La maravillosa e incomprensible minoría

La consigna del Espanyol ha pasado a ser "Meravellosa minoría", algo que contrasta con la mentalidad derrotista de un buen grueso de la afición espanyolista. El pesimismo hereditario es la religión que se venera en el templo de Cornellà y pese a tener un equipo ilusionante la hinchada no acaba de confiar plenamente en el equipo.

La maravillosa e incomprensible minoría
Foto: Pere Puntí.
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Por Héctor Farrés

En Cataluña hay una amplia gama de equipos repartidos por todas las divisiones del fútbol estatal. Desde Barcelona y Espanyol en la Primera División hasta Gimnàstic de Tarragona u Olot en Segunda B. El monstruo blaugrana se lleva la mayor parte de admiradores mientras que Betis y Real Madrid le siguen a mucha distancia. El Espanyol, equipo de la capital catalana e histórico del fútbol patrio, queda relegado a una inexplicable cuarta plaza. El conjunto periquito no entra en el podio; no existe una medalla para el Espanyol, que se tiene que conformar con tener un diploma olímpico.

El Espanyol no se lleva en tierras catalanas. Lo mainstream es dejarte llevar por la multitud hacia el mundo blaugrana. Pese a eso el Espanyol tampoco goza de la simpatía que se le tiene a aquello underdog – que traducido al idioma coloquial es un equipo segundón - . Miradas de repudio, comentarios innecesarios y preguntas, muchas preguntas. ¿Si eres catalán porque no eres del Barça?, ¿No aburre no ganar nunca nada? o ¿Toda tu familia es del Espanyol?, ésta última siempre con exclamación.

La modernidad de Barcelona es inversamente proporcional a la tolerancia del pueblo catalán en lo futbolístico, ya que en otros ámbitos reside en él el espíritu de Nelson Mandela. Ante tal panorama los encargados del márquetin periquito decidieron cambiar este año de eslogan: de La força d’un sentiment a Meravellosa minoría, apelando así al poco pero fiel respaldo que recibe el Espanyol.

Del American Dream al pesimismo debidamente fundamentado

De un día para otro la urbe barcelonesa amaneció con buses y carteles que rezaban el nuevo lema del Espanyol. Otra etapa parecía iniciarse lejos de la desgana de la hinchada vivida el curso pasado. Sin embargo, el primer partido de Liga en casa, con espectáculo de pirotecnia incluido, mostró que los brotes verdes nunca existieron y que el optimismo puesto en la masa social iba a ser inútil. Tan solo 16.000 personas en un estadio con capacidad para 45.000.

"Otro año igual, la próxima temporada no renuevo", dice un señor ataviado con una gorra repleta de pins que dejan en el centro de la misma el logotipo de DANI; al lado, otro con auriculares puestos y bufanda al cuello murmura "hace falta alguien en el centro del campo, no tenemos nada". Todas las expectativas puestas sobre el equipo se caen como una torre de naipes transcurridos 180 minutos de Liga.

El aficionado blanquiazul sale apenado del estadio pero rápidamente le reconforta saber que tenía razón desde la pasada temporada. La experiencia en la trinchera espanyolista supera con creces la que puede tener cualquier entendido en el fútbol. Es más, para el espanyolista el experto en fútbol no es experto en nada. La pejiguería del hincha periquito por cualquier cosa es absoluta e intocable. El ritual comienza en los prolegómenos del encuentro. Una tertulia atestada de críticas hacia cualquier cosa. Aquello es una absoluta metralleta de insultos, maldiciones e improperios hacia todo jugador del Espanyol que no pase por su mejor estado de forma.

Ya con los 22 jugadores corriendo sobre el césped – aunque para el espanyolista los futbolistas blanquiazules caminan – continua el rito. A medida que el partido pasa y el equipo encaja el primer gol los pesimistas comienzan a reafirmarse. No importa qué tipo de rebatimientos se hagan, pues ellos siempre tienen la razón. El segundo gol fundamenta totalmente la lógica del tipo, que está al borde del delirio al ver todas sus secretas plegarias cumplidas. Está a punto de llegar el clímax del ritus periquitus: gol del Espanyol. Es ahí, donde se ve con total lucidez la ilógica lógica del comepipas en cuestión. Celebra el gol con rabia, sabedor de que puede llegar el empate, pero se retuerce al recibir ese gancho de izquierdas en forma de tanto propinado por un jugador catalogado como "nefasto". Duele ver cómo un jugador al que se ha criticado hasta la saciedad sale al rescate del equipo. La sinécdoque sale rápidamente de su quijada: "Este gol lo marcan hasta los niños. Aunque haya marcado sigue siendo un inepto". Todo queda razonado y demostrado con hechos. El partido acaba y el ego del aficionado crece al mismo tiempo que saca pecho por haber predicho el resultado. Se siente fuerte y ya espera con ansia la llegada de una nueva debacle con el color de los pitufos, que con gracia se venden en las dos tiendas que posee el Espanyol.

No hay duda. El aficionado es Gárgamel con la gabardina del Inspector Gadget. Esta sutil metáfora va al dedillo con la personalidad de gran parte de la hinchada periquita. El malpensar con mil y un argumentos pueriles como arma arrojadiza a todo aquel desertor de la filosofía "tribunera". El pesimismo creciente en la masa social del Espanyol es una mala hierba que erradicar. El Power8 Stadium cada vez está más desierto. Las plantas rodadoras ya campan a sus anchas por el cuidado césped. La afición como un apéndice más del equipo ha desaparecido al más puro estilo del dedo meñique, algo que no puede ser en un club de casi 114 años de historia. Bipolaridad de pensamiento es lo que resume el pensamiento mayoritario del seguidor blanquiazul. Esta temporada, en dos partidos, ya se han visto las dos caras de la moneda. Todavía está por ver de cuál cae más este curso.