Los pupilos de Diego Pablo Simeone volvieron a dar una auténtica lección de valores, y fútbol, sobre el césped del Camp Nou, en el partido que decidía el primer clasificado para la final de la Copa del Rey. Los nervios eran evidentes, al igual que el favoritismo del Barça para hacerse con esa plaza de finalista, sensación que se agrandó con el cero a uno de Luis Suárez en uno de los primeros acercamientos de los culés a la meta de Moyá. Pero daba lo mismo, el Atleti seguía necesitando dos goles para luchar por el pase, recibiendo o no aquel gol, así que los rojiblancos firmaron una primera media hora digna de elogios. Presión, robo, intensidad, ocasiones, dominio... solo faltaba aquel gol tempranero que nunca llegó. Ahí estuvo la eliminatoria, en el acierto de cara a portería. Si Carrasco hubiera metido aquella, si Gil Manzano hubiera señalado aquel penalti a Torres... Probablemente, si ambas cosas hubieran sucedido, otro gallo hubiera cantado.

La realidad, guste o no, es que el Atleti fue muy superior a un Barça plano y falto de recursos, en el que solo Messi dio la cara (y la eliminatoria), pero también que los rojiblancos cayeron eliminados y se quedaron a las puertas de la final de la Copa, una competición siempre ilusionante. Ahora bien, hay maneras y maneras de caer, y la forma en la que lo hizo el Atleti fue más que meritoria: con un penalti fallado, un gol mal anulado por fuera de juego inexistente y todo el Camp Nou pidiendo la hora. El desenlace del encuentro no reflejó lo visto en el terreno de juego ni en el global de la eliminatoria, sin embargo, esta eliminación deja una cosa muy clara para toda la parroquia colchonera, el Atleti no ha dicho la última palabra, el Atleti solo acaba de empezar a dar de qué hablar.

La imagen de los colchoneros en la segunda parte del partido de ida en el Calderón y en todo la vuelta en el Camp Nou hace soñar a cualquiera. Se ha visto al mejor Atlético de Madrid del año, al más reconocible, al más esperanzador, a un equipo capaz de llegar a donde se proponga, y no se olviden de que el Atleti está muy vivo en Champions e inmerso en la batalla por la Liga. Solo el futuro sabe qué pasará en tres meses, qué espera a los rojiblancos esta temporada, lo que si que está claro es que, jugando de esta manera, el Atleti puede lograrlo todo, por muy imposible que parezca.

El propio Cholo lo decía: "No den por muerto a este equipo, el año pasado caímos con nueve jugadores en el Camp Nou y acuérdense de cómo acabó la temporada". Efectivamente, en otra final de Champions. Aquella derrota con dos jugadores menos fue el punto de inflexión de un año que acabó siendo histórico. Se cayó sí, como el pasado martes, pero, recuerden, hay maneras y maneras, y aquella fue la mejor forma posible de caer. Precisamente en eso creen todos y cada uno de los futbolistas que integran la plantilla rojiblanca, en que es posible seguir agrandando la historia del club siempre y cuando se muestre esa imagen ambiciosa de un equipo lanzado a por un único objetivo. El Atleti ha caído en la batalla copera, pero aún tiene dos guerras en las que luchar para resucitar.

¿Hay vida después de la muerte? Sí, sí que la hay.