Mirando la tabla clasificatoria y los números de Granada y Villarreal, puede parecer obvio que los aficionados que acudan al Estadio de la Cerámica este sábado verán –casi con toda seguridad- una victoria de los suyos. Sexto contra decimonoveno, 21 puntos de diferencia y 38 goles más en el balance total de anotados y recibidos ponen a los de Fran Escribá un peldaño por encima del equipo nazarí. Pero todo esto son solo números.

Nadie duda de que, al fin y al cabo, los resultados son todo lo que importa a la hora de conseguir títulos; no obstante, no son, ni mucho menos, decisivos en el camino que te lleva a esas metas. Existe un factor absolutamente fundamental en el fútbol, algo que no se ve, no se puede cuantificar, pero ejerce un papel clave en los pasos (partidos) indispensables para llegar a lograr los famosos objetivos deportivos: las tendencias.

Lucas Alcaraz, viendo a su equipo caer derrotado en el Bernabéu. Imagen: Daniel Nieto (VAVEL)

No hay que irse muy lejos en el tiempo para encontrar ejemplos de equipos que, sin destacar especialmente en nada –o incluso teniendo más fallos que aciertos-, han llegado a parecer invencibles. Las debilidades se antojan un lugar inaccesible para el rival, que incluso llegando a sacar ventaja de ellas, se ve derrotado en el resultado habiendo sido superior en todo lo demás. De la misma forma, cuando se está dentro de una racha negativa, parece que Murphy se ha abonado al club y ha implantado su ley. Hasta ese punto importan las tendencias.

El partido del sábado enfrentará a dos de las plantillas que peor han empezado este 2017, ambas inmersas en una espiral de malas actuaciones. El caso del Granada es bastante más preocupante, y es que lleva así desde que empezó la temporada –salvando algunos pequeños resortes de ilusión-. Dos derrotas y un empate para ellos en el año recién estrenado, que dejan una sensación muy parecida a la que vive el Submarino, con otras dos derrotas y tres empates. En estas situaciones, se pueden intentar muchas cosas desde la dirección técnica y las probaturas pueden ser infinitas hasta conseguir dar con la tecla; pero, mientras tanto, solo queda una cosa a la que agarrarse, aunque puede resultar bastante ingrata: hay que bajar al barro, pringarse con él y pelear. Sin pensar mucho en el plan ni en la táctica, tirando de corazón y de ganas; simplemente, pelear.