Hay una serie de personajes casi legendarios que circulan por las piscinas de medio mundo. Algunos de ellos son desconocidos, otros son mundialmente famosos, como Lochte y sus zapatillas. Menos conocido es Anthony Ervin, varias veces medallista olímpico.

“Tony” Ervin se considera a sí mismo afroamericano, aunque a simple vista el color de su piel no lo delate. También es medio judío, condición heredada de su madre. Un tipo curioso, con síndrome de tourette desde su más tierna infancia, que muy temprano se vio obligado a tomar calmantes, algo con lo que llegó a jugar a la hora de competir, reduciendo su dosis para volverse más agresivo. Sin embargo, Anthony siempre fue un tipo raro, y pese a las victorias, odiaba competir.

Cansado, falto de motivación, Anthony decidió dejar el deporte de élite

Con solo 19 años sumó su primer oro olímpico, en Sidney 2000, en los 50m libres. En la misma cita ganó la medalla de plata en el 4x100 libres.El año siguiente, en el Mundial de Natación de Fukuoka, se hizo con el título mundial en 50 y 100m libres. En 2002 ganó medalla de plata en el 50 y 4x100 libres en el Panamericano de Natación. Ahí pareció terminar su historia como nadador de élite.

Cansado, falto de motivación, Anthony decidió dejar la competición, y comenzar un largo periplo por el submundo de los garitos llenos de humo y grasa. En pocos años pasó por una tienda de discos, una de tatuajes, y  por la guitarra de una banda de rock llamada Weapons of mass destruction. Todo muy bohemio, pero el mismo impulso que le hizo abandonar la natación, ese “gen” destructivo, le llevó a la bebida y a los alucinógenos. La gran manzana -sitio al que se trasladó después de dejar la competición- le perdió por completo. Pasó noches en la cárcel, donde se despertaba sin recordar nada. Llegó a intentar suicidarse atiborrándose de calmantes. Por suerte no lo consiguió.

Debió ser un revulsivo el fallido intento de quitarse la vida, porque a partir de entonces Anthony resolvió volver a encauzar su vida. Según sus palabras, los tatuajes constituyen “su nueva piel”, la piel que trató de forjar para dejar atrás su pasado. Imagine Swimming, la empresa fundado por un amigo y dedicada a inculcar el deporte de la piscina en los más pequeños, le ayudó a pasar los peores momentos. Tras todo esto, en 2007, decidió volver a Berkeley a completar el Grado en Inglés que abandonó por el camino. Lo consiguió a base de esfuerzo. No todo estaba perdido.

A los 31 años, después de casi once años retirado de la competición, Anthony Ervin anunció su vuelta a las piscinas. En realidad nunca se fue, sólo abandonó la competición, ya que siguió nadando y educando a los nadadores del futuro, no sólo como deportistas sino también como personas, algo que quizás debamos agradecerle algún día. Consiguió clasificarse para los JJOO en los Trials estadounidenses de julio de 2012, en su prueba favorita, los 50m libres.

No ganó medalla en Londres. Fue quinto en la final, pero nadie podrá negarle el mérito de volver a la natación por la puerta grande después de tantos años alejado de la competición.

A los 31 años, después de casi once años retirado de la competición, Anthony Ervin anunció su vuelta a las piscinas

El bueno de Anthony se reencontró consigo mismo a tiempo, y con 31 años no limitó a los Juegos Olímpicos de Londres su nueva etapa en la natación. En el Mundial de piscina corta de Estambul ha vuelto a subirse al cajón, esta vez como tercer clasificado, tras los dos gigantes Manadou y Morozov. Sin embargo, a simple vista se pueden apreciar las diferencias físicas entre estos dos y Ervin, que no destaca precisamente por sus abultados músculos ni su altura, sino por su depuradísima técnica de crol.

Anthony Ervin parece todo lo contrario a lo que debe parecer uno de los mejores velocistas del mundo. Sin embargo, su historia, su fuerza de voluntad y su carácter le han hecho un hueco entre los mejores. Merecido se lo tiene. ¡Fuerza Anthony!