Si tuviera que explicar la esencia del fútbol, tendría que remontarme, por desgracia, a tiempos pasados. Más concretamente, a las plazas de los barrios en las que niños y niñas corrían detrás de un balón. El fútbol más simple y puro que jamás ha existido. El de la calle. Tan sólo hacía falta encontrar dos latas, un portal decente en el que no te echaran la bronca, un banco o dos árboles próximos, para montar una portería. Y un balón, claro. Manteniendo una misma constante que se repetía sin importar a qué plaza fueras: el que llevaba el balón, ponía las normas; y cuando éste se iba, se acababa el partido. Un fútbol maravilloso. Y no hace falta viajar al pasado, e irte a las calles de Sant Pere de Vilamajor, para saber qué niño bajaba el balón en esas plazas: Marc Casadó. Un 'mandón' por naturaleza.

A sus 19 años, Xavi le ha brindado la oportunidad de defender la elástica del primer equipo del Barça. Un premio a la constancia, a la profesionalidad, al talento y a la humildad que lleva por bandera. Un hecho inexorable para el que lleva un tiempo siguiendo al bueno de Marc. Se lo ha ganado a pulso. Y más aún en una posición que tantos quebraderos de cabeza le está dando a la actual junta directiva liderada por Joan Laporta. Decir que será el futuro relevo de Sergio Busquets son palabras mayores. Pero pensar que pudiera serlo, si le dan la oportunidad y continuidad para demostrarlo, no es ninguna enormidad.

Casadó y su batuta

Simplificar a Marc Casadó en una faceta sería una injusticia al jugador que es, porque es capaz de dominar varios registros a un nivel altísimo. Pero más injusto sería no mencionar ese liderazgo que lleva innato. Ni 10 minutos llevaba en el campo, y ya estaba indicándole a Piqué, Bellerín y Marcos Alonso, dónde tenían que dar el pase en salida de presión. Interpretando de una forma sublime la función del tercer hombre. Y no sorprende. Es lo que lleva haciendo en todas las secciones inferiores del Barça por las que ha pasado: ser el líder. Es ese jugador que si el equipo fuera un cuerpo humano, elegiría ser el corazón. O si se tratase de una banda sinfónica, el que lleva la batuta. No sirve para ser uno más.

De la mano con su liderazgo, no podemos dejar en el tintero su facilidad para leer cada situación de partido. Es ese futbolista que, cuando hace falta correr, proyecta al equipo con un pase que rompe líneas, el que oxigena la jugada con un cambio de orientación, o el que duerme la posesión para defenderse con balón. Él necesita que se juegue al ritmo que él quiere. O mejor dicho, al ritmo que más le interesa a su equipo. Y este don que tiene vale oro para una idea de juego como la que pretende imponer Xavi Hernández. Sin despreciar su actitud en defensa. Va a la guerra con un cuchillo en la boca, y disputa cada duelo como si fuera el último. Hasta el punto que encajaría perfectamente que tuviera descendencia argentina. Y ahí compensa que, a pesar de no tener una altura dominante (1,72 m.), pueda llegar a serlo.

Por un momento, habríamos deseado que el partido durara 20 minutos más y poder seguir disfrutando de él. Porque aunque no juegue en una posición tan vistosa, su posicionamiento, su lectura de juego, su toma de decisiones -tan rápida y correcta-, y sus pases al primer toque en modo automático, son un manjar para el futbolero. Y más aun, sin saber cuándo será la próxima vez que tendrá la oportunidad de demostrar que está preparado para dar el salto. Plzen fue cuna de lo que todo el barcelonismo espera: el nacimiento de ese ansiado pivote para la próxima década.

VAVEL Logo
Sobre el autor