Por SERGIO MONTES.

Como en toda explicación, tanto objetiva como subjetiva, hay que definir cada término para poder darse a entender. Partiendo de alegría como “sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores”, según nuestro maravilloso diccionario de la lengua, yo quiero añadirle un matiz importante. Esas siete letras para mí se transforman en una sola palabra: Atleti. Ese sentimiento para el que no existen diccionarios capaces de definirlo. Sólo un corazón atlético puede entender qué nos pasa a los enfermos de esta pasión. Un corazón que en vez de bombear sangre, bombea coraje, orgullo, pasión, hermandad, constancia, sufrimiento y un sinfín de cosas que transforman al hombre o mujer que nace rojiblanco.

Y como casi todo en la vida, esa alegría que se alberga en el corazón tiene un por qué. Un por qué muy sencillo y complicado a la vez. Para mí, ese por qué de la alegría nació en mí un 27 de agosto de 2008 en un lugar que después sería mi casa para siempre: el Vicente Calderón. Y como lugar que me hizo sentir y entender todo, quiero relatar la historia que comenzó todo.

Volver a la Champions League

Recuerdo quince días antes cuando me encontraba con mi padre, un amigo suyo y mi hermano. Yo tenía diez años y mi hermano un par menos pero, como suelen decir, en el amor no importa la edad y con más motivo si se trata del glorioso. Yo, que amaba más al Atleti que mi hermano, estaba muy nervioso ya que después de muchísimos años, el Atleti podía volver a disputar la Champions League. Una competición que yo jamás había visto y que me fascinaba por su grandeza.

Nos sentamos frente al televisor para ver ese momento tan esperado. Jugábamos contra el Schalke 04 la previa, un desconocido en mi corto conocimiento de fútbol internacional pero, que a partir de ahí, pasaría a ser un equipo importante en mi recuerdo. Fue un partido muy raro, los alemanes no iban a darnos el pase así como así ya que debían pelear allí la eliminatoria antes de jugar la vuelta en el Calderón. Con toda la ilusión vi como ese día Pander, dichoso alemán, marcaba el 1-0 que dio ventaja a los alemanes. Un tío que solo marcó 5 goles en el Schalke y sí, uno bastante importante contra nuestro equipo. Lo que no sabían era lo que les esperaba a la vuelta. Contrariado como todo niño que ama al Atleti tras una derrota, pensaba que no éramos tan pequeños como nos hacían creer y mi padre me recordó: “en el Calderón lo remontamos”.

Pasaron catorce días desde entonces y yo solo tenía en mente ese partido. Con nuestros abonos bien guardados y asegurados, pusimos rumbo a la primera vez que viviría el himno de la Champions en primera persona. Ubicados en el primer anfiteatro del córner de Pantic, conocido por todos, esperábamos el pitido inicial con la fe y confianza puestas en los Simao, Forlán, Agüero, Leo Franco, Maniche, Pernía, Perea, Raúl García -¡cuánto te echamos de menos!-, Maxi, Ujfalusi, Heitinga y demás jugadores que nos harían vivir una noche mágica. Iniciaba el partido con un minuto de silencio por las víctimas de un accidente aéreo en el aeropuerto de Barajas. Tremendo minuto que nos cargaría de emoción para llevar al equipo en volandas. Recuerdo los primeros 20 minutos avasalladores con un Perea veloz y profundo que puso un centro para que Forlán rematase. Paró el portero y Perea volvió a centrar para que el Kun rematase de cabeza para igualar la eliminatoria. ¡Cómo grite ese gol! Empatábamos la eliminatoria y había sólo 70 minutos para volver. Cómo empujábamos desde la grada. Atónito y ojiplático cantaba hasta no poder más. A la media hora de partido Simao y el poste se encontraron jugando con la ilusión de todos nosotros, que veíamos como estuvimos cerca del 2-0. Pero lo mejor estaba por llegar.

Ya en la segunda parte, ‘Dieguito’ Forlán, vaya dos piernas se gastaba el fenómeno, entró en el área y con un disparo cruzado con la zurda -me recuerda al actual Carrasco- cruzó el balón al fondo de la red. Saltábamos de alegría mientras él se quitaba la camiseta dirigiéndose hacia el fondo sur del Calderón, el mejor de España. La fiesta seguía y el Kun hacía diabluras bailando a Höwedes y compañía. En una de las suyas, dejó sentados a un par de defensores y disparó a puerta. El portero la paró y el balón volvió a los pies del argentino que puso el balón rasito para que apareciese Luis García y metiese gol con la puntera. Era la sentencia y nos veíamos en Champions League, mientras mi hermano, mi padre y yo nos abrazábamos y saltábamos de alegría.

La Liga de Campeones es mi obsesión

Qué noche estábamos viviendo y que bonito era no tener colegio al día siguiente. Todo eran risas, abrazos y ojos emocionados mientras nos mirábamos y nos decíamos “este año vemos la Champions”. Pero faltaba la puntilla a un partido redondo, Maxi marcaría el 4-0 a pocos minutos del final. El estadio explotaba y hacíamos la ola. Qué bonito. Entonábamos todos al unísono el ‘dale alegría a mi corazón, la Liga de Campeones es mi obsesión’. Volvimos otra vez. Le dimos la vuelta al nombre del adversario para que se llamase Schalke 4-0 al mismo tiempo que ese día cambió mi vida de rojiblanco.

El árbitro pitó el final y todo el mundo saltó de alegría. Los jugadores agradecían el ánimo de la afición mientras nosotros cantábamos ese ‘Atleeeeti, Atleeeti’ atronador. Un sonido que explica el por qué de toda esta historia. Un grito que me hizo llorar de alegría, llorar de Atleti. Llore mucho mientras gritaba y le decía a mi padre que era impresionante. Él, orgulloso en su mirada, observaba reconfortado la alegría de habernos hecho del Atleti. Le agradezco a él por transmitirme este maravilloso sentimiento. Mis primeras lágrimas que cayeron deslizándose por mi infantil rostro hacia mi butaca del Calderón. Lágrimas que se quedarían grabadas para siempre en mi y en ese asiento de un estadio que me hizo comprender qué es ser del Atleti y por qué somos del Atleti. Lágrimas que empezaron un ciclo y lo terminaran cuando me despida de ese lugar donde he vivido tantos momentos, un lugar donde fui yo mismo y me sentí como en mi casa con 54.000 hermanos más.

Lloraré por ti cuando te marches, pero de alegría. Esa alegría que me enseñaste con un eco emocionante. Lloraré de alegría al saber que esto es para siempre y que la muerte no nos podrá separar. Lloraré de Atleti. Lloraré por ti, Atleti. Lloraré cuando lloren mis hijos por la misma razón que lo hice yo.


En Atleti_VAVEL, cada lunes, una historia personal como recuerdo del Vicente Calderón, que vive su última temporada.

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