El domingo pasado, a orillas del río Sadar, todo fue volver. El club, en previsión de semejante volumen regresión, decidió innovar y, por primera vez en quién sabe cuánto tiempo, tuvo un detalle con sus aficionados, a los que regaló bufandas con el lema “quiero volver, Itzuli nahi dut”. Las muecas de los aficionados atravesando los vomitorios preguntándose si era cierto que el club les estaba regalando algo quedan para la historia. Pero el lema era acertadísimo.

El detonador de todo el tinglado era el retorno de la mascota del equipo, apartada en su día por supuesta falta de glamour por un expresidente que ahora tiene que dar cuenta de presuntos movimientos oscuros y poco decorosos, quizás sobrados de glamour pero faltos de ética y legalidad. Volvía, para deleite del respetable, un Rojillo más enérgico que nunca, tras aguantar 14 años entre escombros, y, por qué no decirlo, tras haber seguido una dieta estricta y pasar por el quirófano para hacerse la estética. Si por alguna de las casualidades de la vida Mickey Rourke fuera aficionado al fútbol, y más en concreto, seguidor de Osasuna, a buen seguro agradeció entre lágrimas el homenaje. En todo caso, no parece muy acertado que ahora que las chicas curvy y los fofisanos por fin estén de moda, Rojillo se ponga fino. Tal vez sea la hora de volver a los almuerzos saturados de colesterol que tanto debían gustar al viejo Rojillo.

"El Sadar ha vuelto a ser ese estadio incandescente, incapaz de esconder sus ademanes británicos"

El estadio de El Sadar, engalanado con la ropa de los domingos, volvió a colgar, casi dos años después, el cartel de “no hay billetes” y entonó de nuevo el Riau-Riau, que sonó como en la grandes ocasiones. La afición navarra ya es consciente de que el ascenso es posible y va a apretar para conseguirlo. No es una buena noticia para el resto de contendientes. El estadio ha vuelto a ser ese estadio incandescente, incapaz de esconder sus ademanes británicos, que se enciende con cada corner, y al que los equipos llegan con la única esperanza de sobrevivir al ciclón que se les viene para arrancar, si hay suerte, un punto harapiento y heroico.

Ya sobre el césped, volvió la defensa de cinco al esquema rojillo, y la cascada de ocasiones locales en los primeros 20 minutos, seña de identidad histórica de un club caracterizado por mandar a la lona al equipo visitante antes incluso de que este se dé cuenta de que ni si quiera lleva puestos los guantes. Volvió a pitar en el feudo navarro un árbitro más bien casero, por lo que no sería de extrañar que Iker Jiménez, vitoriano para más inri, se pusiera investigar el caso. Nauzet transmitió, una vez más, inseguridad y nerviosismo cada vez que tuvo la ocasión. La defensa repitió tanto las puntuales lagunas de concentración habituales como el derroche de esfuerzo para compensarlas. Como viene siendo costumbre, Mikel Merino gobernó el choque desde la elegancia y Berenguer volvió a ser el jugador vertical del que el lateral rival ya no se olvida jamás. Torres exhibió de nuevo su versión de futbolista diferencial, de los que valen ellos solos un puesto en el play-off, y el partido lo desequilibró Miguel de las Cuevas, sembrando la sensación de déjà vu en la afición local. Volvió a fallar lo inenarrable Urko Vera, para más tarde reencontrarse con el gol, al igual que Nino, que volvía a la titularidad y que acreditó una vez más por qué es el goleador de plata por antonomasia. Volvió la clásica tarjeta de Olavide, abonado a la amonestación cada vez que sale en los minutos finales pasado de revoluciones. Se pudo cerrar la mañana empatando o ganando el gol average a un rival directo como el Alavés, pero todo no se le pudo, entre otras cosas porque el míster navarro, quién diría que fue atacante, estaba más pendiente de no encajar que de ampliar la renta.

Martín le ganó la partida a Bordalás y despúes mostró su cara menos amable

Martín le ganó la partida claramente a Bordalás, ya que los locales pasaron por encima de los alaveses, tanto en igualdad numérica como en superioridad, a pesar del tanto babazorro inicial. Sin embargo, la bruja de Campanas se empeñó en borrar con el codo lo que había escrito con la mano. Al menos en lo que a imagen se refiere. Se vio, y no es la primera vez, la cara menos amable de Martín, que perdió las formas en repetidas reprimendas a Kodro, y sobre todo a Pučko, al que llegó a agarrar de la camiseta para poder gritarle más cerca de la cara. Tal vez Martín no se diera cuenta de que aquello era algo totalmente desproporcionado y que desde fuera se podía ver como algo que se parecía mucho a una humillación pública. O tal vez sí. O quizás, como buen coach, al de Campanas lo que hizo el domingo le parece una buena forma de motivar a un futbolista. O tal vez, lo que sucedió fue que el coach no pudo controlarse, porque no supo, e igual con el coaching acaba pasando como con la homeopatía y dentro de unos años quienes hoy lo defienden y promulgan nos cuentan que tan solo era humo envuelto en palabras atractivas, vendido a precio de caviar. Quién sabe. Lo que no estaría de más, sería que Martín explicara por qué se empeña en dar oportunidades en el campo a futbolistas a los que nada más entrar en el rectángulo de juego pone a caer de un burro, mientras tiene sentados a otros con los que no se ha desesperado cuando les ha tocado jugar.

En definitiva, Osasuna volvió a ganar un partido que empezó perdiendo, acontecimiento este poco habitual últimamente, y volvieron a pasar muchas cosas que ya habían pasado alguna vez, porque el fútbol, como la vida, es un ciclo infinito. Y Osasuna vuelve a estar en ese punto del ciclo en el que todo es ilusión y esperanza. Hace muy poco, el club rojillo asistió impasible a su propio funeral, como si aquello no fuera del todo con él, y tan solo salió del ataúd cuando ya le empezaban a cubrir con paladas de tierra, gracias a un par de cabezazos que partieron el cajón, y de paso los corazones de alguna provincia norteña. Nadie puede volver a ser el mismo después de semejante vivencia, no al menos por un tiempo. Dio la sensación de que Osasuna iba a vivir desde entonces con la vista puesta en tratar de enmendar los errores del pasado y tratando de no cometerlos de nuevo, como si se llamara Earl J. Hickey. Pero no conviene mezclar ficción con realidad. Ahí está, como ejemplo evidente, la transparencia mostrada por la directiva rojilla.

"Yo sé perder, yo sé perder, quiero volver, volver"

Hoy Osasuna es un equipo fácilmente identificable, que se parece cada vez más al que fue antes de perder la cabeza. Tiene un entrenador de la casa, mayoría de canteranos en el once, carece de complejos para encerrarse atrás y esperar a salir a la contra, y en punta posiciona un delantero alto a quien poder mandarle ladrillos si es menester. Ha hecho de la necesidad virtud, y está en ese momento en el que es humilde de nuevo y ya no trata a propios y extraños con desdén de nuevo rico. Es difícil no emocionarse, pero la historia está condenada a repetirse y esto tiene dos lecturas, una positiva y otra negativa. La negativa es que, antes o después, se volverán a cometer los mismos errores del pasado. Los tiempos de derrochar, de codearse con plutócratas sin escrúpulos y de vivir por encima de las posibilidades fichando Cejudos y Portillos volverán. Hay algo demasiado tentador y humano en tropezar, cogerle cariño a la piedra y volver a tropezar con ella una y otra vez. Como volver a bailar el Saturday night, ponerse pantalones de campana, regresar de madrugada a algún antro al que se juró no volver, o, incluso, creerse un club que militará casi por decreto en Primera División y cuyos fondos nunca se agotarán, se haga lo que se haga con ellos. La lectura positiva es que cuando el club vuelva a caer en el despilfarro y la arrogancia, y ese día llegará, tendrá detrás una afición escarmentada, tal vez lo suficiente como para denunciarlo e intentar frenarlo, y que, aunque no lo consiga, cuando el club vuelva a estar en ruinas, ayudará a levantarlo de nuevo para regresar,como poco, al punto en el que está hoy. Por eso se echó de menos que en la reaparición de Rojillo, este hubiera salido del contenedor acompañado por media docena de mariachis cantando los últimos versos de la canción de Vicente Fernández: “yo sé perder, yo sé perder, quiero volver, volver, volver”.