Tocaba otra noche mágica en el Louis II de Mónaco. Pero esta vez no era un título lo que estaba en juego, sino algo mucho más valioso, una vida. Once sobre el terreno de juego, otros más en el banquillo, y miles en las gradas dispuestos a dejarse la voz por su equipo. Todo un proyecto pasaba por noventa minutos en los que el Valencia CF debía hacer valer la ventaja que consiguió en Mestalla. La próxima edición de la Champions League estaba más cerca que nunca y, con medio pie en el sorteo de la fase de grupos, los de Nuno no podían perder este tren que, tras demasiado tiempo sin hacerlo, volvía a pasar por la ciudad del Túria.

Sufrimiento y desaparicón de los viejos fantasmas

Con algunos espectadores todavía sentándose en sus correspondientes localidades del estadio monegasco, Álvaro Negredo fue el primer pasajero que se subió al tren de la Champions. El vallecano aprovechó un error de la defensa rival para hacerse con el balón y batir al portero con una fantástica vaselina que levantaba del asiento a más de uno. Los valencianistas veían su sueño cada vez más real. El equipo había salido enchufado y otra vez, como ya ocurrió en Mestalla, lograban adelantarse en el marcador. No obstante, los locales, lejos de verse vencidos por el devenir del encuentro, se volcaron en busca de un gol que les devolviera la esperanza en un partido a vida o muerte. Y Raggi fue el encargado. Una mala salida de Ryan, seguida de una posible falta sobre Gayà que el colegiado no señaló, posibilitaron que el central volviese a poner el empate en el luminoso. El Valencia llegaba al descanso con una renta de dos goles en el global de la eliminatoria que le acercaba cada vez más a su objetivo. .

En la segunda mitad el guion del partido cambió por completo. El Valencia perdía la posesión del balón progresivamente y los locales acechaban sin cesar la portería ché. Los de Nuno se replegaban como podían y buscaban sorprender a la contra para matar el partido, pero el esférico se les escapaba de las botas en un suspiro. Cuando el encuentro se adentraba en la recta final, Elderson alimentaba la esperanza de los suyos con un gol polémico por un posible fuera de juego que ni Razzioli ni sus asistentes vieron. Los viejos fantasmas valencianistas, junto con el sufrimiento que caracteriza a los partidos del equipo del Túria, parecían posarse sobre el coqueto estadio como en otras ocasiones, pero esta vez no iba a ser así. Nadie estaba dispuesto a que eso volviera a ocurrir. Nadie quería perder el tren que les llevaba a la cima del fútbol europeo después de tanto tiempo esperando en el andén.

Todo llega para el que sabe esperar

Pero todo llega. Tarde o temprano, todos reciben lo que merecen. El Valencia CF, tras resurgir de sus cenizas, ha vuelto de nuevo al olimpo del fútbol europeo. Tres años han tenido que pasar para que el templo valencianista vuelva a lucir sus mejores galas. Tal vez demasiados años para un equipo que ha vivido la mayor parte de su vida, de casi un siglo, siendo un referente en el panorama futbolístico europeo. Pero en definitiva, estos mil días de ausencia en el grupo de los mejores han servido para volver con más fuerza que nunca. Un paso atrás que le ha permitido a la entidad de Mestalla para dar un gran salto adelante. Un salto que supone un punto de llegada y de salida a la vez. Por un lado, es el cierre con éxito a una gran temporada y, por otro, la apertura a otra con mucha hambre de victorias.

Inyección moral y económica

En el aspecto deportivo, la clasificación supone volver a estar entre los mejores, volver al lugar donde un club como el Valencia CF merece estar, y de donde no habría tenido que salir nunca. Tal vez sea este el retorno definitivo, y jugadores, aficionados y cuerpo técnico son conscientes de ello. Han vuelto para quedarse. El proyecto recién forjado de la mano de Peter Lim, que se ha visto reforzado tras la clasificación, promete un futuro brillante para esta generación ché.

Además, la exitosa superación de la eliminatoria permite a la entidad blanquinegra ingresar una buena cantidad de dinero. En concreto, 14 millones de euros. Dos por la participación en la eliminatoria y los otros doce por la participación en la siguiente fase de grupos, que además puede permitir al club hacerse con más fondos. Cada uno de los seis partidos de grupo que el Valencia logre ganar se convertirán en 1,5 millones de euros. El empate se valora en medio millón de euros, mientras que la derrota no tiene compensación económica.

En resumen, todo un cúmulo de buenas noticias para el aficionado ché, que, tras tres años eternos, volverá a ver un Mestalla engalanado, un balón decorado con estrellas y a escuchar la mejor banda sonora de este deporte. Volverá a ver, a un Valencia CF de Champions.