Los recuerdos son batallas vibrantes que se mantienen perennes en nuestro hipotálamo. Dicen que las derrotas son difíciles de olvidar. Son cuchilladas que se clavan una y otra vez en nuestra mente. Pero también es cierto que las victorias son mágicas. Conquistas imborrables que provocan que nuestra alma se ahogue en un mar de lágrimas de alegría. Cada año que pasa hace que ese hecho engrandezca más nuestro legado, que será narrado generación en generación.

Cuando llegue el 2 de julio, algo conmoverá el alma de Conchita Martínez. Es una especie de ‘clic’ en su corazón. Tardará poco más de 2 segundos en darse cuenta por qué. Ese día se cumplirán 20 años de la mayor gesta española en el tenis femenino. Dos décadas desde que Conchita Martínez se hizo Reina de Inglaterra, tiró la raqueta al aire mientras el revés a una mano de Martina Navratilova se marchaba fuera. Un grito que estremeció la tierra de Wimbledon. Sí, algo impensable: una española conquistaba el trofeo por antonomasia del tenis mundial.

Cuando Conchita Martínez se despierte esa mañana del 2 de julio de 2014, durante el día no parará de rememorar cada retazo de aquel inolvidable partido. Una subida a la red equivocada. Una doble falta en el momento más inoportuno. Un ‘winner’ que besa la línea blanca. Pequeños detalles en los que implorará regresar a aquella tarde de verano, primaveral en tierras británicas, donde tocó el cielo con su raqueta.

El camino

Parecía que era imposible ver a una tenista española levantar el trofeo de Wimbledon. Como si ese premio estuviese enclaustrado en la más absoluta negatividad española. Generaciones y generaciones de tenistas, y amantes del juego de la raqueta, perecieron en su ansiado deseo de ver a una española gritar con rabia la victoria en el pasto de Londres. Lilí Álvarez, en los años 20, alcanzó tres veces la final. Perdió en todas ellas. Hablamos de 1926, tiempos que rememoran a otro siglo, otro estilo de juego. Otra vida, Otra época. Algo lejano. Pero en el año 1994 el corazón de una guerrera se propuso cambiar la historia. ¡Vaya si lo hizo!

Un año antes de la gloria, Conchita sumó 71 victorias y 5 títulos

Antes de ello, Conchita venía demostrando su tenis excelso y sin fisuras. Consiguió la medalla de plata en los dobles femeninos en Barcelona 92, un hito histórico para el tenis en nuestro país. Pero si hubo un año que marcó lo que vendría después fue 1993. Durante ese año mágico logró 71 victorias, logrando 5 torneos, entre ellos el de Filadelfia, donde superó en la final a la número uno del mundo, Steffi Graf. Precisamente ese año, Conchita llegó hasta semifinales de Wimbledon, donde precisamente Steffi Graf la apeó de la final. “El año que viene volveré con más fuerzas”, expresaba la tenista española por aquel entonces. Nadie esperaba que un huracán aragonés dejara secuelas al año siguiente.

La gloria

La madurez deportiva influye en muchos factores. Existen tenistas que alcanzan su madurez deportiva a los 25, otros a los 27 e incluyo muchos a los 30. Conchita, con solo 22 años, estaba preparada para el reto mayúsculo que se había planteado. Volvía a Londres. Año 1994. Más madura que ninguna, con el mejor drive del circuito. Superó las tres primeras rondas sin apuros, sin ceder un solo set. La australiana Radford, en octavos, alargó el partido a 3 sets, al igual que la americana Lindsay Davenport, pero ambas sucumbieron al poderío de Martínez, quien mostró un tenis granítico, sin fisuras. Un revés sólido y una derecha poderosa. Conchita andaba con pies de plomo hacia la eternidad, pero Lori McNeil, en semifinales, le haría sudar tinta china.

Pasaron 70 años para volver a ver una española en la final de Wimbledon

La norteamericana puso en muchos aprietos a Conchita, quien tras perder el primer set por 6-3 se repuso para ganar 6-2 el segundo. La tercera manga fue aquella de las que hacen época. Esas que buscas en Youtube una y otra vez para no cansarte jamás de verlo. Una igualdad impresionante hizo que se llegase al 8-8 en el marcador. Pero la guerrera nacida en Huesca no era la misma que hace justo un año había caído eliminada en la misma ronda. Agarró el mango de su raqueta con más fuerza que nunca. Rompió el saque de la estadounidense para rematar el partido con su servicio. No estábamos en los años 20. No era Lilí Álvarez. Era Conchita Martínez alcanzando la final de Wimbledon. Muchos se frotaban los ojos para creérselo, pero la mayor gesta estaba por venir.

La final

Navratilova felicita a Conchita. AFP

España se paralizó aquel 2 de julio de 1994. Una española estaba a un paso de alcanzar un trofeo que parecía tan cercano y lejano a la vez. Enfrente, Martina Navratilova, la tenista entre las tenistas. Jugadora eterna. 38 años a su espalda. Conchita Martínez se iba a enfrentar a su ídolo de pequeña, aquella tenista a la que pretendía emular. Una macedonia de sentimientos que debía controlar, para sacar en la pista toda la garra y la versatilidad que la caracterizaban. La gloria, a solo 12 juegos, o 18, o 20… Mejor no contarlo. La cuenta de la vieja nunca era buena consejera. Su entrenador, Eric von Harpen, había esculpido una tenista de época, que buscaba entrar en el Olimpo tenístico español. El partido, como cualquier final, no fue un camino de rosas.

Conchita conjugó un excelso juego físico y mental durante el torneo

Navratilova, bajo el peso de su favoritismo, buscaba ganar la final bajo el libro de manual en la hierba. Sólida al saque y efectiva en la red. Pero no contó con Conchita, quien durante el torneo, con la mente y su juego formando solo un ser, se adueñó de cualquier resquicio de la pista. Navratilova envolvía los puntos con revés cortado, trazando una telaraña de la que la española conseguía escapar poniendo la pelota donde dictaba su mente. El brazo correspondía, y el cóctel fue devastador. 6-4 para Conchita en el primero. 6-3 para la americana en el segundo. 5-3 en el tercero. Punto de partido para Conchita Martínez. Bajo el resto, Conchita cargaba sobre sus hombros la responsabilidad de la historia, de España y de su propia eternidad. Pero se quitó esa losa de un plumazo. En un punto para la historia, Navratilova no cejaba en su empeño del revés cortado, pero el punto lo dominó Conchita a la perfección, con serenidad. Pero notó un ‘click’ en su mente, como el que sentirá 20 años después. Una señal que la instaba a subir a la red, a morir matando. O matar muriendo. La figura de Conchita se hizo gigante. Un ‘Godzilla’ que cegó a la norteamericana, quien, sin fuerzas ante el ‘monstruo’ tenístico que tenía enfrente, lanzó su revés fuera.

La eternidad

Game, set and match. Las tres palabras más dulces que recordará Conchita Martínez. Lanzó la raqueta, sonreía de los nervios, poniéndose la mano en la cara. No sabía dónde ir. No se lo creía. Parecía un sueño, pero era realidad. Era campeona de Wimbledon. Sí, con letras mayúsculas. Hizo justicia con Lilí Álvarez, con otras muchas tenistas, con Arancha Sánchez Vicario, con ella misma, con España, con el tenis femenino. Se sentó en la silla y comenzó a llorar. Las lágrimas de la eternidad. La gloria de la tenista española más grande en las islas británicas.

Por muchos años que pasen, España no olvidará aquella épica victoria

Quizás toda esta historia la rememore Conchita este 2 de julio. Una película que su cabeza tiene guardada hasta el infinito. España no olvida aquella gesta, aquel logro, que permanecerá intacto por los restos. 20 años de la victoria de una española en Wimbledon, algo que nadie podrá quitar al tenis femenino, que ansía de una nueva reina capaz de esbozar una sonrisa de campeona en el pasto londinense. “Estaba más nerviosa por saludar a Lady Di que por el partido”, confesó años después Conchita. Pero aquella tarde de junio ella fue la reina de Inglaterra. 20 años de un legado tenístico de magnitudes bíblicas.