Llevamos toda la semana, a falta de fútbol, ventilada la temporada con la final de la Champions, discutiendo sobre chiflidos de la final de la Copa del Rey. Silbar era para mi en el colegio algo más difícil que comprender qué narices era un mol en Química, que menos la hora del recreo, con bocata de chorizo de Pamplona incluido, lo era todo, incluso quizás, con alguna nueva investigación arriesgada, novedosa, creativa que llaman ahora, a lo mejor también lo es. No te fíes de las certezas, siempre terminan por rompértelas todas. Casi todos sabemos silbar con un sonido delicado, vale, y yo el primero, pero lo que se llama meter un silbido poniendo los dedos dentro de la boca de una forma imposible, desconocida, nunca lo he conseguido. Silbar es para elegidos. Yo sólo soy un regional preferente del silbido.

Dejando a un lado la Física, me voy a centrar en el simbolismo del hecho. ¿De dónde vienen los símbolos? ¿Quién decide? ¿Hay o hubo una comisión de sabios que tras deliberaciones sesudas sentaron las bases de nuestra civilización simbólica? Silbar malo, aplaudir bueno. Suspirar bueno, abuchear malo. El dedo así muy malo, incluso te juegas que te partan la cara y el dedo así deja a todo el mundo contento, bueno, muy bueno. En estos momento me llevo mi dedo índice a la sien frente al espejo, dedicándome un giro como de tornillo. Es lo que tiene ponerse a escribir de lo primero que pillas, que más que certezas te salen preguntas. O vuelve pronto el fútbol o terminaremos algunos, por hacer tiempo, preguntándonos qué fue primero el huevo del fuera de juego o el gallina del juez de línea. El pollo seguro que no es, que ése siempre surge tras la aparición en escena de alguno de los dos anteriores. El pollo siempre está en la grada.

Ya está. Lo tengo. Yo creo que el truco sería decir que unos silbidos son para tapar otros silbidos. Así todo el mundo tiene la razón, nos desahogamos con la explicación en bucle que queramos, que igual sirve para un roto que para un descosido, y vayamos al lío del partido, a lo real, que para eso nos reunimos frente a un rectángulo de hierba.

¿Y si son silbidos preventivos? Toda hipótesis cabe. “Bah, en realidad no quería ganarla, era por quitarle importancia antes de que el óbito sucediera y me alcanzara como un rayo” Puede que digan. O quizás, algo así como esos concursantes que cuando lo pierden todo en la televisión, se plantan con los ojos acristalados y temblones frente a la cámara, para decirnos la sobada soflama que pasa de generación en generación de perdedores: No pasa nada, no pasa nada. Claro que pasa, hombre, claro que pasa... cómo no va a pasar. Reconózcalo, por Dios, no se haga el duro, le damos un par de palmadas en el hombro, fingimos que nos importa su pesar, y se va a su casa. Como yo me fui a casa de pequeño cuando mi entrenador me comunicó que debía dejar mi equipo de toda la vida por lo malo que era.

A ver si llega pronto la final y nos dejamos de divagar sobre tirios y troyanos para hacer como que el fútbol no nos importa. Fútbol, ¿eso qué es? Nada, inconsciente, nada. Es una película polaca subtitulada que espero como el escritor que espera un párrafo perfecto, pero que hasta el verano no se estrena. Ya te iré comentando, ya. Yo también soy un intelectual, ¿qué te creías? Tengo preparada mi mejor libreta para tomar las mejores notas del mundo, que ruede el balón ya, que nos olvidemos de toda la semana y que gane el mejor.