La sangre hierve, el corazón palpita, los nervios y el orgullo se toman de la mano para orar con una sola voz, pidiendo poder gritar con alegría por lo menos una vez. Y es que este no es un partido normal, perder no es tan simple, es cuestión de honor y orgullo. Y no, no hablo de un América – Chivas ni de un Tigres – Monterrey. Hablo de un clásico poco comercial, que aunque pasa inadvertido por gran parte del país, genera emociones que pocas veces se ven en su gente. Hablo del Clásico del Sur, Veracruz - Puebla.

Tuvo sus primeros antecedentes en la época de los 50’s, cuando la gloria colmaba a estos equipos. Veracruz, dos veces campeón de Liga y Puebla, dos veces campeón de Copa, protagonizaban duelos memorables.

Pero en la actualidad este clásico difiere en mucho del resto. Muchas veces la pasión y la gallardía no se reflejan en la cancha, los equipos corren como en cualquier partido, quizá el no ser originarios de las ciudades involucradas los hace ser indiferentes a tan grande pasión que en la gente existe. Por tanto, este partido tiene su principal disputa en la tribuna, pero claro, ésta no surgió de la nada.

La rivalidad de estas dos ciudades se remonta desde ya muchos años atrás y es que al confluir en una misma área geográfica, las diferencias en comportamiento y estilos de vida se hacen más presentes.

“Puebla es una ciudad hermosa, si tan solo no tuviera poblanos…” escuché decir alguna vez a un taxista del puerto. Y es que muchos jarochos emigran a Puebla con la esperanza de encontrar un buen empleo, dado las múltiples industrias que operan desde la ciudad. Al mezclarse, chocan personalidades muy distantes. Por un lado, el poblano es considerado como una persona trabajadora, esforzada, algo perfeccionista, seria, y por muchos, arrogante. Mientras que el veracruzano es famoso por su alegría, excentricidad, lenguaje exorbitante y comúnmente tachado como algo flojo y sensible. En el momento de trabajar juntos, a pesar de que ambos realizan sus labores de buena manera, el poblano siente que el veracruzano no rinde lo que debería, y en viceversa, el jarocho siente que el poblano tiene un complejo de superioridad. Esto incluso se refleja en otro escenario: Al sentirse inconforme, el jarocho recurre al término pipope (que muchos sabemos qué significa) y en defensa el poblano transforma su insultante significado en un: pieza poblana perfecta, la exuberancia y la arrogancia ya antes mencionados. Un servidor ha notado esto gracias a que en algún punto de su vida ha tenido la fortuna de vivir en ambas ciudades.

Este escenario se traslada a miles de personas durante muchos años y se crean estereotipos que constantemente chocan, provocando la gran rivalidad existente.

Por tal motivo, la pasión no se hace esperar a la hora de jugar fútbol y la tribuna se convierte en un espectáculo muy aparte de los 22 en cancha. Desde la semana previa, ambas aficiones se meten de lleno en el partido y buscan hacer pesar su estadio, aunque en la última ocasión, los jarochos invadieron el Estadio Cuauhtémoc con 15,000 Tiburones de corazón, suceso del que están muy orgullosos.

Lamentablemente, la pasión no siempre se proyecta de una forma grata y los altercados nunca se han hecho esperar en estos partidos. Peleas campales, autobuses apedreados, heridos y algunos detenidos son noticias constantes al finalizar un Clásico del Sur, pues tristemente muchos van más allá del espectáculo, dañando la integridad del deporte.

Pero con la fe puesta en que la nota se quede en la cancha, este sábado ambas escuadras se enfrentaran en el rinconcito donde hacen su nido las olas del mar, el Puerto de Veracruz. Quizá, la lucha por el no descenso motive a los dos equipos a dar un poco más de lo normal, a corresponder en la cancha lo que en la tribuna se vivirá. Porque no cabe duda que la afición cumplirá, pues a pesar de las diferencias, si algo tienen en común estos dos pueblos es el amor por su camiseta, por sus colores, por su grandiosa y tradicional historia en nuestro fútbol. Por eso y mucho más el Clásico del Sur, es el Clásico del corazón.