Muchos ya no lo recordaban, pero hubo un tiempo —no tan lejano—, antes de los problemas con el gol, antes de la crisis de resultados, antes de la ansiedad y los nervios, en el que el Celta practicaba un fútbol a la altura de los más grandes. Un juego que le llevó a sumar 19 puntos en las diez primeras jornadas, empatando en campos como el Vicente Calderón o San Mamés y ganando en el Camp Nou.
La receta de aquel prometedor arranque liguero se basó en una intensidad muy alta, una circulación de balón veloz y una gran capacidad de aceleración en los metros finales. Pero, sobre todo, se basó en una presión tras pérdida de la que nacía todo. Los celestes eran como una manada de lobos acechando a su presa. No se cansaban hasta recuperarla, y cuanto más cerca de la portería rival, mejor.
De la presión tras pérdida nació todo
Esa arriesgada propuesta también tuvo su contrapunto. Contra Córdoba y Real Sociedad, los celestes bajaron el pistón en la segunda parte y empataron dos partidos que tenían ganados. Otro factor de riesgo era lo desguarnecido que se quedaba el equipo cuando el rival superaba la primera línea de presión, como ocurrió contra el Villarreal en Balaídos. No obstante, el fútbol del Celta era muy atractivo y, en líneas generales, también efectivo.
Pero llegaron las vacas flacas. La pelota se negó a entrar, los errores defensivos se pagaron con goles en contra, el físico empezó a bajar y la ansiedad hizo acto de presencia para atenazar a los jugadores de Berizzo. Así durante tres meses. Diez jornadas que solo trajeron dos puntos y un gol. La victoria contra el Córdoba de hace dos semanas y el punto conseguido en el tramo final del choque contra la Real Sociedad, fueron el click que el Celta necesitaba. El interruptor de la luz. Los de Berizzo recuperaron la confianza, dejaron atrás las dudas, y volvieron a ser los del inicio de temporada contra el Atlético de Madrid.
De vuelta al principio
La movilidad sin balón aportó soluciones al pasador
Durante el primer tiempo del choque contra el campeón de Liga, los celestes recuperaron la pelota en campo rival una y otra vez. Los tres de arriba se vaciaron en la presión, perfectamente secundados por una línea media que abarcó una gran cantidad de campo y una defensa bien plantada, que achicó el espacio para mantener junto al equipo, aun con el riesgo de perder la espalda ante la velocidad de Griezmann y Torres. En fase ofensiva, el Celta se benefició de la apuesta de Simeone por el tridente. Como le ocurrió al Madrid, precisamente contra los colchoneros la semana pasada, el Atleti perdió presencia en el medio, se quedó muy largo. Eso lo aprovecharon los centrocampistas celestes —especialmente un brillante Krohn-Dehli— para darle mucha velocidad a la circulación.
La movilidad sin balón fue la otra clave. Siempre había jugadores desmarcados para darle una alternativa de pase al poseedor del balón. En ese sentido, el despliegue de Orellana fue impresionante, El chileno apareció por todas partes, y siempre fue una solución para el compañero. La sociedad con Nolito volvió a ser la de principios de temporada y entre ambos desquiciaron a la defensa atlética, que pasa por ser la mejor del mundo.
El nivel de intensidad del Celta subió. Tanto, que fue capaz de igualar e incluso superar la del Atlético. Aunque sin perder el estilo. El equipo vigués superó el 70% de posesión de pelota y solo cometió tres faltas en todo el partido. La primera de ellas en el minuto 73. Un dato demoledor que refleja el brillante desempeño defensivo de los de Berizzo, que recuperaron el balón una y otra vez de manera legal. Pero el fútbol no tiene memoria, y más cuando hay un derbi a la vuelta de la esquina. Habrá que ver si los célticos prolongan esta buena racha que parecen haber iniciado, con el eterno rival como siguiente estación en el camino.