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Miedo y asco en Anduva

Osasuna volvió a perder ante un equipo de la zona baja y podría acabar la jornada colista. El equipo de Jan Urban se mostró indolente, falto de ideas y sin profundidad. Una vez más, el partido volvió a representar todos los males de los rojillos: posesión inerte, horizontalidad y fisuras atrás. El Mirandés supo jugar sus cartas y fue quien tuvo las mejores ocasiones hasta que, en el minuto 65, Urko Vera hizo el 1-0. Los navarros, que ni siquiera consiguieron tirar entre los tres palos, tuvieron su mejor opción en un penalti clamoroso no pitado sobre Cedric en las postrimerías del encuentro. | Fotografía: Rodrigo Jiménez [VAVEL.com].

Miedo y asco en Anduva
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Por Asier Ganuza

¿Por dónde empezar? Ah, el título. Posiblemente Hunter S. Thompson se decidiera a iniciar el llamado periodismo a lo gonzo cuando su redactor jefe le encargó la crónica de un partido así. Thompson, un escritor sin pelos en la lengua, bien podría titular este partido con una adaptación de su obra más sonada, Miedo y asco en las Vegas, pues hoy Osasuna disgustó —vamos a dejarlo ahí— a todo parroquiano rojillo y el principal sentimiento que queda tras el encuentro no es otro que el miedo. Miedo a lo que puede llegar. Miedo a la inestabilidad que vive el club tanto en lo deportivo como en los institucional. Miedo porque este Osasuna comienza a parecerse peligrosamente al del curso pasado —pero sin Riera—. Y hasta aquí, porque seguir no sería más que profundizar en una herida abierta que los jugadores y cuerpo técnico parecen poco dispuestos o incapaces de curar. Esperemos que no.

De lo ocurrido esta tarde en Anduva solo se saca una cosa en claro. Hay que cambiar y hay que hacerlo ya. Osasuna está luchando por mantener la categoría, por no descender a Segunda B. Esa es la realidad ahora mismo —y de los cuatro equipos que ocupan la zona baja, dos han derrotado a los rojillos y con los otros dos todavía no se han visto las caras—. Nadie duda del potencial de este equipo pero, o se encarrila debidamente, o los navarros conducen directos y sin frenos al precipicio. Por cierto, quizá es ese el único sentido en el que a Osasuna se le puede aplicar el adjetivo directo, porque ese es precisamente uno de las grandes contras del equipo de Urban. Dirigidos por Nekounam y Raoul Loé, siguen apostando por la horizontalidad, por el toque y desplazamiento; eso en baloncesto está bien, pero aquí está visto que no funciona. Y hoy, ante el Mirandés, tuvieron el mejor ejemplo práctico. Con la necesidad imperiosa de ganar e, incluso, con el 1-0, los jugadores de Osasuna no fueron capaces, no solo de tirar a puerta —Razak se mojó y poco más—, sino de acercarse, si quiera, a las inmediaciones del área burgalesa.

Otro de los problemas que evidenció el equipo navarro fue una preocupante falta de actitud. Sí, esa que parecieron recuperar ligeramente ante el Girona; aquello solo fue un espejismo. La garra y el carácter de la que siempre ha presumido Osasuna este año aparece en uno de cada cinco o seis partidos. Con honrosas salvedades como la de Nino —que, para ser justos, tampoco es el del principios de temporada—, los chicos de Urban se muestran pasivos en situaciones límites como las de hoy y el técnico polaco tampoco parece dar con la clave para encorajinar a sus hombres. ¿El resultado de todo esto? Lo que hemos visto hoy en Anduva: posesión absurda, nulo juego ofensivo, falta de concentración, errores no forzados, fragilidad defensiva... Y derrota, que parece que empieza a convertirse en la tónica más habitual de este Osasuna.

La lluvia: incómodo protagonista

Los tópicos y estereotipos de siempre decían que Osasuna era un equipo que se movía bien en condiciones atmosféricas adversas. La lluvia, el frío, un campo en mal estado, eran aliados de los rojillos tiempo atrás, allá por Primera División, cuando un equipo humilde combatía a los grandes con todo lo que tenía a su alcance, incluso, el tiempo. Pero el cuadro navarro no se ha adaptado bien a su condición de gallito en la categoría de plata. Esa teórica obligación de salir al césped como favorito y con la necesidad de controlar y dominar el esférico le ha salido rana al equipo de Pamplona. Nunca ha sido así y ahora, de golpe y porrazo, no puede ser algo que cambie de la noche a la mañana. Osasuna no está acostumbrado a hacer ese tipo de fútbol y si encima el campo está lento y pesado —como consecuencia de las lluvias torrenciales que esta tarde caían sobre Miranda del Ebro— y los espacios quedan reducidos a su mínima expresión por las dimensiones del estadio, el objetivo se antoja todavía más complicado.

Urban repitió el once que empató contra el Girona

Y con esas, saltó Osasuna al verde —amarronado—. Lo hacía con el mismo once que puso en apuros la semana pasada al colíder Girona, con Sisi en la lateral zurdo, Vujadinovic en el centro de la zaga y Ansarifard en alguna zona del campo todavía por determinar. Enfrente estaba el Mirandés, contrapunto del equipo navarro. Los hombres de Carlos Terrazas acumulaban antes de comenzar la jornada cuatro partidos consecutivos sin perder y sin encajar ningún gol; los rojillos, en cambio, poseían la estadística opuesta: cuatro semanas sin conocer la victoria y sin ni siquiera celebrar un tanto. Y las estadísticas están para romperse, pero ya, si eso, otro día.

Tras unos primeros minutos de probaturas y asentamiento en el campo de ambos conjuntos, a los ocho minutos de partido aproximadamente, Osasuna tomó la posesión del esférico y las riendas del partido. Antes, Urko Vera, en el cuatro, ya había avisado de las intenciones del equipo anfitrión: jugada por la banda de Jordi Pablo y centro raso para el delantero vasco que acababa en las manos de un bien posicionado Roberto Santamaría. Y es que el canterano del Athletic de Bilbao fue el hombre más destacado del equipo burgalés. Colocado estratégicamente entre los dos centrales, apenas unas jugadas más tarde repetiría oportunidad: nuevo balón de Jordi para Urko dentro del área y remate al cuerpo del meta rojillo. Incisivo, listo, pero sin puntería.

Más de mil aficionados rojillos en las gradas de Anduva

El paso de los minutos fue dando la razón al equipo local. Osasuna tenía la pelota, pero su ritmo pesado y cansino ni inquietaba lo más mínimo a los castellanos, que defendían sin más alardes que un buen posicionamiento táctico sobre el terreno de juego y salían rápidos y directos con la pelota a campo contrario cuando recuperaban la posición —algo que sucedía a menudo en campo navarro—. La obsesión rojilla por sacar la pelota jugada desde atrás estuvo a punto de costar algún disgusto entre los más de mil aficionados navarros que se desplazaron, contra el frío y la lluvia, hasta Miranda. Nekounam y Loé, como si fueran principiantes, protagonizaron pérdidas que, de no ser por la escasa confianza de Urko Vera en su regate, podrían haber creado situaciones de peligro para el área rojilla.

Aún así, el guión no cambiaba. Con muy poquito, los hombres de Carlos Terrazas se acercaban sobre el marco de Santamaría —el mejor de los visitantes, con mucha diferencia—. En el minuto 16, Álex García probaba al meta pamplonica con un disparo seco desde el lateral del área que acababa en córner; y en el 23, San Fermín —o alguna otra deidad suprema— salvaba a los de Urban. Santamaría repelía con reflejos felinos un remate de Caneda a la salida de un saque de esquina. A bocajarro, desde el área pequeña y abajo, el canterano consiguió evitar el gol local y, en el rechace, Álex, también a un metro de la línea, se topaba de nuevo con el cancerbero navarro.

A Osasuna le costaba mucho tener continuidad, prácticamente no pasaba del centro del campo y, aunque los locales no brillaban por su triangulación de la pelota, el Mirandés hacía temblar a los defensores rojillos en cada internada por banda. En el minuto 31, un voleón espectacular de Igor Martínez desde la frontal según caía obligó a Santamaría a hacer la estirada de la tarde y, antes del descanto, Urko volvió a dejar patente que el portero era el único de Osasuna metido de lleno en el partido con un cabezazo abajo que blocó muy seguro el guardameta rojillo.

El tiempo dejó de ser excusa

El partido estaba siendo de esos encuentros que al aficionado externo le hacen replantearse su afición por el fútbol. Y, en la segunda parte, no defraudó —con el guión previsto, claro—.  Hubo que esperar casi diez minutos a la primera jugada de peligro; entretanto, patadones a seguir y fut-tenis improvisado con la medular como red. Fue una falta botada por Jordi Pablo al segundo palo y prolongada por Caneda al primero la que calentó de nuevo al público de Anduva. Urko Vera, el killer del Mirandés, no llegó por centímetros. Era el minuto 53 y, aunque parezca increíble, aparte de un cambio —el de Fran Carnicer, exrojillo, por Juanjo— y un timidísimo intento de Osasuna por recuperar el mando del partido, no hubo nada reseñable hasta pasados otros diez minutos. Y casi mejor para Osasuna que el partido hubiera continuado por esos derroteros.

Un balón aparentemente sin peligro en línea de fondo para Igor Martínez terminaba en un centro al corazón del área que sería fatal para los intereses de Osasuna. ¿Y quién habita allí? Urko Vera, situado estratégicamente entre los dos centrales. Allí controló con la cabeza y la pegó sin miramientos en una jugada marca de la casa. Nada pudo hacer Santamaría, que veía como el mal posicionamiento de su zaga echaba por tierra una actuación memorable. Era el minuto 65 y Urko, sus compañeros y el banquillo del Mirandés hacían piña en el banderín de córner; era el 1-0.

El colegiado no señaló un penalti de libro sobre Cedric en el 85

Y con casi media hora por delante, Urban intentó reaccionar. Ansarifard tuvo su primera jugada destacada del partido en la carrerita que se pegó hacia la banda para dejar paso a Mikel Merino. Pero ni siquiera la entrada del descarado canterano pudo cambiar a un equipo sin alma. Él fue el único que, con un cabezazo —o algo así—, hizo despertar a Razak de su letargo. Y es que, ni tras el gol, Osasuna dispuso hago sobre el terreno de nuevo que no fueran dudas y desesperación. Por no ser no era ni un quiero y no puedo —pues para querer, hay que intentarlo—. Una vez más hay que hacer una salvedad: Cedric entró por Kodro en el 68 y el africano a punto estuvo de salvar un punto para los rojillos. No fue en una ocasión, sino en una internada al área en la que acabó siendo derribado por dos jugadores locales. La repetición dejaba claro que había contacto e, incluso en directo, no había demasiado lugar para la incertidumbre. El penalti era clamoroso (min. 85), pero en lugar de eso, lo que interpretó Pizarro Gómez  —a un metro de la jugada— fue piscinazo del jugador nigeriano, que, por supuesto, se llevó la consiguiente cartulina amarilla.

Para entonces, de Osasuna solo quedaban mil aficionados dejándose la garganta en uno de los graderíos del humilde Municipal de Anduva. Ellos fueron los mejores de un equipo que cada día los merece menos. Y es que ya se acaban las excusas. Osasuna da miedo, auténtico pánico. Lo que nadie creía posible ya es una realidad. Que nadie cometa el error de volver a hablar de Playoff o de ascenso. Hoy por hoy, esa no es la lucha. Los rojillos pelearán —o para eso les pagan— por evitar el descenso; un descenso que, ligado a la tremenda crisis económica e institucional que vive el equipo de El Sadar, podría ser catastrófico, por no decir definitivo.