Es fácil sonreír cuando todo va bien, corear el nombre del favorito y sentirse orgulloso de todo ello. Pero lo bonito es hacerlo cuando todo se tuerce, cuando caes. Eso un piloto se lo lleva de por vida. Lo decía Dani Pedrosa el sábado del pasado año en Brno; al día siguiente ganó. Soberbio. Y la victoria fue para todos aquellos que habían sufrido con él.

Llegó el día en que perdió Marc Márquez. Ese 2014 dorado se oscureció por primera vez en el pasado premio de la República Checa. Fue Pedrosa quien relució su humanismo, pues las dos ruedas no entienden de un sólo inmortal. Ganó así la precisión, la limpieza, el estilo fino del inconfundible veintiséis. Quedaron atrás los derrapajes, las inclinaciones imposibles y las salvadas improbables. Reinó la delicadeza, presente en las cuatro posiciones que tuvo que escalar para ser primero, partiendo desde la quinta posición.

Foto: Repsol Media

Y fue una carrera preciosa. No sólo por Dani, sino también por Jorge Lorenzo y Valentino Rossi. Era el triunfo de la vieja escuela, cohibida por el novato que había hecho fácil un deporte que es lo contrario. Fue recuperar la autoridad perdida, una prueba de que podían seguir mirándole por encima del hombro. Ahí arriba, en lo más alto, mientras él lo contemplaba en boxes.

Todo comenzó con la mala salida de Márquez. Los rebufos de las Ducati atacaron al instante, las Yamaha hicieron la réplica y su compañero de equipo calcó la estrategia. A partir de ahí para el de Cervera fue una lucha constante en un circuito que de antemano no le gustaba nada. Con Lorenzo en cabeza y Márquez peleándose con el resto, Pedrosa fue a lo suyo. Sin que nadie le molestaste y aportando calma. Que ya llegaría la remontada.

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Le costó la pelea con Andrea Dovizioso y Andrea Iannone, más que la que solventaría más tarde, pero salió de ella como hacen los grandes. Dura pelea también la de Marc con Iannone, recordando Moto2 carenado con carenado. Y ambas hicieron las delicias del aficionado, eufórico, porque cambiaba la melodía en MotoGP. Casi impensable. Mientras Lorenzo seguía en cabeza, pero Pedrosa venía acortando distancia. Motivado como nunca y viéndose el único capaz de ganarle el ritmo.

Y lo hizo. Llego el ecuador de carrera y pasó su Honda, al fin en guerra, sobre la Yamaha. Atrás Valentino pensó lo mismo, pasando a Márquez en un adelantamiento que el bicampeón no le debatiría a expensas de diez vueltas. Quedaba la cabeza marcada hasta el final, a pesar del ímpetu de Lorenzo, quien dijo que le faltó una vuelta más para cazar a Pedrosa. Pero las vueltas eran las que eran y la carrera ya estaba hecha.

Foto: Repsol Media

Ganó Dani Pedrosa haciéndolo así también el humanismo. Se demostró que Márquez no era inmortal dejando la victoria, por primera vez ese año, en nombre de otro. El que sea el más humano de todos, dicho sea, porque no hay otro piloto que haya sufrido más la injusticia de este deporte.

Fuerte, fino y humilde no ha conocido todavía la sensación de encontrarse con el título más importante de todos. Son los caprichos de la categoría reina, la misma que le dio en Brno su victoria número veintiséis en MotoGP. Como el número que lleva pintado en su moto, el que ha defendido tanto frente a tantos.

Fueron felices también Lorenzo y Valentino. Habían recordado lo grandes que eran en una temporada donde parecía que sólo existía un piloto. Ilusos que desconocen que una victoria se engrandece por el rival con el que se bate. La élite del motociclismo moderno estaba arriba, reunida de nuevo. Y se lo tomó heroico Márquez, saludando a su compañero en la vuelta de honor. No pudo ganarlas todas, pero ganó diez que es de leyenda.