Se cumplieron los pronósticos. En un mundial marcado por la hegemonía del hemisferio sur, los reyes del rugby mundial no estuvieron dispuestos a abdicar, y sometieron a Australia como si de un vasallo se tratara, con un rugby vibrante, intenso y muy incisivo, aprovechando la velocidad de jugadores como Savea y Maanonu. Cuatro años después, el rugby neozelandés logra la Copa Mundial, y se erige en el gran dominar del rugby.

Fue encomiable la actitud de los wallabies, que creyeron en sus posibilidades en todo momento, sin dejarse distraer por el notorio favoritismo de sus vecinos y rivales. Salieron espoleados recordando la victoria de hace apenas unos meses en el Rugby Championship, pero el helecho plateado adquiere un brillo distinto en la cita mundial.

Dan Carter, gran dominador

La figura del pateador siempre adquiere un significado especial, mediático. Siempre bajo la mirada de las cámaras, siempre dispuestos a sumar puntos. Pero no resulta nada sencillo manejar la tensión y erigirse en el líder espiritual de tu equipo. Meter las patadas decisivas es un arte que no dominan algunos de los mejores del mundo, y es por eso por lo que Dan Carter se encuentra en otra esfera.

Haka del equipo neozelanés. Foto: rugbyworldcup

Media hora de rugby en el fango, donde las defensas brillaron

El encuentro fue muy duro desde el inicio, con los australianos intentando enfangar el juego mediante el empuje del trailer que encarna su delantera. Ambos combinados nacionales estaban muy frescos, y conscientes de que las fuerzas se irían desgastando y las oportunidades aparecerían. Sin embargo, la primera parte fue una guerra de guerrillas, solo rota por el empuje neozelandés en el tramo final. Carter y Foley habían medido sus fuerzas, y los australianos vieron cómo perdían terreno cuando el marcador se aproximaba al 40.

Fue ahí cuando los all blacks olieron la sangre y se lanzaron con todo al campo australiano. Carter convirtió dos golpes de castigo, aunque el diferencial fue el ensayo de un Milner-Skudder iluminado durante todo el campeonato, que al filo del descanso, otorgó una ventaja numérica y psicológica a los kiwis. Tras la conversión de Carter, el marcador lucía un contundente 16-3 al descanso.

Maanonu solventó su tímido mundial con un partidazo en la final

El ímpetu neozelandés no cejó en la reanudación, y apareció un Maanonu cuyo tímido campeonato queda ya en el olvido tras el partido cuajado en la final. Abrió huecos de manera constante, y acabó por desesperar a los australianos, que vieron cómo en el minuto 42 este prodigio de la naturaleza se plantaba en su línea de marca, y daba una ventaja ya considerable a los neozelandeses.

Reacción australiana... en agua de borrajas

Carter no logró convertir, pero tendría oportunidad de redimirse. Los australianos ya no podían especular más y se lanzaron a tumba abierta al ataque. Como si de una carga de pretorianos se tratara, percutieron los wallabies en el campo de los all blacks.

Pocock posaría el balón en la zona de marca en el minuto 53, y Foley cumplía con lo esperado. El runrun se despertaba en Twickenham, y mucho más viendo cómo el carrusel de cambios de ambos equipos en el minuto 60, dotaba de un poderío aún mayor a los wallabies. Por medio de Kuridrani, lograron un espectacular ensayo que, bien secunado por Foley, les colocaba a tan solo cuatro puntos.

Fue en ese momento en que algo cambió. Si de una película se hubiera tratado, la mirada de la estrella neozelandesa se habría paseado por la catedral del rugby, habrían sonado acordes heroicos y todo su talento habría salido a la luz. Carter acudió al rescate de una Nueva Zelanda herida e insegura. En el minuto 70, tras una larga jugada de ataque, el pateador kiwi colocó un drop desde 30 metros que quedará para la historia.

No contento con eso y en su afán por asegurar la victoria, unos minutos después aprovecharía un error en la melé de los australianos para colocar un golpe de castigo desde casi 50 metros. El trabajo sucio estaba hecho. Nueva Zelanda despertaba de su letargo, y se daba cuenta que lo que había vivido era una pesadilla, y "papá Carter" había espantado los fantasmas.

Con la alegría de verse ya dominadores y ante la osadía de un Foley que se lanzó con todo al ataque intentando morir con honor, el bueno de Barret se marcó una carrera digna de un velocista, para lograr el ensayo con que ponía fín al mundial. Carter quiso dejar su impronta en la conversión y así acabó todo. Nueva Zelanda campeona del mundo. 41 después del inicio de uno de los mayores eventos deportivos del mundo, los all blacks reeditan su título. La mejor noticia es que ya solo quedan cuatro años para volver a disfrutar de un mundial.