Perder venciendo

El Barcelona salió perdedor en el clásico y lo hizo sumando los tres puntos. No todo vale y la identidad y la historia del club, sobre todo la más gloriosa, debería prevalecer por encima de cualquier resultado o título. El Barça se traicionó a sí mismo y no es la primera vez que sucede en los últimos tiempos. Lo peor para los culés, que no será la última.

Perder venciendo
vavel
Por VAVEL

El Barça se llevó el clásico tras superar al Real Madrid por 2-1 gracias a los goles de Mathieu y Suárez, que neutralizaron el que fuese, en aquel momento, el empate de Cristiano Ronaldo. Una parte para cada uno, en un choque que tuvo que quedar sentenciado al descanso para los intereses blancos pero que pudo terminar en goleada escandalosa en favor de los culés.

El 90% de los aficionados al fútbol, independientemente de los colores con los que se identifiquen estarán de acuerdo con lo expuesto anteriormente. Sin embargo, el fútbol es algo más que el resultado final o el frío análisis sin entrar en detalles que solo se centran en estadísticas y visiones que, muchas veces, se alejan de la realidad.

La historia que representan

Cada equipo representa algo, más allá de su escudo, de sus jugadores o aficionados. El Real Madrid no solo representa las diez Copas de Europa ni sus millones de seguidores, lo mismo que al Atlético de Madrid no solo lo representan Simeone, Torres o el desaparecido Luis Aragonés.

El caso del Barça, por supuesto, no es diferente. Ni sus cuatro Champions, ni el ser el 'Rey de Copas'. Ni siquiera Cruyff, Guardiola o Messi. Tampoco Xavi y sus más de 750 lecciones dadas en su carrera. Ellos "solo" son exponentes de lo que ha representado siempre, en especial en los últimos 30 años, el Barcelona. El gusto por un fútbol peculiar, propio.

Desde que Johan Cruyff se hiciese cargo del banquillo culé a finales de los '80 el conjunto culé se acogió a una idea fija de modelo de juego que se basaba, principalmente, en el juego de posición y asociativo. A base de formar triángulos y mover con rapidez y paciencia el cuero, el holandés logró formar uno de los equipos más legendarios de la historia, el 'Dream Team'. A partir de ahí, pese a la negra continuación que se le dio a su obra, la idea se mantuvo como base para trabajar. Rijkaard, en 2003 la recogió y Guardiola, en 2008, la perfeccionó.

El equipo que dirigió Pep hasta 2012 fue, posiblemente, la mejor obra jamás realizada y, tristemente para los aficionados al fútbol, los que le siguieron en el cargo la fueron destruyendo en lugar de alimentarla. Primero fue el añorado Tito, que no fue fiel a lo que sí que defendió cuando era el segundo de abordo. Después llegó Martino, aunque ni estaba ni se le esperaba y por último, Luis Enrique.

Infieles

"Lucho" comenzó hablando de un fútbol basado en el balón, ofensivo y atractivo. Si bien le faltó el explicar o comentar el a quién le iba a gustar o a parecer ofensivo y atractivo. Al más romántico de los 'guardiolistas', desde luego, no. Al equipo de Luis Enrique le sobra el cuero, no lo quiere, le molesta. Lo mismo que el centro del campo. Donde vivió el Barcelona durante los años más gloriosos ahora es por donde muere. Luis quiere que el cuero pase del centro del campo, no que resida en él. Prefiere que el esférico lo tengan los tres de arriba, el menos tiempo posible, a que lo vayan moviendo en busca de soluciones a través de él.

El Barcelona de Luis Enrique no ataca, golpea, no presiona, corre. El balón en largo no es un recurso, sino que es una consigna clara. A la mínima, balonazo arriba para que la dispute Suárez y, si sale bien, que le caiga el balón a Neymar o Messi para que se junten e invente. Quizás pueda parecer algo malo pero no lo es. Jugársela con el argentino es hacerlo con el, probablemente, mejor jugador de la historia y si lo hace con Neymar sería jugársela con el firme heredero del ídolo brasileño Pelé. Sin embargo, pese a no ser malo, suena a poco, a muy poco.

En el clásico se vio la más clara muestra de que a Luis Enrique ni le gusta ni le interesa ese estilo de fútbol, de juego. El estilo de asociación de tranquilidad no le representa. Ni lo hizo como jugador ni lo hace ahora como entrenador. A él le gusta que sus jugadores corran sin balón y que el balón corra sin ellos. Presión, robo y definición. Nada de atacar, sino de golpear. Sin estar, mejor llegando.

Una infame primera mitad en la que el Barça ni estaba pero sí que se le esperaba y en la que fue humillado por un Real Madrid que bailaba al son de Modric como en antaño lo hacían los culés al de Xavi. Sin embargo, nunca deben subestimar a un equipo en el que juegue Leo Messi. Si bien fue Gerard Piqué quien aguantó al conjunto culé en los primeros 45', fue el argentino quien provocó, más con su presencia y decisiones que con sus acciones, la reacción y posterior victoria culé.

Nadie sabe qué habría pasado si Leo no hubiese abandonado la banda donde se pasó deambulando el primer acto pero muchos lo imaginan. Si Messi no hubiese cogido las riendas de su equipo y no se hubiese incrustado en la zona ancha, el Barcelona no habría sido nunca superior a un Madrid que quiso explotar al Barça con sus armas pero que, ironías de la vida, probó de su propia medicina.

Así pues el Barcelona venció pero perdió. Sumó tres puntos pero se dejó por el camino sus señas de identidad. Este equipo vencerá, quizás hasta levante uno, dos o incluso los tres títulos a final de temporada pero no será referencia en el tiempo. Por muchos títulos que puedan levantar, no será a través del juego por lo que se le reconozca el mérito. Luis Enrique ganó el clásico pero perdió credibilidad. El Barcelona, cuesta abajo y sin rumbo, derrotó al Real Madrid pero también se derrotó a sí mismo.