Los momentos en los que se desnudan las propias falencias son esclarecedores y cuando hay autocrítica, se pueden convertir en puntos de inflexión que marcan el inicio de nuevas y mejores tendencias.

Lo sucedido en Ibagué es notorio más cuando el Deportes Tolima siempre muestra un desempeño oportuno y generalmente supera el control táctico ofrecido por sus rivales. Son varias las alternativas y las características del curso estratégico de los partidos. Hay juego largo cuando el contrario quiere ser ofensivo, juego asociativo cuando el rival es más cauto y quiere tomar posesión del mediocampo, y un juego que abre las puntas y se cierra a través del rompimiento hacia el centro, cuando el rival se instala en líneas defensivas. Juan David Ríos es el enlace que logra dar cohesión a estos aspectos cuando el partido muta entre áreas y esquemas; Jaminton Campaz da el toque subversivo y pone el talento necesario para romper con líneas férreas y a veces ultra defensivas; Juan Fernando Caicedo, cada vez menos incomprendido y de quién ya pesa la ausencia (esta función ahora la suplen no con la misma efectividad, pero sí con mucha entrega Ortiz y Hernández), abre espacios, lucha sin tregua y aprovecha el juego que se abre desde las puntas, las mismas que embaten continuamente Jeison Angulo, Luis Miranda, Anderson Plata, Jaminton Campaz y Omar Albornoz.

Y fue precisamente esta última zona, desde la cual se abastece el despliegue actual del vinotinto y oro, la escogida por Amaranto Perea para incomodar al local, para poner una presión organizada y siempre punzante, que no pudo ser descifrada y que dio al tiburón excelentes réditos. El balón durante el primer tiempo no fue de ninguno, a excepción de contadas escaramuzas que más favorecieron a la visita, y empezó entonces a cundir un desconcierto, que cuando aparecía menoscaba el ego del Tolima (se recuerda el caso de Unión La Calera), se convertía en errores en el campo, pasaba por la ira del técnico (quien trata de modificar la realidad con cambios nominales y esquemáticos) y terminaba en un juego insulso desde el cual queda poca certeza de alcanzar el gol que ponga las cosas en su sitio.

La idea del Junior aunque no era vaga, sí tenía menos expectativas. Cuando se empezó a notar que la presión podía ir adquiriendo metros, se posesionó más adentro del campo del Tolima. Por momentos, la conexión que protagoniza Juan David Ríos entre defensa y ataque desapareció, y el pijao se empezó a enredar en la salida, a tal punto que se perdieron balones una y otra vez, sin consecuencias graves, hasta que el castigo subió al marcador en el minuto 63 por medio de los pies del ex Tolima, Luis 'Cariaco' González.

Torres hizo lo que pudo, cambió a Junior Hernández por Omar Albornoz, a Luis Miranda por Andrey Estupiñán, y a Gustavo Ramírez y Juan Pablo Nieto por el 'Tico' José Guillermo Ortiz y Juan David Ríos. Trató de dar más velocidad y sobre todo, movilidad al equipo. Se vio a un Campaz más explosivo y solidario; se trató de hacer juego a un solo toque, buscando los espacios y cortando con diagonales hacia el centro, Albornoz cambió el perfil, pues las puntas ya estaban en entredicho y bajo el control del equipo barranquillero. Se apeló a la casta, a la jerarquía y al empuje, para llegar al arco rival. Se obtuvieron faltas al borde del área, hubo un tiro al palo, y mucho acercamiento, pero la realidad es que no hubo mucho temor en el arco del visitante.

Se fueron extinguiendo los minutos como si más rápido corrieran, nunca llegó el gol, y sobre todo, quedó una desazón de ver a un Junior superior tácticamente, postrando a un Tolima que cambió las ideas por empuje y con una noche para el olvido para jugadores importantes como Ríos, que sobre todo lleva a analizar la psicología del grupo, porque se siente una impotencia injustificada cuando el rival presenta estrategias sólidas de destrucción del juego. Es una tarea que queda en manos del técnico: descifrar cómo encaminar de forma adecuada a los jugadores cuando la cuesta está hacia arriba y no hacía abajo.