Manolo era un tipo de origen muy humilde. Hijo de madre soltera, el barrio de Triana fue su hogar durante una infancia marcada por la posguerra. La escasez de dinero y el hambre sacudían con dureza a su familia y a otras muchas en una Sevilla que intentaba sacar la cabeza entre la miseria que dejó tras de sí la Guerra Civil.

Desde pequeño se vio obligado a trabajar para poder llevar a su madre algo de dinero que ayudase a su familia a sobrevivir. Su instinto de supervivencia le llevó a desenvolverse en labores tan variopintas como arrastrar cajas de pescado, vender viseras, reciclar colillas para transformarlas en nuevos cigarrillos o trabajar en una pastelería. En aquella época la mayor parte de los niños escogían entre dos alternativas: madurar a la fuerza o morirse de hambre. Y Manolo maduró a base de bien pero con una idea muy clara en la cabeza: convertirse en futbolista.

Crecimiento en Extremadura

En el Badajoz (Foto: yojugueenelcelta.com)

Sus inicios en el balompié también fueron humildes, con la calle como protagonista. Dar patadas a un balón de trapo en las plazas y descampados de Triana durante su infancia le sirvió para orientar su vocación. Desde entonces el fútbol fue su vida, iniciándose ya en los infantiles del CD Rocío hasta acabar en el Triana, por entonces filial del Real Betis. Con 17 años Manolo no vio claro su futuro allí y decidió emigrar a Mérida, logrando el ascenso a Tercera con la SD Emeritense. Allí su técnico Pedro Cuadra le enseñó a trabajar aspectos como la técnica y el golpeo de balón. Corría el año 1960 y su sueldo de 2.000 pesetas al mes se vio acompañado de una maduración física y futbolística notable, volviendo a Sevilla al finalizar su período de cesión convertido en un auténtico adulto, apenas unos meses después de marcharse.

En la actualidad Manolo Jiménez vive en Vigo

En el Betis no consiguió triunfar pero a la vuelta del Servicio Militar fue cedido al Constancia de Inca, equipo de la Segunda División. Allí lograría cumplir uno de sus más grandes sueños, reunir el dinero suficiente para comprar un piso a su madre. El Betis lo cedió nuevamente al Xerez y, por fin, en 1966 se marchó al Badajoz junto con otros dos compañeros como moneda de cambio por el fichaje de José Manuel Pachón por el Betis. En la temporada 1966-67 anotaría 38 goles en el equipo pacense, cifra que nadie más logró alcanzar aquel año en categoría nacional.

De Barcelona a Vigo

No triunfó en el Barcelona (Foto: Seguí | FC Barcelona)

Aquella fue la lente de aumento que permitió que uno de los grandes se fijase en Manolo Jiménez. El FC Barcelona fichaba al extremo andaluz por cuatro millones de pesetas en 1967; sin embargo las cosas no le fueron bien en la Ciudad Condal. El club culé coleccionaba grandes futbolistas de la época como Charly Rexach o Joaquim Rifé, que no le permitían disfrutar de minutos. De hecho solamente jugó un partido oficial aquel año, en la Copa de Ferias contra el Zurich. Fue aquel un choque en el que los rivales le cosieron a patadas y le anularon por completo. Su técnico, Salvador Artigas, no le volvió a dar una oportunidad.

Peleando con Quique Costas (Foto: fameceleste.blogspot.com)

Urgía buscar una salida y entonces apareció el Celta, que afrontaba una larga travesía por el desierto de la División de Plata. Se acordó una cesión en la temporada 1968-69 y Manolo se fue a Vigo, donde recuperó la ilusión y las sensaciones. Sus principales virtudes eran las propias de un extremo, con la verticalidad y la velocidad como características. A mayores poseía olfato de gol, manejando ambas piernas a la hora de rematar. Técnicamente también sobresalía, con lo que sus condiciones parecían las idóneas para reforzar el ataque céltico. Diez goles en 19 partidos durante aquella temporada sirvieron para que los celestes ascendiesen y para que la relación contractual del extremo hispalense con el Celta se acabase por extender durante un total de ocho campañas. Apenas dos años después de celebrar el ascenso, el equipo entonces dirigido por Juan Arza lograba la clasificación para la Copa de la UEFA. Manolo Jiménez formó parte del primer once europeo de los celestes, que cayó frente al Aberdeen en Balaídos. El equipo no superaría aquella eliminatoria pero la experiencia resultó inolvidable para muchos de sus integrantes, entre ellos el atacante hispalense.

Dos puntos para salir del pozo

Alineación frente al Córdoba (05/12/71)

Fue justamente en aquella temporada en la que coincidirían en Primera el Celta y el Córdoba. El 5 de diciembre los verdiblancos visitaban Balaídos, con un Celta muy tocado tras un desastroso inicio de temporada. A la temprana eliminación europea había que sumar una serie de derrotas que habían llevado al equipo a ocupar el puesto de colista tras 11 jornadas. No le iban mucho mejor las cosas al equipo andaluz, antepenúltimo tras lograr una victoria sobre el Betis que le permitió escalar dos puestos en la tabla.

Las declaraciones del gran Vavá –técnico del Córdoba– previas al partido, anunciaban un ataque sin cuartel en Balaídos por parte de los futbolistas que vestían de blanco y verde. Nada más lejos de la realidad. Las crónicas de la época hablan de un Córdoba ultradefensivo y reservón, circunstancia que no aprovechó el Celta para cuajar un buen encuentro. Durante la primera mitad los de Vigo intentaron sin éxito encontrar los huecos en la tupida red que tejió Vavá. El fútbol lento y parsimonioso provocó los bostezos del graderío, ante la impotencia del Celta y el absoluto conformismo del Córdoba, que ni siquiera hacía ademán de contragolpear.

La segunda mitad comenzó con la misma tónica, con un ejército de hombres custodiando la portería que defendía el guardameta Campos y un Celta incapaz de recolectar los frutos de su insistente dominio. El desequilibrio tuvo que llegar a través de una jugada de fortuna, tras un disparo de Canario que rebotó en un zaguero y se alojó en las redes blanquiverdes. Quedaba casi media hora de juego y los andaluces decidieron salir de la cueva. Con espacios el panorama se aclaraba para el Celta, especialmente para su extremo izquierdo. Manolo Jiménez iba a dar la puntilla al encuentro con un magnífico gol, tras combinación con el pulmón de los 70. El extremo de Triana recibió de Castro, esperó la salida del guardameta y cruzó el balón para colocar el 2-0 que resultaría definitivo. No fue un gran día para Manolo Jiménez, bien sujetado por la zaga andaluza, pero su gol permitía al Celta salir del pozo. Una victoria justa aunque con regusto agridulce para la grada, descontenta con el fútbol del equipo.

El barrio de Triana fue su hogar durante una infancia marcada por la posguerra

Pese a todo, los puntos acabaron por tranquilizar a los de celeste, que irían escalando puestos lentamente hasta terminar la temporada en zona tranquila. El Córdoba, por su parte, no corrió la misma suerte y acabó abandonando una Primera División a la que no iba a volver hasta el pasado verano.

Vigués de adopción

Manolo Jiménez continuó dando tardes de gloria al celtismo hasta que en 1976, con el equipo de nuevo en Segunda, fichó por el Girona. Con apenas 17 minutos disputados con la camiseta de su nuevo equipo, un extraño giro provocó la rotura de uno de sus tendones de Aquiles. La intervención quirúrgica finalizó con éxito pero el futbolista de Triana decidió colgar las botas, poniendo punto final a su carrera a los 34 años de edad. En la actualidad Manolo Jiménez vive en Vigo, habiendo recibido la insignia de oro del Real Club Celta.

Manolo Jiménez, a la derecha, junto con Lezcano, Manolo y Villar (Foto: Faro de Vigo)

No cabe duda de que el Celta de los años 70 va inevitablemente vinculado a su nombre. Junto con el ferrolano Juan Fernández fue el máximo goleador céltico de la década aunque sus carreras por la banda se recuerdan tanto como sus goles. El club vigués le ofreció la oportunidad que le negaron Betis y Barcelona y que le sirvió para consolidar su carrera. Una oportunidad a la que él respondió con compromiso y con rendimiento. Por eso será recordado Manolo Jiménez Rodríguez, el futbolista que se hizo a sí mismo durante la tortuosa posguerra.