Decía la escritora francesa Ninon de Lenclos que cuando nuestros sueños se han cumplido es cuando comprendemos la riqueza de nuestra imaginación y el poder de la ilusión. Nunca una frase tuvo tanto sentido en Gijón, y es que los 1000 kilómetros que separan la ciudad asturiana de Sevilla no fueron suficientes para quebrantar la moral y el optimismo de unos cuantos miles de sportinguistas. Unos ilusos soñadores que excusados tras el “por si acaso” viajaron sin importar el porqué. Cada uno con su historia, con miles de anécdotas que contar sobre el trayecto pero con un mismo sueño. Poco importaba las 12 horas de viaje en los autobuses de las peñas, los 43 grados sufridos durante aquella mañana, ni tan siquiera la dependencia del partido de Girona porque cualquier esquina sevillana se convertía en la confesora de los más creyentes que se atrevían a pronunciar un “te imaginas si…”.

Los rojiblancos fueron recibidos con los brazos abiertos y el hermanamiento con la afición bética fue total. Pero incluso los locales se asombraban ante tal desplazamiento, “lo tenéis muy difícil” era la frase más repetida durante aquellas horas previas al inicio del partido.

Conscientes de lo complicado de la gesta a las 5 de la tarde la grada norte del Benito Villamarín se abría para la afición visitante. Y los rojiblancos comenzaron el ascenso, el ascenso literal a la grada más alta del estadio. Con el corazón acelerado tras subir un centenar de escaleras La Mareona comenzó a poblar la norte. Las fotos para el recuerdo, las llamadas y los últimos Whatsapp con las imágenes de la “pantallona” de Gijón fueron el entretenimiento de los asturianos hasta el inicio del encuentro.

Durante la primera parte el corazón rojiblanco estaba en Sevilla pero la cabeza en Girona. Los cánticos no cesaban y en el minuto 24 Guerrero adelantaba al Sporting y La Mareona celebró el tanto como si del gol decisivo del ascenso se tratase pero la peor noticia estaba por llegar. Al filo del descanso llegaba el gol del Girona y el silencio inundaba la grada. El optimismo se reducía a pasos agigantados, tanto es así, que la máxima preocupación de la afición rojiblanca durante el descanso era hacerse con algún tipo de bebida para combatir el calor andaluz. Con las existencias de agua del Villamarín bajo cero la mayor ovación de esos minutos se la llevó el camarero de la zona cuando avisó, voz en grito, que ya tenían agua suficiente para todos. Y es que así trascurrió la segunda parte, entre la celebración de los goles del Sporting, que aún marcaría dos más, y las bromas de los gijoneses sobre el calor y sobre cualquier otro tema que alejará los pensamientos de la más que posible promoción del equipo catalán.

Ya en los minutos finales, con el partido resuelto, la afición empezó a murmurar sobre la posibilidad de un susto en Girona, y es que parecía que el Lugo apretaba. Todo tipo de promesas, rezos y conjuras recorrían las filas sportinguistas. Y así, fin del partido en Sevilla. Resoplidos, hombros encogidos pero llenos de orgullo, orgullosos de aquellos chavales que les habían llevado hasta allí casi de sorpresa. El esfuerzo, su esfuerzo y el de todos fue reconocido mediante aplausos y gritos de aliento. Un reconocimiento que los jugadores del Sporting devolvieron a su afición al acercarse al córner más próximo a la grada y saludar a la marea rojiblanca.

El milagro

Y entonces ocurrió. Cuando el Benito Villamarín entonaba el “sí se puede”, cuando todos, afición y jugadores, ya tenían en mente los próximos dos partidos de playoff, una ola de ilusión recorrió la norte. “El Lugo, el Lugo” se oía desde la primera a la última fila del estadio, y de repente, la locura. Ese pequeño Gijón sevillano tembló de emoción, la grada rompió en besos, gritos y lloros. En el césped, los jugadores que ya partían hacia vestuarios, corrían por el terreno de juego como si este no tuviera fin. El milagro se había obrado.

Con las manos en la cabeza algunos recordaban Castalia mientras que otros no paraban de repetir “no me lo creo, no me lo creo”. Unos pocos intentaban poner cordura a la situación tranquilizando a los más eufóricos y recordando que el partido de Girona aún no había terminado. Y en aquel córner, con los jugadores arrodillados y la afición en vilo, llegó el final del partido en Girona. El empate era oficial y el ascenso del Sporting también. Y nuevamente, el Villamarín una fiesta. Una fiesta en la que los béticos fueron los invitados de lujo, los verdiblancos que quedaban aún en el campo corrían hacia la grada sportinguista, móvil en mano, para dejar constancia y ser participes de aquel milagro.

Hubo tiempo para todo: para recordar a Manolo Preciado, para entonar el Asturias Patria Querida, para cantar el himno sportinguista y sobre todo para agradecer a los "guajes" y a Abelardo el retorno a Primera División.

Tras ello, los gijoneses abandonaban las gradas incrédulos. El descansillo de la norte fue testigo de las preguntas de asombro de los aficionados, temerosos aún de que todo se tratase de un sueño. A las puertas de la 17v y de la 19 esperaban una ristra de aficionados béticos que haciendo el pasillo a la afición gijonesa cantaban sin cesar “el año que viene nos vemos otra vez” o “sois de primera, sois de primera”.

Los 40 segundos más largos

De camino al lugar desde donde salía el autobús del Sporting, llegó el otro giro inesperado de la historia. El partido del Girona- Lugo no había terminado, había sido suspendido y aún quedaban 40 segundos por jugarse. La noticia voló por los aledaños del estadio y se formaron corrillos en menos de un minuto. Béticos y sportinguistas todos reunidos alrededor de un móvil o de una radio, todos pendientes de Girona. Los 40 segundos más largos e intensos jamás vividos. Pero pasaron y el marcador no cambió. Y otra vez, la afición celebró por segunda vez el ascenso.

Aún tuvieron los rojiblancos unos minutos para asimilar lo ocurrido, para intercambiar todo tipo de complementos con la afición local, para seguir gritando y festejando antes de que los jugadores salieran a celebrar con ellos la gesta conseguida. El preparador del Sporting, Gerardo Ruiz, fue uno de los primeros en aparecer, exultante y haciendo el avión por el parking del Villamarín hizo la espera de la afición mucho más amena. Y tras él, todos y cada uno de los integrantes de la expedición rojiblanca: abrazos, besos y agradecimientos que ya quedan para la historia de los que estaban allí. Una historia impensable, que nadie se hubiera atrevido a escribir, llena de suspense, emoción y sentimiento. Una historia increíble pero real porque el Real Sporting de Gijón ya vuelve a ser equipo de Primera División.