Rudi García ha cumplido hace poco 50 años. Es un número redondo, muy especial. Y además el míster cae bien en Roma, ya que ha conseguido devolver un cierto equilibrio mental al equipo más desquiciado del país más caótico de Europa occidental. Por eso, y sin que sirva de precedente, esta semana nadie le va a reprochar sus caprichos. ¿Que le apetece poner al amiguete Taddei, centrocampista atacante que, a sus casi 34 primaveras, tiene complicado eso de reconvertirse, en el lateral derecho? Bueno, que lo ponga. ¿Que le viene en gana colocar en el izquierdo a Romagnoli, central casi juvenil, teniendo en el banquillo a Michel Bastos? Pues muy bien que hace.

Claro que la cosa tiene sus riesgos. Taddei, mito de la casa por llevar en el equipo desde 2005 dando bastante buen rendimiento y por haber hecho profesión de fe romanista incluso en los últimos años, en los que ha tenido un papel más bien testimonial, es un tipo cumplidor, esforzado, pero que no tiene ni el orden táctico ni la velocidad entre sus fuertes. Así, el costado derecho del ataque boloñés era una autopista por donde podía llegar buena parte del peligro sobre el área de De Sanctis. Desafortunadamente para los cronistas, el encargado de atacar por ese lado era el hombre con el nombre más complicado de escribir: el griego Lazaros Christodoulopoulos.

Por fortuna, ni el heleno ni práticamente ninguno de sus compañeros pueden considerarse integrantes del escalón superior de la élite del fútbol, como demuestra su clasificación, apenas un par de puntos por encima del descenso antes de comenzar la jornada. La ofensiva de los locales se centraba en disparos lejanos por parte del propio Christodoetcétera o de Bianchi; el resto, particularmente Cristaldo, no daba señales de vida. El balón era casi siempre romano, y las ocasiones de gol también. La más destacable, un zapatazo de Destro que repelió el palo.

A falta de Totti, de nuevo con problemas musculares, el que más luces tiene de cuantos vestían la camiseta hoy blanca de la Roma es, con mucha diferencia, Miralem Pjanic, y lo demostró en la jugada del primer gol. Gervinho intento adentrarse por el centro, pero, por una vez, al verse bloqueado no intentó regatear hasta a los postes de la portería, sino que levantó la cabeza y vio al bosnio libre de marca a su izquierda, en el pico del área. Con el balón en su poder, Pjanic tuvo tiempo para darse cuenta del mal movimiento defensivo de la retaguardia boloñesa, que se echó en bloque hacia adelante, y colocó el balón a su espalda. Por ahí, libre de marca, apareció Nainggolan, que no tuvo dificultades para batir a Curci.

Con esa acción se acabó todo el interés del primer tiempo y, casi, del partido entero. La Roma estaba conforme con el resultado; si caía otro gol, mejor, pero tampoco iban a sudar más de la cuenta. El Bolonia aspiraba al empate, pero no sabía cómo superar la defensa rival, descartada la posibilidad de entrar por las bandas por pura falta de extremos competentes. Alguna ocasión tuvieron los de casa, como un cabezazo de Mantovani en un córner que se marchó desviado por un palmo, pero eran demasiado escasas como para asustar a la Loba.

De hecho, eran los giallorossi quienes apretaban un poco más y disponían de las oportunidades más claras. Alguna hubo clamorosa, como el balón que le cayó a Taddei, libre de marca dentro del área, y que desperdició con un chut flojo, raso y centrado. En honor a la verdad, hay que reconocer que la Roma llegó a marcar el segundo, por medio de Gervinho, pero el árbitro interpretó que había un fuera de juego sumamente riguroso.

Como de costumbre, a última hora se pusieron las pilas los que iban por debajo en el marcador. El Bolonia sometió a la Roma al asedio habitual de los uĺtimos cinco minutos. Demasiado tarde, y demasiado débil contra un equipo que presume de tener una de las mejores zagas de Europa. Benatia y Castán tuvieron que esforzarse a fondo, para compensar la casi hora y media de inactividad previa. Incluso De Sanctis tuvo que salir un par de veces a evitar males mayores. Ni siquiera tuvo la suerte de su lado el equipo rojiazul, que terminó el encuentro con un cabezazo desviado en boca de gol del griego impronunciable.

El Bolonia perdió un partido que entraba en los planes perder, pero acabó con la mala sensación de que su huésped de hoy no fue demasiado superior a ellos. Por su parte, con lo justo, sin esforzarse más de la cuenta, la Roma consolidó una jornada más su segunda plaza y sigue siendo muy firme candidato no al título liguero (salvo improbable catástrofe juventina), pero sí a regresar a la Champions, de donde falta ya desde hace tres años. Es de esperar que en esos partidos, de más intensidad, se esfuerce un poco más.