Resulta muy tópico hablar de las rachas en el fútbol, parece casi una excusa mala que sale a la palestra cuando un equipo acumula una serie de resultados negativos seguidos. Sin embargo, cada vez es más claro que en este deporte las dinámicas tienen una influencia tremendamente alta, y el Villarreal lleva seis partidos sirviendo de ejemplo perfecto para demostrar este pensamiento.

Un mal inicio rápidamente superado

Los de Fran Escribá han firmado un principio de temporada muy bueno, más si se tienen en cuenta las turbulentas condiciones en las que el club encaró los primeros partidos. Ese peaje se pagó en agosto, con la eliminación de la fase previa de la UEFA Champions League y dos empates en las dos primeras jornadas ligueras. No obstante, la reacción no se hizo esperar y los buenos resultados llegaron para quedarse. Uno tras otro, pasaban los duelos y los groguets siempre terminaban en pie, hasta el punto de llegar a formar parte del tridente de conjuntos que no habían caído en ninguna jornada de la recién bautizada Liga Santander. Nueve partidos de Liga y tres de Europa League sin conocer la derrota fue el hito conseguido.

Comienza el calvario 'euro-vasco'

Pero nada dura para siempre y era un ritmo muy difícil de mantener, así que el Eibar se encargó de recordar a los castellonenses que el norte de España tiene dos características que todo el mundo conoce: hace mucho frío y es extremadamente complicado sacar puntos de sus estadios. Ipurúa propinaba un golpe de realidad a una plantilla que estaba demasiado ilusionada como para aceptar con rapidez una situación adversa. Era la jornada número 10 y, con ella, se cerraba un mes de octubre en el que el Villarreal había brillado mucho.

Los jugadores del Eibar celebran el gol de la victoria frente al Villarreal. Imagen: Ángel Ezkurra (VAVEL)

A partir de entonces, y sin contar el partido del pasado miércoles de Copa del Rey, solo hemos visto salir victoriosos a los amarillos en una ocasión. El resto: tres derrotas y un empate. El varapalo eibarrés se vio acentuado por la ruptura de uno de los mantras que más seguridad daban tanto al equipo como a la afición; el Osmanlispor vino desde Turquía para demostrar que es posible ganar en El Madrigal.

Cuando la confianza está por los suelos, existen pocas cosas que te hagan estar por encima de tu rival, y una de ellas es que ellos la tengan más baja aún. Este fue el caso del Betis, que visitó la escena del crimen solo tres días después y maquilló un poco las cosas con su extremada falta de convencimiento. 2-0 en casa y victoria que supuso un oasis en un desierto de despropósitos futbolísticos.

Los jugadores del Osmanlispor celebran el gol de la victoria en El Madrigal. Imagen: PhotoSilver (VAVEL)

Tocaba volver a la realidad, que mostraba su cara más despiadada. Siete días por delante en los que se enfrentarían a Athletic de Bilbao, Zúrich y Deportivo Alavés, o lo que es lo mismo, dos equipos vascos y un partido de Europa League: malos recuerdos demasiado recientes. El saldo resultante fueron dos derrotas que tiraban por tierra mucho de lo conseguido en Liga durante diez jornadas y un empate que ponía una tensión innecesaria al último partido de la fase de grupos de la UEFA Europa League.

Así llegamos a Butarque, un estadio que vive una situación que hundiría a cualquiera, pero que a ellos les resulta casi familiar, quizá por eso levantan tanta simpatía en todo el que se cruza en su camino. El Villarreal ha cogido impulso a costa de un humilde Toledo, que ha sufrido en sus carnes la obsoleta organización de la Copa del Rey, y parece decidido a salir a flote cuanto antes para poder seguir disfrutando de lo bonito que resulta navegar en la superficie; pero en Leganés están preparados e intentarán por todos los medios mantener al Submarino en el lugar para el que fue creado. 

Cartel con el que el Leganés recibe al Villarreal. Imagen: www.twitter.com/CDLeganes