Una gesta heroica, un nuevo hito llamaba a las puertas del Valencia y de Mestalla. Volver a dar la vuelta a un resultado adverso, aunque quizás con algo más de dificultad que hace unas semanas. Una misión imposible segundos después de que el colegiado señalizase el final del encuentro en Sevilla. Tarea algo más posible a medida que pasaban los días. La ilusión volvía a invadir la capital del Túria y la Avenida de Suecia se preparaba en las horas previas al duelo para recibir a su equipo insuflándole de ánimo y garra. Un equipo encorajinado con ganas de revertir el doloroso doble golpe que había recibido en el Pizjuán salió al césped de un engalanado Mestalla.

Los primeros compases serían el preludio de una primera mitad de ensueño. Marcar el primero era el objetivo de los primeros cuarenta y cinco minutos. Hito de suma dificultad que quedó en una nimiedad. Feghouli hacía soñar al filo del cuarto de hora, Diego Alves resurgir a los suyos y Beto devolver a los ché lo ocurrido a orillas del Nervión. Una secuencia que enchufada a cada instante a una grada que no cesó su ahínco correspondido por once futbolistas que únicamente buscaban de forma continua el tan ansiado billete a Turín.

Cuando el Valencia soñó y se vio en Turín

Los acercamientos iniciales correspondían a los blanquinegros pese a que el colombiano Bacca no dudó en enmudecer levemente a la grada rival cuando pisaba el área defendida por Diego Alves. No avisó mucho el Valencia. El primer disparo entre palos, de Feghouli escorado a la derecha en el área de penal, entró con potencia sin nada que hacer para Beto. Una buena combinación por el perfil diestro de los valencianistas que multiplicaron las aspiraciones blanquinegras y aumentaron exponencialmente la ilusión de un estadio que llevaba en volandas a su equipo.

Feghouli celebra el primer gol ché

Los jugadores dieron paso en dos acciones puntuales que cambiarían el rumbo del primer tiempo a dos arqueros. La lusofonía se apoderó del feudo ché para aclamar a uno y celebrar gracias a otro. El primero en aparecer, el visitante, quien copó el infortunio que no tuvo hace siete días. Bernat como un cuchillo por la izquierda buscó la llegada de Jonas desde segunda línea para encontrar la testa del brasileño y percutir con la misma el palo. Del palo a Beto y la eclosión de Mestalla fundiéndose al grito de “¡Sí se puede!”. El fruto es dulce, pero entretanto momentos de amargura volvieron a la Avenida de Aragón para reverdecer por unas milésimas de segundo los fantasmas del pasado. Figuras fantasmagóricas que se desvanecieron en cuanto Diego Alves voló de palo a palo emulando a un santo merengue que ya apareció frente a los sevillistas. Una actuación digna de cancerberos de un nivel extraordinario. Un instante que le sirvió al Valencia para saberse muy dentro de la eliminatoria despojándose del susto sevillista.

Y así, el descanso. Tiempo de asueto para un equipo fatigado pero ganador y para un conjunto noqueado en lo mental, dando muestras de incluso estar al borde del desfallecimiento. Dos estados antagónicos de ánimo algo pausados en los inicios de la segunda parte, donde el Sevilla trató de encontrarse a sí mismo sin que esto pudiese ser posible gracias a la predisposición del oponente. Un Valencia que contaba con el apoyo de Mestalla. Cerca de cincuenta mil gargantas que explotaron e hicieron vibrar hasta la extenuación cada cuerda vocal celebrando el tanto ché. Con el balón parado, arte dominada por un Emery que se vio superado también en esta faceta, llegó el tercer tanto valencianista. Un remate de Mathieu despejado por Beto que el propio zaguero galo se encargó de rematar a la portería encontrando las redes sevillistas.

Veinte minutos reducidos al último instante

Veinte minutos por delante. Un mismo tiempo con perspectivas totalmente contrarias. La ilusión latente por ambos costados pero de visión opuesta. Desde el banquillo llegaba ahora el papel más importante, Pizzi y Emery mostraron sus cartas. Pusieron sobre el tapete verde sus armas, defensivas en los locales y ofensivas en los visitantes. El tiempo pasaba y las ocasiones no llegaban de ningún bando, simples acercamientos que se antojaban mucho más peligrosos por la tensión del momento. Una grada que animaba a los suyos, ya con un derroche físico más que latente.

Al tiempo que el cuarto árbitro mostraba el descuento, un centro que se envenenó pondría el miedo en el cuerpo a los blanquinegros. Segundos, ese ínfimo tiempo es el que pasó entre un “¡Sí, sí, sí, nos vamos a Turín!” a la desolación más absoluta de un estadio que había animado durante noventa minutos a su equipo. Quién sabe si el no vender el lobo antes de cazarlo, si el destino cruel o simplemente la fortuna que nunca tuvo quien comandaba a los que acabaron llorando le fue favorable por una vez. Pero el testarazo de M’Bia fue una puñalada directa a los miles de valencianistas que durante horas se dejaron la garganta insuflando energías a los suyos. Un resuello que no duró lo suficiente y que en el último instante mandó a los sevillistas a Turín. Suerte esquiva, destino cruel. Un segundo que dará la vuelta a la cabeza de cada valencianista durante las próximas semanas, un segundo que deja a los sevillistas delante de una nueva final europea.

Fotos: Carla Cortés / VAVEL.com

Así lo vivimos en VAVEL.com