Stoke-on-Trent te deja siempre sentimientos contrapuestos. Especialmente el Stoke-on-Trent de una tarde-noche. El Stoke-on-Trent invernal.

Cuando pones el primer pie en el andén de la estación de The Potteries lo normal es que el aire gélido que te golpea en la cara te haga considerar si realmente tomaste el tren en Manchester, porque evocarás Manchester como si fuera Seychelles. Quizá, en ese momento, no recuerdes un frío tan glacial, ni una llovizna tan molesta, ni un cielo tan aciago como el de la ciudad del condado de Staffordshire.

Foto: @CrisBergkamp

Tu primera decisión a vida o muerte será la de recorrer o no a pie las dos millas que separan la estación del estadio. Y no sólo recorrerlas, sino recorrerlas junto al canal. Si tu opción es ir andando, caminar junto al canal de Stoke-on-Trent será, casi con total seguridad, la vía más rápida para llegar al templo rojiblanco. La más rápida y la más disparatada, posiblemente. Si bien a la luz del día el canal puede tener su encanto, de noche hay que ser un auténtico stokie para cruzarlo sin echar una ojeada, de vez en cuando, a tus espaldas –siempre se puede tomar un autobús o un taxi, pero la alternativa de pasear por un escenario envuelto en sombría vegetación, fábricas y el ruido de la autopista alrededor es al menos considerable si se quiere vivir la experiencia potter completa–.

Que Stoke-on-Trent y su Britannia Stadium sólo son aptos para valientes es un chascarrillo más que recurrente en las islas británicas. Sólo por poner un ejemplo, en una de las retransmisiones del encuentro disputado entre el Chelsea y el Arsenal que supuso el partido número mil de Arsène Wenger al frente de los gunners y que el técnico alsaciano perdió ante uno de sus mayores enemigos, José Mourinho, por 6-0, uno de los comentaristas sugirió, en tono jocoso, que “podría haber sido peor, le podría haber tocado jugar en Stoke-on-Trent”.

Y, la verdad, es que llevas cinco minutos en la fría ciudad industrial y ya estás medio congelado. Pero estás allí. Y ya no hay vuelta atrás.

Sin embargo, el Britannia Stadium te acoge alegremente. Ya en las entrañas del estadio, pasados los tornos de seguridad, pero justo antes de acceder a las gradas, la congregación rojiblanca comparte la última cerveza antes del inicio del partido –dentro no está permitida la entrada de alcohol–, los críos se pintan en las mejillas las vistosas rayas del Stoke y los coloridos grafitis de Peter Crouch, Stephen Ireland o del capitán, Ryan Shawcross, te dan la bienvenida a una noche que, quizá justo ahí, empiezas a encontrar fascinante.

The Captain. Foto: @CrisBergkamp

Ya en tu butaca, un pequeño stokie de no más de cinco años ­–uno de tantísimos niños que había ese frío miércoles noche en el campo–, justo en la fila de delante de ti, se gira y te escruta con ojos ávidos después de escuchar un idioma que no entiende, que no es el suyo. Tú le sonríes un poco, como diciéndole, ‘qué te parece, a mí también me gusta tu equipo’. Y ya está, ya tendrás un buen amigo para todo lo que resta de partido.

Y será tu amigo porque, en el gol de Graziano Pellè en el minuto 6, el joven stokie te mirará intentando descubrir una reacción en tu rostro, del mismo modo que hará en el 30’ tras el 0-2 de Shane Long, siendo él el que te sonría esta vez , no lo sé, quizá para que no aflija tanto la derrota. Tras la reanudación de la segunda mitad, con el gol de N’Zonzi y abrazado a otros dos pequeños potters, tu nuevo amigo también sacará unos segundos para ti, para volverse y decirte con su afable vocecilla, ‘Come on, Stoke!’.

Cuando le preguntes por qué viste de rojiblanco te dirá que porque Asmir Begović es el mejor portero del mundo entero.

Harás más amigos, seguramente.

El señor de tu derecha, por ejemplo, te espetará desesperado durante toda la primera parte que por qué no se dejan de tanto tocarla, que cuándo van a colgar un balón como Dios manda, desde cuanto más lejos, mejor, rememorando los viejos tiempos de Tony Pulis. Y, claro, eso te hará a ti también recordar a Anthony Richard Pulis y al equipo de guerreros que formó en sus años como mánager del Stoke. ¡Cómo para decirle a este señor de unos 70 años asiduo al Britannia desde toda su vida que el fútbol también se puede jugar de otra manera!

Después, en el 82’, Mame Diouf levantará a todo el mundo de sus asientos. Verás cómo el graderío local no tarda en señalar al Marston’s Pedigree South Stand, donde los saints –por cierto, una cantidad ingente de saints que, un miércoles laborable, se ha cruzado más de medio país para apoyar a los suyos en el paraíso potter– tienen que aguantar cómo los locales, dedo acusador incluido, se vengan en forma de cánticos de los suyos previos. ‘You earned it!’.

Foto: @CrisBergkamp

La verdad es que la alegría en Stoke-on-Trent puede durar poco. Puede que tan sólo seis minutos más. Aun así, aunque Pellè complete su doblete, el pequeño stokie, el fan más incondicional en el planeta fútbol del portero bosnio, se volverá para mirarte y sonreírte cómplice una última vez, y tú abandonarás el Britannia Stadium casi sin darle importancia al electrónico.

Y eso te pasará por el pequeño y vivaz supporter, por la romántica forma de ver el fútbol de aquel señor, por el júbilo que en algún momento compartiste con la hinchada. Con las dos hinchadas. Te pasará porque también exclamaste un ‘¡Oh!’ con las prodigiosas manos de Begović, y porque viste a Charlie Adam alentar él mismo a la grada, haciéndola levantarse de sus butacas casi con más fervor que con los tantos locales. Te pasará porque, cuando salgas del estadio, te preguntarán qué demonios haces tú en Stoke-on-Trent y, mientras te despides, te gritarán ‘¡Bojan!, ¡Muniesa!’ desde la distancia, e incluso un ‘¡Hasta luego, amigo!’ en perfecto castellano. Un hasta luego que, claro, es una invitación a volver.

Al final, llegas a The Potteries receloso, dubitativo. Llegas vacilante porque el frío se te incrusta en los huesos al instante y el viento te abofetea con fiereza. Pero, cuando dejas la ciudad, te vas con una sensación cálida. Y mira que es complicado sentirse cálido en Stoke-on-Trent.