Noche de partido a dos bandas la vivida en Parma. Con el equipo sin poder depender de sí mismo para lograr el objetivo de alcanzar el último puesto libre que da acceso a la Europa League, la mente del equipo que dirige Roberto Donadoni estaba también puesta a 188 kilómetros de distancia, en Florencia. Allí, el equipo que le quitaba tal puesto de privilegio, el Torino, disputaba su encuentro a sabiendas de que una victoria dejaba sin opciones a sus perseguidores. Los locales llegaban al encuentro con su equipo de gala, sólo con las ya sabidas bajas de Pozzi y Vergara. Enfrente, un Livorno ya descendido que acaba la Liga como colista.

Si bien la teoría de la trascendencia del encuentro era bien sabida por todos, en la práctica el Parma no parecía darle la suficiente importancia a la gesta por conseguir. El equipo salió sin intensidad y muy espeso en la creación de ocasiones de peligro. El rival no atacaba, sólo se agazapaba atrás tejiendo una maraña defensiva muy poblada pero sin agresividad alguna y a pesar de ello el conjunto parmesano sólo consiguió crear una acción de peligro en el primer tramo de encuentro. Cassano recibió el balón y buscó en profundidad la carrera de Schelotto, quien centró de primeras para la entrada de Biabiany, cuyo remate forzado por la presencia de un defensa salió por encima del larguero. El Livorno perdía la pelota rápido y una y otra vez le tocaba elaborar jugada a un equipo que no está acostumbrado a ello, como tantos en Italia.

Los laterales no subían, sólo uno de los tres medioscentros tenía licencia para atacar, y arriba sólo las botas de Cassano mejoraban la jugada. Resulta impropio de un equipo que quiere jugar Europa Legue esa dependencia absoluta en ataque de un jugador que, si bien técnicamente está bien dotado, su físico no está entre los dones que la naturaleza le otorgó. Biabiany no desbordaba y Schelotto lejos del área no funcionaba. No llegaban noticias del partido de Florencia, cosa que era buena señal. El Parma sólo debía hacer su trabajo.

El Livorno no llegaba al área y la primera parte acabó con dos buenas ocasiones para el Parma. En la primera un centro de Cassano fue rematado por Schelotto en el punto de penalti, pero un defensa taponó lo que podría haber sido el primer gol. De nuevo el internacional italiano asistió esta vez a Biabiany filtrando el balón en el área, pero el francés cruzó en exceso el esférico, que salió rozando el palo de la portería de Anania.

Si Donadoni intentó insuflarles en el vestuario más intensidad a sus chicos, no se notó. El equipo siguió con la mente nublada sin lograr crear peligro claro. Que en la reanudación las ocasiones más claras fueran un remate de cabeza de Cassano que el portero recogió del suelo sin más y un centro de Biabiany desde el lateral del área que se envenenó y puso en apuros a Anania dice mucho de la incapacidad del equipo para atravesar defensas colocadas. En el minuto 57 empezó la ruleta de emociones con el gol de la Fiorentina, que ponía en ventaja a los suyos y hacía un favor al Parma.

En esas Donadoni realizó un cambio clave que iba a cambiar el sino del encuentro. Schelotto dejaba su puesto a Stefano Amauri, que ya en la carrera al entrar en el terreno de juego se le notó enchufado. Un jugador más de área, más rematador. Y no tardó en darle la razón a su técnico. En el minuto 63 un córner botado por Cassano encontró el testarazo violento e inapelable del italobrasileño, que adelantaba a los suyos y le daba momentáneamente el puesto de Europa League.

Poco le duró la tranquilidad a la parroquia parmesana, ya que tres minutos más tarde los transistores anunciaban el empate del Torino, que se ponía a un gol de recuperar la plaza. El encuentro entró en una fase de pausa mental en la que todos estaban más pendientes de lo que ocurría en Florencia que en el partido que disputaban en el Ennio Tardini. Ni en esa fase de aturdimiento el Livorno se decidió por atacar, sin saber muy bien cómo comportarse entre tanta emoción rival que no le importaba para nada, como una persona en una fiesta equivocada.

En mitad de la espesura, de las preguntas de los jugadores al banquillo en busca de información, de la afición con los pinganillos, llegó un minuto mágico. Biabiany desbordó al fin por la banda derecha, apuró línea de fondo y su centro fue a parar a Amauri, quién si no. El remate de cabeza de éste fue repelido a duras penas por Anania, que dejó el balón muerto para que el propio Amauri con la pierna derecha hiciera el segundo y dejara finiquitado el encuentro en Parma, la mitad del doble partido que disputaba el equipo en dos ciudades distintas. Y precisamente en la otra ciudad, segundos más tarde, hubo movimiento. La Fiorentina marcaba su segundo gol y se volvía a poner por delante a falta de 10 minutos para el final.

Los últimos minutos fueron de todo menos un deporte. Eran minutos que sobraban, ya no había partido. El Livorno se fue con un tiro en los 90 minutos, y el Parma no podía pensar en otra cosa que no fuera el partido de su rival real, el Torino. Un escalofrío de preocupación recorrió el estadio cuando el Toro empató y obligaba a sufrir al Parma. Y vaya si lo hicieron. Los sentimientos inundaron los corazones de jugadores, aficionados, directivos y técnicos del equipo que en esos momentos era sexto en la clasificación. Esperanza, impaciencia, preocupación, miedo… y la explosión de gloria.

Todo había salido bien, el equipo logró la clasificación para la fase previa de la Europa League, por delante de equipos históricos como Milan, Lazio, Udinese y el propio Toro. Tuvo que ser Amauri el héroe, como tantas veces lo ha sido. Una noche inolvidable que pone la guinda a una gran temporada del Parma, que deberá reforzarse y preparar un mejor bloque si quiere viajar mucho tiempo por el continente mostrando su fútbol.

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