Siglo XVII: la epidemia de Sevilla
Giralda de Sevilla. Foto: Fran Rodgue

El Guadalquivir, flanqueado a un lado por su preciada Torre del Oro y al otro por el barrio de Triana, se convirtió en el vigía del monopolio mercantil de entrada y salida de mercancías provenientes de ultramar. Durante la primavera de 1649, la ciudad se vio sumida en constantes inundaciones debido a sus problemas de canalización, lo que sirvió de puente para la proliferación de grandes enfermedades que acabarían con la etapa dorada de su historia.

Los anales señalan que los primeros contagios de peste se produjeron en el populoso barrio de Triana, donde unos gitanos introdujeron desde Cádiz unos paños que no cumplían las normas de salubridad. A partir de ese momento, el avance vertiginoso de la epidemia convirtió la urbe en una fuente de suciedad, delincuencia, inseguridad y precariedad sin precedentes. La muchedumbre enloqueció ante lo que parecía el fin de los días. La ciudad se vio sumida en un largo periodo de tinieblas, donde los cadáveres se amontonaban por las calles sin piedad. De esta manera, comenzó el abismo del reino.

Interior de la catedral Santa María de la Sede de Sevilla | Foto: Fran Rodgue
Interior de la catedral Santa María de la Sede de Sevilla | Foto: Fran Rodgue

La peste no entendía de clase social. Sus ansias destructivas se extendían de manera serpenteante por cualquier rincón de la metrópolis. Las rogativas y procesiones de feligreses impulsadas por una iglesia desbordada no daban sus frutos, llegándose a cerrar numerosos templos ante el aumento desenfrenado de casos infecciosos. La iglesia se convirtió en la principal benefactora de los bienes de aquellos que sucumbieron ante semejante infierno.

Fueron numerosas las instalaciones que se adaptaron para dar respuesta a las necesidades de la población, siendo el Hospital de la Sangre el que más casos registró. Un total de 60.000 ciudadanos perecieron en lo que se conoce como la mayor crisis epidémica de la historia de la ciudad.

Los años venideros se caracterizaron por importantes desequilibrios económicos, sociales y culturales salpicados por la "sombra de la epidemia" y cuestiones como la paradójica sequía de 1682 para un año más tarde vivir, literalmente, anegados, convirtieron a la capital del reino en una ciudad de tonalidades grises.

Cristo de la Clemencia de Martínez Montañés | Foto: Fran Rodgue
Cristo de la Clemencia de Martínez Montañés | Foto: Fran Rodgue

"Sevilla, ¡ay, mi Sevilla!". Tierra de contrastes donde la decadencia se fundía al tiempo con el desarrollo de las obras más impresionantes del barroco. Fiel testigo de personajes ilustres como Murillo, Zurbarán, Martínez Montañés, Juan de Mesa o Pedro Roldán. Obras que llegan a nuestros días como testigos silenciados de la historia de una ciudad llena de riqueza cultural.

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