En las próximas jornadas, las próximas semanas, los próximos meses, se juegan su futuro una de las figuras más volátiles y con menor grado de esperanza de vida media y durabilidad del fútbol profesional. Para ellos la gloria es una estancia que apenas pueden vislumbrar bajo el dintel del siguiente resultado, es un estado no permitido y tan efímero  que se diluye vertiginosamente en la memoria de pompa de jabón del rodar de la pelota. El aficionado y la maquinaria del fútbol, siempre sedientos de la sangre de un culpable, tienen siempre a bien la ejecución pública del entrenador, perfecto escudo humano que utiliza el presidente para salvaguardar su propia cabeza. Ahora que se acercan tiempos de pasión, se pone de evidente manifiesto la necesidad del mundo de encontrar culpables capaces de expiar las culpas. Los presidentes, directivos y dueños, figuras reincidentes en el arte del intrusismo profesional, hacen uso del comodín de su baraja entregándolos a la plebe sin sombra de compasión. Lavándose sus manos manchadas por decisiones equivocadas en una pila pública, que acaba convirtiéndose en pira pública del entrenador de turno, siempre reo de los resultados.

Aunque pueda parecer una visión demasiado trágica y desproporcionada de la citada profesión, la metáfora es certera, al menos en cuanto a la función profiláctica de la figura profesional del entrenador de fútbol. No en vano se erigen en la coartada perfecta para no asumir responsabilidades, pues el cese del técnico, la entrega de la cabeza de su paladín es moneda común en la expiación del error del nuevo rico. En las esquelas del fracaso siempre se redacta el mismo nombre, indefectiblemente se toman las medidas para el traje de madera del técnico. Por tanto es un hecho constatable, que en los vectores geométricos de un campo de fútbol, el entrenador siempre es el finado. El entrenador de fútbol siempre es el muerto en el entierro, pero difícilmente podrá ser el novio en una boda. Aunque no se le pueden restar cuotas de responsabilidad, su sustitución suele suministrar el estramonio necesario para solapar otras responsabilidades, especialmente las del directivo, que en lugar de contratar a un ingeniero de caminos, contrata a un artillero especialista en demolición. En esencia es la representación de la vieja farsa, el estampido de la noticia del cese sirve de ungüento balsámico para todos, especialmente para aquellos jugadores que de repente salen de su estado de depresión para abrazarse a un nuevo estado de felicidad antes no conocido. Se solventan de esta forma grandes cuotas de responsabilidad solapadas, atribuidas erróneamente al finado de los resultados.

Curioso el desequilibrado e injusto reparto de los grados de responsabilidad, que en el caso del entrenador siempre viene condicionado por el difuso o nulo grado de autocrítica de los dueños del fútbol: los presidentes y los futbolistas. El oficio de entrenador es una profesión de alto riesgo en el rodar de una pelota, por ello es de capital importancia minimizar el porcentaje de error consensuando con los profesionales el perfil del técnico que precisa una plantilla para poder desarrollar y ofrecer un rendimiento óptimo. En el amplio universo de los entrenadores son diversos los perfiles técnicos existentes sobre los que depositar el talento y la profesionalidad del grupo de jugadores que constituyen verdaderamente el pilar fundamental de un equipo de fútbol.

Perfiles técnicos, conceptos de juego

En el muestrario de la escuela de entrenadores se pueden encontrar todas las expresiones del juego, todas las filosofías. En cierta medida un equipo es el reflejo de una idea y con matices responde a la propuesta técnico táctica de su entrenador, aunque en esto del fútbol el gol es lo único matemático que existe. Por ello habría que desconfiar de la estirpe de entrenadores  matemáticos, esclavos de una pizarra tan estática que les salta en mil pedazos cuando el balón comienza a rodar, pues ese estatismo visual se volatiliza cuando los futbolistas comienzan a moverse. Tampoco sería bueno apostar todo o nada a la estirpe de entrenadores geométricos, aquellos que depositan absolutamente todo o nada la esfericidad de la pelota, pues en ese ejercicio de reduccionismo geo estético se olvidan del crucial vector perpendicular del futbolista. De la misma forma es contraproducente depositar a ciegas el destino de un equipo en el perfil de un entrenador psicólogo, pues por mucho que los futbolistas posean un estado óptimo de motivación, si son unos tuercebotas y no saben ubicarse en el campo, jamás serán competitivos.

El fútbol es quizás mucho más sencillo que todo lo expuesto, pero la imperiosa necesidad del resultado, su imparable conversión en puro negocio ha derivado en un juego mucho más maquiavélico y complicado. En esencia siempre se redujo al sistema binario, a los ceros y unos, a dos estilos de juego, dos tipos de entrenadores. A los que dan mucho más valor a guardar el cero del casillero y a los que piensan en la posibilidad de asaltarlo para convertir el guarismo en uno. En la diatriba de la elección se suele valorar que es sumamente importante saber decantarse por un entrenador estrella o un técnico de perfil bajo, uno de bota militar o zapatillas de puntas, un entrenador pedagogo o motivador, de cantera o talonario, de chándal o traje de chaqueta, de rondo o trabajo sin balón, de táctica o técnica…

El fútbol está en los pies de la ilusión y en las manos de los sembradores de estrellas

Lo único cierto es que en un terreno de juego no existe verdad absoluta, existe la adecuada aplicación de una idea y fórmula para ganar, con la salvedad de que algunas pueden ser más estéticas que otras. El mejor entrenador, suele ser aquel que sabe manejar con mayor sapiencia el compendio de todas las variables del fútbol. El profesional adecuado, con el conocimiento y la personalidad suficiente como para no dejarse manejar por agentes externos, para reconocer la filosofía histórica del club al que dirige, los mimbres y carencias que tiene en su plantilla. A partir de ahí desarrollar una idea de juego, con la certeza de que el fútbol siempre fue de los futbolistas, aunque desgraciadamente este cada vez más en manos de los nuevos ricos. Sería por ello importante que estos señores de billetera rápida, corazón de ladrillo y petrodólar, comprendieran de una vez por todas, que sus máquinas de hacer dinero no están realmente en sus manos, sino en los pies de la ilusión y en las manos de los entrenadores anónimos, sembradores de estrellas, que reconocen en el niño que juega al futbolista que hace volar en mil pedazos la táctica. La curiosa paradoja de un fútbol en el que la única verdad absoluta es que siempre acaban rodando las mismas cabezas por el verde patíbulo.