No importa que no vieras sus primeras carreras, que te perdieras los primeros codos al suelo o que no encendieras la televisión cuando alzó al cielo de Gran Bretaña, en 2008, el trofeo (piloto español más joven en conseguir podio) que mostró el camino a sus 55 restantes (hasta ahora). Tampoco debes estresarte si no estuviste presente el día que quemó rivales bajo la lluvia de Estoril, en 2010, o la ocasión en la que ni la última posición de salida frenó la mayor remontada en la historia del motociclismo, en Cheste 2012, de más de 30 posiciones para acabar ganando. Da igual que no guardes en tu retina todo lo anterior, porque los genios no se ven, se sienten. Sobre todo, a Marc Márquez.

La empatía que instaura es potencialmente adictiva y expansible. Es fácil contagiarse de la pasión que vuelca en el trazado que, aunado al desparpajo con el que enerva a Lorenzo y a Pedrosa (Rossi ya está resignado), resultan hasta simpáticos los enfados de los que le persiguen –inútilmente- tras la línea de meta. Paradójico que, siendo el bebé de la categoría, haga berrinchar a los demás. Algo parecido se sintió en Austin, Sachsenring, Laguna Seca, Indianápolis, Brno, y Motorland, los seis circuitos en los que ha ganado esta temporada, pero también habría que sumar los diez podios más que ha conseguido (Losail, Jerez, Le Mans, Catalunya, Assen, Silverstone, San Marino, Sepang, Motegi y Cheste), más que nadie. Mugello fue el único trazado que no le vio subirse al podio porque cayó cuando rodaba segundo a falta de tres vueltas, aparte de la desfachatez en el cambio de gomas en Phillip Island, claro. Aun así, 16 podios en 18 carreras no están mal.

Además, tiene la desfachatez de pulverizar cualquier récord de precocidad que vislumbre, como si quisiera demostrar que es el mejor piloto con sensaciones, hechos y pruebas empíricas. Emula a Kenny Roberts, en 1978, el único que ganó en la temporada de su debut, pero también entierra el nombre de Freddie Spencer, quien ganó la corona de 500 cc con 21 años y 258 días en 1983 (Márquez cuenta hoy con 20 años y 266 días), además de empequeñecer sus seis victorias y diez podios. Ya puestos, también ha arrebatado a Valentino Rossi la marca de ser el campeón más joven en ganar la triple corona (las tres categorías del programa), quien lo hizo con 22 años y 240 días. Todo ello, para que no quede ninguna duda. Para que tiemblen Agostini, Doohan, Hailwood y, por qué no, también Ángel Nieto (y grite Nico Abad).

Ordenando todo esto, eres un privilegiado, un capricho del destino o una confabulación de los planetas que hayas coincidido con un rookie de Honda GP que se comporta de forma tan superior que la bandera a cuadros deja de ser un objetivo para convertirse en una simple etapa previa a la inmortalidad mediática. Con todas esas cifras, parece hasta lógico que así sea.

Marc Márquez es campeón del mundo de MotoGP porque es el piloto que más adrenalina vierte, que más aprende del superarse y quien más insaciabilidad tiene por ganar, haya curvas cerradas, abiertas o imposibles. Marc Márquez es el campeón más joven de la historia porque convierte la bisoñez en una oportunidad más que en una excusa. Marc Márquez es serio candidato a encabezar todas las estadísticas porque, desde que cogió una moto con cuatro años, ha aprendido a amistarse con el hambre (de éxito).