En natación existe una expresión coloquial para referirse a lo que un nadador hace cuando no nada al cien por cien: darse un baño. Eso es lo que Sun Yang ha hecho hoy en toda una final de un Mundial, la de los 800m libres, en la que ha nadado rodeado de hombres de la calla de Ryan Cochrane, Oussama Melluli o Connor Jaeger.

Durante los primeros 700 metros marcó el ritmo el chino, sin imponer una diferencia que pudiera considerarse definitiva, al menos una diferencia cuantificable en números y metros, porque viéndole nadar nadie en el Palau o en su casa albergó duda alguna sobre la victoria final de Sun. Otro recital de técnica para enseñar a los niños en las escuelas.

Más de dos segundos ha sido la diferencia entre Sun y McBroom

Tal fue su superioridad que sólo a falta de cien metros y cuando vio que sus perseguidores comenzaron a apretar sacó a relucir su arma secreta: su batido de piernas. Hasta entonces nadó como se nada una prueba de larga distancia, moviendo poco las piernas y estirando la brazada, con el nado más estético del mundo, marca de la casa. Cuando este chico de 20 años se tira al agua a cualquier no iniciado le podría parecer que es fácil hacer lo que hace, pero nada más lejos de la realidad: parece fácil porque Sun Yang lo hace fácil. No es un crolista más, es el mejor.

Cuando Ryan Cochrane, Michael McBroom, Connor Jaeger y Oussama Mellouli vieron a Sun enseñarles la matrícula dieron por perdido el oro, si es que alguna vez habían tenido esperanza de colgárselo. Entonces empezó la lucha por los dos metales restantes, una lucha a muerte que no se decidiría hasta el final.

Al tocar la pared ha vuelto a demostrar su alegría gritando

El primero en descolgarse fue Mellouli, que tiene más fondo que velocidad punta y se hundió hasta la última posición. El siguiente fue Connor Jaeger, que no ha podido sumar su segunda medalla. Quedaron McBroom y Cochrane, los dos que escoltarían a un emocionadísimo Sun en el podio, en el que lloró escuchando el himno nacional chino. El orden fue sorpresivo: McBroom en el segundo cajón y Cochrane en el segundo. No entraba en casi ninguna quiniela el estadounidense, pero llegó a la pared como una locomotora.

Las lágrimas de Sun Yang en el podio obedecen a la misma razón que la rabia con la que celebró su victoria en los 400m libres del domingo: ha tenido que escuchar muchas críticas durante todo el año, las ha encajado, y ahora en el Mundial es cuando tiene la oportunidad de devolverlas ¡y vaya si lo está haciendo!