Históricamente, el Valencia CF ha sido un club respetado y aclamado por toda España. Acompañado por una exigente afición que no se contentaba con nada que no fuera luchar por títulos, viajaba por el país y por el continente haciendo gala de su buen hacer, con el que obligaba a hincar la rodilla a todos los rivales que osaban plantarle cara. Al igual que el tiempo, el Valencia ha ido pasando y su papel en el fútbol ha evolucionado: en la actualidad, el equipo ché vive por y para los partidos como el de hoy. Poco importa salir escaldado en tu visita a Las Palmas, o que el Eibar te meta cuatro goles en tu propia casa, si en el día más importante del año para el valencianismo contemporáneo estás acertado. Y hoy era ese día. Hoy el Real Madrid jugaba en Mestalla.

En este decisivo encuentro para los intereses valencianistas, los soldados blanquinegros salieron al campo extramotivados. A pesar de la inusual fecha del partido, puesto que el aficionado ché no está acostumbrado a ver partidos de su equipo en jornada intersemanal y menos a estas alturas de la temporada, los taquilleros habían colgado el cartel de ‘vendido’ días antes del encuentro. La relación entre afición y jugadores, que parecía rota y sin posibilidad de reconciliación, mágicamente volvió a ser lo que era años atrás, cuando el Valencia CF afrontaba todos los partidos con la intensidad de un equipo campeón. Una sinergia misteriosa rodeó Mestalla durante 90 minutos, sorprendiendo a todo aficionado al fútbol que todavía no comprende el objetivo actual del conjunto del Turia.

A los 10 minutos el Valencia ya mandaba en el marcador por dos goles a cero. Simone Zaza y Fabián Orellana fueron los encargados de encarrilar el partido, ambos recién llegados al equipo. El Real Madrid, que no parecía conocer esta faceta de los murciélagos, tardó unos cuantos minutos en salir de su estado de estupefacción (Varane todavía no se ha recuperado). A medida que los minutos pasaban, el equipo blanco se hizo con el control del partido y gozó de diversas ocasiones, hasta que Cristiano Ronaldo dio esperanzas a la parroquia blanca, con un tremendo testarazo a centro de Marcelo. Una vez más, el luso silenció las voces de todos esos detractores que parecen no tener nunca suficiente, y demostró que a día de hoy todavía es la insignia de este Madrid.

La segunda parte fue un monólogo blanco con fugaces destellos locales, que si bien no creó peligro, su incansable trabajo les bastó para resistir las acometidas del todavía líder de la liga, que no fue capaz de crear prácticamente ninguna ocasión de gol. Con el Valencia replegado en su propio área, el equipo de Zidane luchó por arañar algún punto que lo alejasen todavía más del segundo clasificado de la liga, pero no fue quién de derribar el muro que la zaga valencianista había plantado. Llegaron los últimos minutos y el público de Mestalla comenzó a redescubrir particularidades del fútbol que hacía meses que no veía (concretamente once, desde la última visita del Real Madrid), como por ejemplo ver a sus futbolistas acalambrados por el esfuerzo realizado. Parejo, en una de las temporadas más polémicas de su carrera como futbolista profesional, caía al césped desplomado, exhausto tras un titánico sacrificio. Realmente, el espectador que haya presenciado el partido de hoy podría haber pensado perfectamente que se trataba de un enfrentamiento entre los dos equipos punteros de la competición, donde había en juego mucho más que tres puntos.

El conjunto blanco no cesó de intentarlo, sin llegar a clarificar ninguna jugada que permitiese a sus arietes perforar la portería defendida por Diego Alves, pero un día más fue fiel a su carácter ganador histórico, y no dejó de creer hasta que el rencilla señaló el final del encuentro. Por su parte, el Valencia tampoco traicionó a sus principios actuales: no dejar de correr si es el Real Madrid el rival que tengo enfrente.

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Sobre el autor
Gorka Grande Carral
Estudiante de periodismo, focalizado a la rama deportiva. Intentando ver el deporte desde una perspectiva personal.