Año nuevo, vida nueva. Eso esperaban certificar los rayistas y contradecir los castellonenses, tan preocupados los unos por su posición como gratificados los otros. Atronaban los cánticos de los “bukaneros” a los jugadores que esperaban en el túnel de vestuarios. El resto de las gradas tenían muchas calvas. En los onces titulares, algunas novedades respecto al último partido de Liga. Jémez devolvía el timón a Trashorras y para ello sentaba a Perea, desdibujando el puzle de la zona superior. Por la parte de Marcelino, en el banquillo se podía encontrar a jugadores poco habituales en esos lares como Giovani, Aquino o Bruno.

Quizá esos pilares amarillos fueron los causantes de un inicio de partido cruzado por una franja roja. Los espacios para Lass son un manjar. El guineano lanzó un cambio de ritmo diabólico y Adrián estuvo a punto de aprovecharlo, pero la defensa amarilla le taponó a bocajarro. El Rayo Vallecano ganaba en sensaciones, que se solidificaron con el fusil de Gálvez a balón parado. Dejó el central su muesca en el larguero.

El don de la oportunidad

Pero el fútbol no se casa con nadie. Es infiel por naturaleza. Cuando mayores caricias le prestaban los madrileños, Uche la mandó a guardar. Un contragolpe que desemboca en los pies de Perbet, el francés golpea defectuosamente, pero Uche transforma el error en pase de la muerte. El gol, en la red, inamovible.

Sin dejar que sonara la campana, el Villarreal calentó puños y combinó un segundo golpe. Con maneras de equipo grande, no necesitó jugar bien y le bastaron un par de minutos. Antes del primer cuarto de hora, Perbet tocaba levemente un centro de Moi Gómez y silenciaba un minuto los incansables cánticos.

El “shock” al Rayo le duró un instante. Hasta que Saúl pivotó y, desde el vértice del área, probó a Asenjo. Los vallecanos reavivaron el fuego y echaron carbón al horno. El caño malabar de Viera solamente pudo ser ensuciado por la madera, enemiga del Rayo por segunda vez en la noche. Y la zurda de Lass, un látigo desde lejos. Después Viera otra vez. Y el balón suelto, vivo, de paseo. Viera cediendo con la cabeza a Gálvez, que la mandaba por encima de la portería desde el área pequeña. Pólvora mojada.

El Villarreal devora a un Rayo hambriento

Imágenes que se sucedieron en los desesperados aficionados vallecanos, que además de no inaugurar su marcador, veían temerosos los contragolpes amarillos. En uno de ellos pudo acabar con la ilusión Perbet, pero el balón chocó con el lado equivocado de la red. Se le quedó al delantero francés la cuenta pendiente. Entonces, después de la ristra de ocasiones, el fútbol mostró un rostro no ya infiel, sino traidor. Otra conducción de Moi Gómez, el Krueger de Tito esta noche, cedió en bandeja el balón a Perbet para que éste saldara su deuda particular. 0-3 y a cobrar. Llegó el descanso, dubitativo de a cuál de los dos entrenadores le vendría mejor.

A pesar de todo, en los primeros segundos tras la pausa, el recién ingresado Nery Castillo cazó al vuelo un balón llovido, pero sin fortuna. Había entrado en sustitución de Adrián, de la mano de Mojica, que a su vez reemplazó a Tito y empujó a Nacho al traslado a la banda derecha, en pos de sujetar al frenético Moi Gómez.

Bueno rozó un centro de Gálvez con la testa, pero la fe se fue resquebrajando con el paso de los minutos. Aquino fue agua entre esos resquicios y montó un contragolpe en solitario. Recorrió todo el campo, esquivó piernas rivales y regaló primero el balón a Perbet, pero cuando Cobeño rechazó y el cuero le quedó de nuevo al mexicano, éste no dudó en cederlo de nuevo, esta vez a un Uche sin oposición. El cuarto y subiendo.

Crueldad en su máxima expresión

A perro flaco todo son pulgas. El tanto marcado por Gálvez, rota la pelota de pura rabia, fue anulado por fuera de juego. Para colmo, lo era. La crueldad en Vallecas alcanzó cuotas extremas cuando un fortísimo saque de falta de Trigueros obligó a estirarse a Cobeño. Su mano solitaria sirvió para despejar, pero no atrapó y el guardameta no pudo ser hombre de Vitruvio en el rebote que cayó a Uche. “Hat-trick” del nigeriano y manita amarilla.

Sesenta segundos después, Nery Castillo consiguió un gol anecdótico. El mexicano del Rayo recogió el balón raudo y se lo llevó bajo el brazo. Cada gol es un rezo al culto de la fe. También anotó desde los once metros, pero el partido, desde la quinta pica amarilla, fue sangre y lágrimas en Vallecas. Sin desmerecer al Villarreal, los espacios kilométricos en defensa son un tesoro para arquitectos del contragolpe como son los chicos de Marcelino. Hasta que la ventaja se hizo insalvable para creyentes y ateos, los de Jémez merecieron más. El fútbol le rompió el corazón al Rayo.

Fotos: Dani Mullor | Vavel.com