Verse reflejado en lo que tus jugadores muestran cada vez que saltan al verde. No hay mayor premio para un entrenador. Que tu equipo sea el reflejo de tu alma, el espejo más nítido, la realidad más representativa de tu concepción del fútbol. No es fácil ser entrenador. Cuando ganas, los focos se centran en los jugadores. Cuando pierdes, hay pocas dudas de quien es el máximo responsable. Es una presión que hay que saber llevar, que conlleva un puesto de trabajo en el que no es nada fácil triunfar. Sentarse en un banquillo implica mucho más que ponerse un traje y levantarse en el área técnica. Es trabajar duro durante la semana en función de tu rival, es conocer y saber manejar un vestuario, es cambiar un partido con tus decisiones, es hacer que tus jugadores sepan lo que hacen cuando saltan al verde.

En Getafe han sido siempre muy de entrenadores. De elevar a los altares con la facilidad de quien, en el caso contrario, cubre bajo tierra la labor de cualquier preparador. El año pasado el club azulón vivió más que nunca esto. Uno, Luis García Plaza, tras dos grandes años y un comienzo de campeonato prometedor, acabó saliendo por la puerta de atrás. El otro, Cosmin Contra, con pasado en la entidad y en el corazón de todos los aficionados, como si de Julio César dirigiéndose al Senado romano se tratase, llegó, vio y venció.

Luis García, fin a dos años y medio de vaivenes

Tras dos años comandando la nave azulona, la historia del preparador madrileño en el sur de Madrid, idílica por momentos, tortuosa en la mayoría de ocasiones, toco a su fin. Incomprendido como pocos, estable y temperamental cuando la situación lo requería, Luis García Plaza ha sido estabilidad para el Getafe. Quizá, su mayor lunar ha sido su antecesor. Michel consiguió la mejor clasificación histórica del club y clasificó al equipo para Europa con un gran fútbol. Si bien es cierto, los mimbres no eran los mismos, pero en el Coliseum ya se habían acostumbrado a caviar. Y no es fácil degustar otros sabores una vez pruebas el caviar.

Aún con todo, más o menos querido por la afición, con un fútbol más o menos vistoso, los resultados están ahí. El preparador madrileño cumplió con creces su objetivo los dos primeros cursos. El Getafe en ningún momento vio de cerca el abismo del descenso. A partir de ahí pudo soñar, y su licencia para hacerlo con Europa duro hasta la última fecha de ambas temporadas. El nefasto tramo final de campaña, impidió pasear de nuevo el azul impoluto por los campos del viejo continente.

Su tercer año fue complicado. A pesar de su gran inicio de campaña, estuvo varias semanas rozando los puestos que daban acceso a la Liga de Campeones, los resultados y, lo más importante, las sensaciones, dejaron de acompañar y el presidente, tras quince encuentros sin conocer la victoria, decidió sustituir a Luis García. En su haber, la competitividad de su equipo siempre ante cualquier rival y la identidad, gustase más o menos, que le dio a su plantilla. En el debe, su falta de conexión con la afición y la mala gestión de un vestuario al que no supo motivar cuando más cerca estuvo de la gloria.

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Cosmin Contra, el retorno del hijo predilecto

Con la paciencia rebosando el límite de cada aficionado azulón, y con el Getafe al borde de los puestos de descenso, llegó uno de los hombres más queridos de la casa. Con un vuelo directo desde Rumanía, Cosmin Contra aterrizó con una única premisa: salvar un equipo que, por sensaciones y, lógicamente por resultados, estaba muy cerca de un abismo que hubiera supuesto mucho más que un descenso para la entidad.

Pero se hizo la luz. El cielo se abrió y los rayos implacables de sol magnificaron una realidad que empezaba a modificarse. El primer ejemplo, las gradas del Coliseum frente al Granada. El segundo, la actitud del equipo, estilo al margen, sobre el verde. La afición recibió lo que reclamaba. Y abajo, paseando nervioso por el área técnica, jersey oscuro con corbata, un hombre tozudo que tenía claro a lo que vino. Un objetivo, un hombre, una plantilla y una afición que en los momentos claves dio la cara pintando más de azul que nunca la senda que llevaba a la salvación.

Entonces el equipo se disfrazó de Contra. Pinturas de guerra, lodo en el cuerpo y armadura predispuesta. No era momento de experimentos. El entrenador preparó a sus jugadores a conciencia, los exprimió y, con una recta final de campeonato más que notable, el equipo logró salvarse. Abajo, los jugadores festejaban junto a los aficionados desplazados a Vallecas la consecución de su particular título. En el vestuario, con la tranquilidad y el orgullo de quien ha cumplido su trabajo, Cosmin ya planificaba la siguiente campaña.

Y el siguiente año llegó. Y deambula por una especie de punto muerto que parece que va a dejar de comandar el técnico rumano. Contra ha cumplido su objetivo. Ha dado una identidad al equipo y ha vuelto a ilusionar a una afición que dejó de creer durante muchos compases del curso pasado. Ahora, con todo el trabajo hecho, parece que de nuevo todo cambiará. Cosmin parece que se irá, pero lo hará con la cabeza bien alta. Con el equipo en la élite nacional y con una afición que se refleja totalmente con sus jugadores cada vez que se ponen la casaca azulona.

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