El catalán volvió a su casa, donde había estado once años en el fútbol base. Era el elegido. Muchos nombres sonaron pero Planagumà fue el que convenció a los responsables del fútbol base espanyolista. Uno de la “minoría” para seguir el legado que dejó Sergio González y que tan buenos frutos está dando.

El partido de Planagumà comienza en los prolegómenos del mismo. Un saludo al otro míster, a los jugadores contrarios que conoce y una charla desenfadada con todos ellos a la vez. Lluís tiene tiempo para todos y si el partido tiene que empezar más vale que el colegiado deje que Planagumà acabe la conversación.

El nuevo técnico periquito es puro nervio en la banda. Si Sergio González se caracteriza por ser un hombre pausado y tranquilo el nuevo entrenador es todo lo contrario. Para arriba y para abajo, de un lado para otro, se sienta y se levanta. Quema calorías por doquier sin que su frente quede perlada de sudor. Su vicio es estar ahí, al pie del cañón preparado para alabar el trabajo de sus pupilos. Ya sea con un simple “genial” a grito pelado, con los dos pulgares alzados o con una mirada seguida de un golpe de cabeza Planagumà elogia a sus jugadores, y ellos sacan pecho al ver la aprobación de su entrenador.

Zas, zas y zas. Movimiento de manos a velocidad extrema para explicar una jugada, manos de arriba abajo para reclamar una pausa en el juego o una señalización a su muñeca para que Koke pierda tiempo sacando de portería. Aun así, a Planagumà le queda mucho repertorio. Todavía se guarda su arma secreta: el silbido silencioso. Coloca sus labios en alguna posición inverosímil y descarga toda su potencia en forma de pitido ahogado, casi contenido, que recuerda a un silbato para perros. Planagumà llama a los suyos desde la banda pero nadie le hace caso, aun así él sigue intentándolo sin suerte. Solamente él tiene la receta para conseguir semejante sonido. Ante la negativa de sus jugadores a hacerle caso recurre al socorrido grito: “¡Jaf, desmárcate!”. El atacante obedece y marca el gol de la victoria. Planagumà sonríe y aprueba la acción de su futbolista.

Si hay fallos en el equipo espanyolista el míster no lo resalta, si hay aciertos los subraya con las técnicas antes citadas. Así, Planagumà se asegura tener contentos a sus jugadores. Siempre es más formativo un refuerzo positivo que una reprimenda y Lluís lo sabe. No obstante, entre tanto alago, también hay sitio para las risas. Si hay un balonazo en la cara de un jugador suyo primero se preocupa y luego, girándose hacía al banquillo, se ríe disimuladamente con sus ayudantes. Sin embargo, el míster vuelve rápidamente a sus tareas como motivador. Vive para entrenar y el estilo de juego que imprime a sus equipos, mezclado con sus ánimos, está dando los resultados que se esperan.