Paco Alcácer ya no es uno más. Realmente poco tiempo fue uno más, desde el primer momento que despuntaba en las categorías inferiores de Paterna ha dado buena cuenta de su potencial. Sin demora pasó a ser un futbolista con duende, un jugador que debuta con el primer equipo y marca. Un futbolista que se enfunda la elástica de la selección y sin muchos minutos logra dar campeonatos a los suyos. Hay jugadores que vienen tocados por una varita y poco a poco parece que el canterano ché puede llegar a ser uno de esos a los que la varita les tuvo a bien señalar.

Tras unos primeros pasos temibles para los rivales, parecía quedar en el ostracismo como la perenne historia de la eterna promesa y su "idílica" relación con el balompié. No trascendía su calidad al terreno de juego por la jerarquía de aquellos que en el pasado ya lidiaron en sus respectivos clubes con la barrera que debe sobrepasar cualquier miembro formado en el seno de los clubes punteros. No pudo con el caballo ganador, con aquel que levantaba Mestalla en las noches europeas a la par que pregonaba su amor por unos colores que le defendieron como él los defendió. Tomó las maletas para curtirse, batallar en los campos que otros ya lo hicieron con el fin de sumar los tan ansiados minutos que en ningún momento llegaron al punto que se presuponía alcanzarían.

Así, tras un viaje de ida y vuelta que parecía haber estancado más que acrecentar la progresión de un imberbe ariete que comenzaba a dar que hablar, sobre todo por su buen hacer en los torneos de selecciones del periodo estival. Parecía que esta vez sí, el caballo ganador ya no lo sería tanto y un equino que había conquistado los reinos de Aragón arribaba a la capital del Turia para opositar al pequeño Alcácer. La intermitencia de su participación coincidía con la intermitencia anotadora de aquellos que mantenían una regularidad participativa pero no cumplían con su cometido. Así, desde el otro lado del charco tuvo que llegar un técnico que con prontitud se percataría de la calidad de un joven que por aquel entonces quedaba para encuentros europeos de poca trascendencia.

Respondía a cada instante y sus apariciones eran positivas. No dejaba dudas, sin quererlo asomaba la cabeza para discutir la supremacía de aquellos compañeros de selección, rivales de posición y respaldados por las masas. La masa que le apoyaba no adquiría la dimensión de aquel a quien el infortunio persiguió. Unos seguidores que dificilmente podrían advertir la dimensión que adquiriría la figura del novel goleador ché en una noche primaveral de la costa levantina.

Siete días separan dos estados de ánimo totalmente contrapuestos que reflejan de forma fidedigna la situación que vive una entidad en continuo sobresalto. Decepción, abatimiento, resignación. Al otro lado de los Pirineos y en lo que parecía ser un escenario factible para encarrilar una batalla que debía cerrarse sin demasiadas dificultades en terreno propio todo se tornó en contra obligando a una gesta poco recordad en la Avenida de Suecia. Tres goles en contra y un sentimiento pesimista que con el paso de los días pasó a ser esperanzador. El matrimonio grada-jugadores dejó a un lado sus rencillas para aunarse en pos de una empresa común y con un premio tan lejano como satisfactorio.

Un hito alcanzable por muy pocos. Una gesta que acostumbra a portar consigo un nombre propio. Un personaje rodeado por un aurea de liderazgo y acierto capaz de ilusionar al más escéptico. Tres acciones puntuales, tres instantes que hicieron conectar a admiradores y admirado. Trío goleador al que se pudo sumar alguno más de no ser por el buen hacer del vencido. Conexión idílica con la red. Conexión con una grada que cerró una noche mágica gracias a un mago que hasta hace bien poco jugaba con una chistera sin saber que la varita ya le había señalado. La sapiencia del trabajo bien hecho y la culminación sobresaliente de una hazaña que se impuso a la extenuación la misma noche que un joven conquistaba el corazón de una grada entregada a su equipo.