El Barcelona visitará mañana al Levante en el Estadio Ciutat de Valencia con la intención de afianzar el liderato. El equipo entrenado por Rubi abrirá las puertas de su feudo para recibir al mejor equipo del mundo y lo hace con una total confianza y motivación generada en parte, además de los últimos buenos resultados, por la llegada de Giuseppe Rossi. El delantero italiano rendirá cuentas pendientes con el club al que cerca estuvo de defender en 2011 antes de que los culés se decantaran por el chileno Alexis Sanchez.

Esta situación, lejos de ser parecida, si recuerda a la de otro jugador, esta vez holandés, leyenda del fútbol y parte de su historia que sí llegó a jugar en el Camp Nou pero que además también defendió el escudo granota. Johan Cruyff dejó un recuerdo imborrable por su significado pero ambiguo por su rendimiento.

En 1981 el Levante firmó a Johan Cruyff en busca de su ascenso a primera. La cronología de aquel fichaje defendía más una moda de retornos y recuerdos que abrillantaban la década del consumo donde el gigante de hacer real lo imposible despertaba con fuerza. Un viaje a finales de 1980, una época de retornos deportivos como el de Los Angeles Lakers, campeones de la NBA ocho años después con Kareem Abdul-Jabbar como MVP, o el épico recuerdo del Tour de Francia, donde otro holandés alargaría su carrera hasta los 41 años, Joop Zoetemelk, consiguiendo la victoria final. Cruyff por aquel entonces ya tenía 33 y su fin se avecinaba cercano en Estados Unidos donde realizaba sus últimos cariños al esférico.

En 1981 el Levante firmó a Johan Cruyff en busca de su ascenso a primera. La cronología de aquel fichaje defendía más una moda de retornos y recuerdos que abrillantaban la década del consumo donde el gigante de hacer real lo imposible despertaba con fuerza

Por todos es sabido aquellos metros por delante donde era extraordinario; de hecho nunca se vio una mejor conducción de balón con un cambio de ritmo tan portentoso hasta la llegada de dos monstruos argentinos que pelearán hasta el final por el cetro de ser el mejor de la historia. La realidad es que cuando Cruyff recibía el cuero era imposible predecir qué pasaría. Recibía y pinchaba la pelota en seco, apenas movía un poco los brazos como parte de un amago y dirigiendo su mirada, cambiaba el ritmo de los ataques. Aquel Cruyff ya se había marchado de la marca. Podía revolverse dos, tres veces en un metro. Volvía a parar y terminaba engañando al rival, escapándose por el mismo lugar donde llegó. Miraba al compañero para regalarle un balón imposible, o directamente apuntaba a la portería desde cualquier zona, ensayando algún golpeo de balón de su variado repertorio.

Cruyff anhelaba regresar 

En aquel diciembre de 1980 llegó a Barcelona para jugar un encuentro amistoso en beneficio de UNICEF junto a otras estrellas como Chinaglia, Platini, Blokhin o Rummenigge. El espectáculo con el holandés siempre estaba garantizado, pero Johan, jugador diferente donde los haya, consiguió que aquel colegiado José María Miguel Pérez terminara por obligar al “Flaco” a abandonar el rectángulo que se hacía diferente sin su sombra. Una de sus características más reconocidas es que nunca fue amigo de los árbitros, su carácter ganador que luego lo llevó a los banquillos y ahora a cada una de sus declaraciones le jugó malas pasadas.

Tras aquel encuentro benéfico, la rumorología se dispara. Se sabía que Johan quería volver a jugar en Europa, y si la ecuación le llevaba de nuevo a Barcelona la firma del contrato llegaría antes incluso que el propio “si”. Afirmaba por aquel entonces que tenía mucha cuerda para rato, y además, su sueño de futuro, que luego cumpliría, era llegar a ser entrenador de la primera plantilla del Barça. Sin embargo, rumores que lo posicionaron en el Espanyol no gustaron al club por aquel 1981. En el recuerdo de aquel presente se vivía un Espanyol que era un cementerio de estrellas, acogiendo la parte final de las carreras de futbolistas como Czibor, Rial, Kubala o Di Stefano. Pero Cruyff era de otra pasta y aun se le pensaba de forma distinta y los aficionados esperaban un futbolista con capacidad suficiente para marcar diferencias.

Cruyff, de nuevo azulgrana

Tras su no al Espanyol, otro equipo se cruzó en el camino. Se trataba de un Levante que estaba cerca de conseguir el ascenso a primera en 1980-81. Las metas, además, eran claras; contratar a Cruyff daría al equipo el impulso deportivo necesario y con él, debería cuadruplicarse el número de abonados. La posibilidad era muy apetecible, aunque, como es habitual en estos casos, el recelo en la plantilla era enorme.

Mientras tanto Cruyff seguía en el mercado, otros equipos como el Sporting de Lisboa, Colonia, Charleroi, e incluso el Barcelona de Guayaquil, se plantearon el fichaje. Era tanta la expectación generada que las llamadas de la prensa en su domicilio de Ámsterdam fueron la tónica general durante ese tiempo, y en ocasiones Danny, su esposa, tenía que leer comunicados sobre el estado de las negociaciones que el propio Cruyff había dejado preparado en su propios domicilio.

Pero tras mucho estirar la cuerda y sortear los escollos federativos que retuvieron la ficha de Cruyff hasta que el Levante no hubiera satisfecho sus deudas, aquel mesías y salvador llegó a Valencia.

El “Tulipán de oro” debutó ante el Palencia con la camiseta azulgrana. Mandó, dirigió, ordenó y dejó detalles de su clase. El equipo venció y Cruyff convenció a una afición aun atónita ante lo que el club había conseguido. Una jornada después viajó a Granada siendo la auténtica atracción, y una semana más tarde se lesionó en el Ciutat. Cundió el pánico en la afición, pero Cruff… estaba bien.

Aquel Johan aun así ya no era el mismo. Volvió a la selección para jugar los partidos de clasificación que llevarían a la “Naranja Mecánica” a disputar el mundial en España. Sin embargo, el “flaco” se vio envuelto en temas extradeportivos que empezaron a afianzar su declive.

Volvió a Orriols y marcó dos goles ante el Oviedo, pero esto solo fue su único bagaje positivo en el Levante. El holandés manifestó que estaba ofreciendo un buen fútbol y que sus compañeros eran culpables de la mala situación, ya que no le daban los galones que él reclamaba. Pero el holandés quería cobrar su suculento contrato, y el Levante no tenía posibilidad de pagárselo íntegramente. El club a la desesperada quiso que Cruyff estuviera tan contento y adaptado que incluso cesó al técnico Pachín para contratar a Rifé, amigo y ex-compañero de Johan.

El “Tulipán de oro” debutó ante el Palencia con la camiseta azulgrana. Mandó, dirigió, ordenó y dejó detalles de su clase. El equipo venció y Cruyff convenció a una afición aun atónita ante lo que el club había conseguido. 

El “Tulipán de oro” debutó ante el Palencia con la camiseta azulgrana. Mandó, dirigió, ordenó y dejó detalles de su clase. El equipo venció y Cruyff convenció a una afición aun atónita ante lo que el club había conseguido. 

Pero ni por esas. Cruyff firmó actuaciones muy mediocres. A final de temporada se fue a Barcelona a jugar en el homenaje a Asensi al mismo tiempo que su equipo tenía partido oficial, aunque ya intrascendente. La respuesta de Johan dejó claro la mala relación y la indisciplina de una estrella que ya se había apagado por completo: "He venido a este partido para que luego no digan que sólo juego por dinero, además, el Levante ya no tiene opciones en la clasificación" manifestó el holandés.

Finalmente salió del club como representación de una mala praxis. Aquel conjunto que ganó la batalla a todos en la contratación del genio, firmó una figura que escribió sin apenas tinta y de forma emborronada su paso por el Levante en segunda división

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