Quién iba a pensar que un supuesto hombre rápido como Alaphilippe, prometedor y de gran calidad, sí, pero no escalador. Quién iba a pensar que iba a alcanzar la gloria a 1278 metros de altura. En el Monte Baldy, en las Montañas de San Gabriel. En realidad, tras aquel 16 de mayo de 2015 renombrado. El Monte Julien. Julien Alapahilippe conseguía en su cima, tras exhibirse, su primera y única victoria en 2015, un año sin demasiados éxitos pero con un salto brutal, hacia el estrellato.

No cesaba de subir la carretera. Sky imponía su treno en tres subidas enlazadas, intercaladas con descansos. Prácticamente la mitad de la etapa se hacía en subida. Pero la ascensión definitiva, oficial, tenía 8 kilómetros con un desnivel medio el 8,1%. Duro, nada que envidiar a los altos del Giro de Italia, que se disputaba de forma contemporanea.

El ritmo de Boswell dejaba en cinco el grupo de cabeza, a falta de seis kilómetros. Henao, uno de los favoritos, lanzaba su ataque. Anunciado estaba. Pero a su rueda de solapó un jovenzuelo vestido de blanco, de blanco vivaz, juvenil, puro... pero el maillot de Etixx-Quick Step. Era él, era Alaphilippe. El mismo chavalito que había tuteado a Valverde en las Ardenas. Sin ser un escalador, había aguantado y se iba a la rueda de un escarabajo, de Sergio Henao. Y sin pensarlo dos veces, con ese blanco vivaz, juvenil y puro del que hablábamos, contraatacaba.

Alaphilippe, sobrado

Estaba valiente, qué narices, lo es. Un valiente del nuevo ciclismo. Henao volvía a su rueda tras otra contraréplica. Y allá que se iban. Colombiano y francés, Sky y Etixx, Henao y Alaphilippe. El ritmo se volvía endemoniado. De nuevo Henao estaba agitando el árbol, un arbol del que solo dos hombres aprovechaban su sombra. Pero nuestro protagonista volvía a salir a su rueda, con aparente facilidad, ante la incredulidad de comentaristas y aficionados. Miradas hacia atrás. Alaphilippe parecía buscarse a sí mismo unos cuantos kilómetros antes, cuando, al amparo del líder, Peter Sagan, parecía que iba con lo justo. Quiso dejar atrás eso. Iba sobrado.

Lo tenía todo controla, quiso lucirse y, a falta de cuatro kilómetros para el final, en la parte más dura de la ascensión, cuando el plano de la cámara era más vertical que horizonal, casi. Ahí pegó el arreón ante el que nada pudo hacer Henao, desfondado. No miró atrás, cabalgó hacia arriba, hacia el cielo. Él solo, junto a su bicicileta. Él solo, junto a su respiración. Él solo, junto al silencio de la montaña, enmascarado tras el griterío del gentío agolpado en el puerto.

En segundos, la distancia no era grande. 10-15 segundos. No más. Pero en esas pendientes... cada centésima es un mundo. Superó las 'zetas' de la ascensión. Se ponía de pie, se impulsaba, un impulso tan potente que le permitía echar una ojeada hacia atrás y apenas desestabilizarse. Lanzaba la bicicleta con potencia, con fuerza... mientras Henao estaba lejos, muy lejos. Como un inmortal siguió con su ascensión.

Ancho de hombros, manos en los extremos del manillar, soportando la fuerza sobre su tren superior, con las piernas ya fundidas, entró en el último kilómetro, de asfalto roto. Apuró cada segundo, no quiso celebrar nada antes de cruzar la raya blanca de gloria, cada centésima era buena para discutirle la general a Peter Sagan, que aguantaba como podía en aquella dura ascensión. Pero al fin, al superar la meta, rompió de emoción y alegría. Había conquistado la cima de California y había conquistado el corazón de todos aquellos aficionados al ciclismo que vibraron con aquel joven y 'desconocido' para muchos Julien Alaphilippe.