de entre los titulares habituales. Nolito y Larrivey recuperaban el protagonismo en el ataque acompañados del más aventajado alevín, Santi Mina, y proponían una guerra sin escudos que, a buen seguro, tomaría como vencido a algún que otro futbolista de cualquiera de los dos equipos. El equipo canario de Paco Herrera, quien era recibido entre vitoreos a su entrada al estadio, no se amedrentaba, y disponía sobre la lona a sus más fieros gladiadores, encabezados por su lanza más afilada, el argentino Sergio Araujo.

Comienzan los disparos

El Celta pisaba el verde y lo hacía con firmeza. Krohn-Dehli agarraba el mando del partido como un niño egoísta, sin querer soltarlo y enrabietándose en las contadas ocasiones en que se lo birlaban. Nolito se notaba falto de ritmo, algo lento en las transiciones y poco acertado al encarar. La otra cara de la moneda la ponía un brillante Álex López que, enfundado en un revitalizante brazalete de capitán, aportaba el dinamismo y la chispa que siempre se le han requerido al centro del campo vigués. El cóctel era perfecto. Krohn-Dehli pulsaba el play y el ferrolano se encargaba de cambiar el ritmo de la narración. Los grancanarios, por su parte, permanecían agazapados bajo la sombra de su área, esperando su oportunidad para desplegarse con voracidad escudados en su ventaja en la eliminatoria.

La revolución, sin embargo, no tardó en llegar. Exactamente 45 días después de batir a Claudio Bravo en el Camp Nou, Joaquín Larrivey se reencontraba con su inseparable amor perpetuo, el gol. Lo hacía tras aprovechar un balón muerto en el área tras asistencia de Nolito y batía a Raúl Lizoain para poner, provisionalmente, a los vigueses en la siguiente ronda. Las tornas cambiaban pero la retaguardia exigía un compromiso único, puesto que encajar un gol suponía la obligación de anotar dos más para avanzar.

Los minutos pasaban y las cosas permanecían, como lo hace un árbol en verano, cuando sus movimientos cesan, sus hojas viven en plenitud y el viento no juega en contra de su supervivencia. Sin embargo, pronto el otoño llegaría y las hojas, una a una, comenzarían a tambalearse, con el tintineo propio de un bailarín de claqué cuyos movimientos son exhalados desde lo más hondo del alma. El partido se rompería antes o después y ambos equipos eran conscientes. Siempre ocurre. Y este partido no confirmó la regla siendo la excepción, sino participando de ella.

Batalla sin trincheras

El arranque del segundo tiempo asestó un golpe inmediato en la misma cara a un Las Palmas aturdido tras el descanso y sin tiempo de reacción posible. El puñetazo era fiero y llegaba de la mano de Santi Mina, quien aprovechaba un esférico sensacional de un inspirado Nolito y perforaba las mallas amarillas. Y es que el rendimiento del gaditano se incrementaba exponencialmente, ganando a medida que sus rivales se desgastaban, enloqueciendo por completo a un David Simón desquiciado en la banda izquierda del ataque vigués.

Araujo llevó el peligro en sus botas todo el encuentro (Foto: Canarias Ahora).

Ironías de la vida, sería el propio David Simón quien, apenas cinco minutos después, colocaría un balón medido en la cabeza de Nauzet Alemán para que este superase a un Rubén Blanco previamente batido tras una contra ejecutada a la perfección entre el propio Nauzet y el brillante Sergio Araujo. La eliminatoria partía de cero y más de 35 minutos restaban en el electrónico, insuficientes para ambos aunque necesarios en mayor medida. Los cambios se sucedían, el Celta se volcaba sobre el área rival y Araujo avisaba a sus rivales de que su pierna derecha supera a la concepción humana de la letalidad.

Corría el minuto 69 de partido cuando Nolito recibía escorado hacia la izquierda, como de costumbre. También como es habitual, tiraba su diagonal hacia el centro superando a un David Simón que renegaba con la cabeza. En su carrera, se superponía con velocidad a Jesús Valentin y, en un intento de driblar a Aythami, era derribado por el defensor canario. La amarilla era clara y no era la primera para el futbolista de Las Palmas. El equipo de Paco Herrera se quedaba con un futbolista menos y las cosas se ponían de cara para un Celta que se sabía favorito y no podía desperdiciar la papeleta. Berizzo lo recordaba a sus jugadores. Aprovechad las sonrisas.

¡Fabián Orellana!

Con apenas diez minutos para que Teixeira Vitienes señalase el final del tiempo reglamentario y la prórroga entrase en escena, el chileno Fabián Orellana entraba al campo en sustitución de un maltrecho Santi Mina. En sus primeras acciones se mostró algo errático. Nolito seguía llevando el peso ofensivo del equipo y Álex López hacía minutos que no emitía señales de vida inteligente. Anclado en la parte derecha del terceto de ataque, el internacional sudamericano se escondía tras la estela de Christian Fernández, esperando una oportunidad que sabía que llegaría.

Con el tiempo casi cumplido, Raúl Lizoain caía de espaldas y se dolía tendido sobre la hierba. Esta distracción servía para que el tiempo añadido se disparase hasta los cinco minutos, mientras Lizoain no dejaba de hacer gestos de dolor a un banquillo en el que no encontraría relevo. Era el minuto 93. Una jugada de ataque celeste dejaba el balón en los pies de Orellana en el pico derecho del área. Hugo Mallo lo doblaba por fuera. Sin embargo, el chileno decidió sacar su varita. Y detuvo el tiempo. Con el césped inmóvil y las miradas de sus rivales fijas, se perfiló hacia su pierna izquierda, colocó con precisión el interior de su bota en un ángulo perfecto para el disparo y ejecutó un movimiento acompasado, al tiempo que devolvía la consciencia a los presentes. Raúl Lizoain no alcanzaba el esférico y éste se introducía con delicadeza en su portería para devolver al Celta la ilusión. Para devolverle la victoria, el gol y una presencia en octavos de final de Copa del Rey. Para devolverle la magia.

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Sobre el autor
Adrián Viéitez
Periodista vigués. Colaboré con la edición española de VAVEL.com entre abril de 2013 y enero de 2016, cubriendo la información del Celta de Vigo. Además, colaboré asiduamente con as secciones de Tenis, Premier League y Cine.