Ciudad de México: el ombligo de la luna, la ciudad cuya fama y gloria no acabará en cuanto el mundo permanezca, según el historiador Chimalpahin, y también, la ciudad en donde todo comienza, según los necaxistas.

Y es que una visita de los ‘Rayos’ a la capital mexicana siempre tiene un sabor especial, porque sucede más bien unas pocas veces al año, tres, para ser más precisos. El recuerdo, la nostalgia y el sentimiento de pertenencia e identidad que se experimenta en la comunidad capitalina que sigue al Club Necaxa, cada vez que el equipo visita a alguno de los equipos citadinos, se siente con mayor intensidad, pues, como dice el cántico, ‘El D.F. no te olvida’.

Lo que más de uno sí ha olvidado, hay que ser francos, es que el Estadio Olímpico Universitario, escenario del juego de esta jornada, fue casa de los ‘Electricistas’ entre 1955 y 1966, y que la compartía con el América y el Atlante, cuando solamente ellos tres eran los cuadros representativos de la Ciudad de México: los Pumas jugaban en Segunda División en ese tiempo y el Cruz Azul aún seguía siendo de Cruz Azul, en el estado de Hidalgo.

Pese a sentir que el Necaxa vuelve a jugar ‘en casa’, es cierto que regresa el debate sobre la verdadera localía del Club, y eso, todos lo sabemos, es una historia de nunca acabar: será mejor quedarse con la satisfacción de ver al Necaxa jugar en la ciudad y tener la oportunidad de verlo en vivo sin tener que ocupar todo el fin de semana para ello.

Aquí es donde la esencia del equipo gitano resurge: todas las canchas son su casa y ninguna lo es al mismo tiempo. El Parque Necaxa, el Estadio de la Ciudad de los Deportes, el Olímpico Universitario, el Azteca… todas han sido sede del once rojiblanco sin que en ninguna se haya hecho sentir una verdadera presencia, a excepción del primero, aunque esa historia pertenece a la noche de los tiempos del balompié nacional.

Dejando las remembranzas atrás, de regreso a la realidad, al aquí y al ahora: domingo, mediodía, la hora sagrada del balompié y un bloque rojiblanco, aislado en el extremo más alejado de la tribuna, gritó y saltó para hacer sentir al Club que ellos lo reciben con cariño, que no lo han olvidado, que su afición, su corazón, su alma y su pensamiento están aquí, que ellos nunca se mudaron a otro estado, que el Necaxa es uno de los clubes clásicos de la Ciudad de México, aunque lleve más de quince años operando a cuatrocientos kilómetros de distancia.

Los Once Hermanos’ saltaron a la cancha estrenando su vestimenta de visitante, en colores gris y negro, tenebroso presagio que, efectivamente, se cumplió en el juego y el marcador final: un Necaxa borroso que terminó perdiendo de fea forma. El aficionado de a pie le echará la culpa a Memo Vázquez, bajo la premisa de que él es universitario de origen y que nobleza obliga; el forofo, el ultra, a la ausencia de las franjas en el uniforme que, como cábala de mal agüero, jugará el papel de factor en contra ¿en lo anímico? ¿En lo sentimental? ¿En la manera en cómo los jugadores sienten la camiseta? Uniformes más impresentables se han visto en tiempos menos felices y nadie dijo nada.

Para un seguidor más inclinado a la estadística, la racha negativa de los ‘Rayos’ en el Olímpico Universitario sería una opción más plausible para pasar mejor el mal trago; para cualquier otro, hacen falta Gallegos y un González para poner orden, así que hará votos para la pronta recuperación del ‘Pipe’ y la incorporación de Baeza.

Cada necaxista ha sabido encontrar su propia cura para el dolor de las derrotas.

Poco importó, por supuesto, que en las últimas dos semanas el equipo haya jugado a nada, que el inicio de la temporada es palpable, que los refuerzos aún no se acoplan al futbol mexicano; que este cuadro no es el mismo del semestre pasado, que su medio campo es una autopista libre y que en general es un conjunto sin una propuesta concreta. Nada de eso importó, de momento, porque Necaxa estuvo hoy al alcance de la mano y el necaxista de la era pre-Aguascalientes pudo saborear de nuevo un domingo de futbol en la ciudad, aunque su equipo haya sido derrotado.

La ciudad no lo olvida, aunque el club, de ella, sí.