En 1998 Dan Shaughnessy, periodista del Boston Globe, escribió: “Babe Ruth, Joe Louis, Jackie Robinson, Muhammad Ali… Estos son los deportistas que definieron el deporte en Estados Unidos durante este este siglo. Ahora, es Michael Jordan”. No le faltaba razón al redactor del Boston Globe, pues con permiso de Bill Rusell, Air Jordan llevó a las cotas más altas aquel sueño que muchos niños situaron sobre una tentadora cesta colgada a 3,05 m de altura. Nombres como Bill Rusell, Wilt Chamberlain, Big Oscar Robertson, Magic, Bird, Kareem… convirtieron un juego muy terrenal en un atrayente y estético baile en suspensión en torno a un balón y una canasta. Puro Showtime, una cascada de fade aways, alley oops, mates, triples, bandejas, ganchos, pases, fintas, ejecutadas con precisión por dioses del balón que desafiaron las leyes de la gravedad haciendo uso de la magia y una muñeca con silenciador y mira telescópica que disparaba balones a canasta.

Un Spalding girando sobre su propio eje, suspendiendo el tiempo y las miradas hacia una cuenta atrás que nos transporta a un 6 de noviembre de 1861, cuando en Almonte, Canadá, nació James A. Naismith, el responsable de esta maravillosa locura llamada básquet. Pues con este canadiense apasionado del deporte comenzó todo, desde un pequeño gimnasio de Springfield, con dos cestas de melocotones y un balón.

A los 22 años ingresó a la Universidad de Mc. Guillén Montreal y en el año de 1891 como profesor de educación física de la International YMCA Training School de Springfield (Massachussets), encontró la solución para que dieciocho jóvenes pudieran practicar deporte en un recinto cerrado, evitando así las duras condiciones climatológicas de la zona. Era un frío día de diciembre cuando Naismith, en unión del Barón Nisl Posse en Martha’s Vineijard, daba cumplida respuesta al encargo del  Dr. Gulick (director del centro) con su prolífica inventiva. Gulick, que no encontraba demasiadas opciones atrayentes para la creación de un juego idóneo para las condiciones requeridas, le dijo a Naismith: “No hay nada nuevo bajo el sol”, a lo que el Dr. Naismith respondió: “Dr. Si eso es así, nosotros podremos inventar un juego que satisfaga esas necesidades, lo único que tenemos que hacer es tomar los elementos de los juegos conocidos y cambiarlos, así encontraremos el que estamos buscando”.

El crudo invierno no invitaba a jugar al aire libre al rugby y al fútbol americano, y en esa búsqueda se marchó al gimnasio con una idea rondando su cabeza. Por el trayecto se encontró a Mr. Stebbins, vigilante del gimnasio al que preguntó si tenía dos cajas. Stebbins le dijo que no pero que en su defecto tenía dos hermosas cestas de frutas. Entonces se hizo la luz y entre Stebbins y Naismith clavaron ambas cestas a cada extremo del gimnasio, cada una de ellas a 3,05 m de altura. Llamó a sus chicos, a dieciocho chavales que intrigados por aquella invención no tardaron en disfrutar con la ocurrencia de Naismith…

Al regreso de vacaciones, su compañero Frank Maha le preguntó el nombre con el que quería bautizar la modalidad deportiva y Naismith no lo tenía muy claro. Los chicos querían que se llamara “Naismith Ball”, pero este rechazó la propuesta y entre otras acabó eligiendo la de basketball. La idea tuvo una enorme aceptación entre los chavales y pocos días después se jugó el primer partido que acabó con una sola canasta. Con dieciocho componentes, nueve por equipo, tres defensas, tres medios y tres delanteros. Se da la curiosa circunstancia de que en aquellos inicios del básquet cada vez que se encestaba, los jugadores tenían que echar mano de una escalera para volver a reanudar el partido y poner el balón en juego.

Aunque para muchos el concepto del baloncesto se remonta muchos siglos atrás, encontrando un similar embrión en el “POKTAPOK”, de la cultura mesoamericana, lo cierto es que el padre del básquet que conocemos hoy día es este profesor canadiense de educación física, también con el paso de los años capellán militar de la Guardia Nacional y médico que quiso que sus chicos atenuaran sus ansiedades jugando a básquet.

Pronto en todos los gimnasios de Estados Unidos se comenzó a jugar a básquet, un deporte creado por James Naismith con un espíritu lúdico, creativo, esencialmente de habilidad y destreza con el balón, huyendo en todo momento de conductas agresivas. De ahí que para evitar los constantes roces y empujones que se producían durante el transcurso del partido se reglamentara el contacto personal. Corría el año 1891 y en aquel mes de diciembre Naismith escribió las primeras trece reglas, publicadas en enero del año siguiente en The Triangle, el periódico escolar del Springfield College.

Naismith fundó  el programa de baloncesto de la Universidad de Kansas y le son atribuibles otras invenciones en diversas modalidades deportivas, pero en lo referente al básquet la luz se hizo en su cabeza en aquel año 1891. Naismith vio cumplido su sueño al ver el baloncesto como deporte exhibición en los JJOO de San Luis en 1904 y como deporte oficial en los JJOO de Berlín de 1936.

Aquel hombre que creó su juego con la idea de un entrenamiento y entretenimiento libre, fuerte en el cuerpo, limpio en la mente y noble en los ideales, había logrado para Norteamérica una de las mayores contribuciones a la historia del deporte, aquella que es capaz de hacernos enloquecer. Un maravilloso compendio de competencia e inteligencia, lo suficientemente divertido, estético y científico como para atraer a personas de toda edad y condición social.

Un maravilloso deporte que siempre nos deja acciones para recordar, momentos para no olvidar y como dijo Larry Bird ocasiones en las que uno llega a creer que acaba de ver a Dios vestido de jugador de básquet. Aquel  que en España fue introducido en 1921, en Barcelona, por el padre escolapio Eusebio Millán, y que desde entonces nos ha cautivado con su Showtime. Ese mismo por el que muchos chavales en situación de exclusión social, en una calle que es una cancha tan amplia y varia como el mundo, encontraron su tabla de salvación y creación, agarrados a la inventiva de un profesor de educación física canadiense, que obró el milagro tan solo con dos cestas de melocotones y un balón.

Foto: www.basketballmanitoba.ca