La Copa Libertadores es una competencia que viste a quien participa en ella. Históricamente, en Sudamérica, es el torneo por excelencia que suele definir de mejor manera a los equipos más importantes del continente cuando se trata de ‘grandeza’. Además, demuestra que la diferencia entre el fútbol europeo y el latinoamericano, poco o nada tiene de brecha, aún cuando la situación económica lejos está de ser equitativa.

Asistir al torneo más trascendente de clubes en el continente americano es un logro que bien debe ser aprovechado en México. En primera instancia, porque la Liga MX tiene la dicha de recibir una invitación para participar sin ser miembro de Conmebol; en segunda, porque su poder adquisitivo, aunado a su infraestructura y crecimiento sustancial en los últimos tiempos, realmente colocan a sus equipos como competidores dignos, sólo por debajo en nivel a Brasil y Argentina, completamente equilibrados con los uruguayos y chilenos e, incluso, arriba de otros, como los pertenecientes a Venezuela y Bolivia.

La joven participación mexicana en Sudamérica ya había dejado gratos sabores de boca. No obstante, apenas cuatro años después de jugar el torneo por primera vez, obtendría su primer punto de inflexión en uno de los momentos más emocionantes que el público mexicano haya sido capaz de ver en el pasado reciente, cuando se trata de fútbol.

Tras superar con facilidad el torneo Pre-Libertadores. Cruz Azul llegaba a su primera Copa con la encomienda de dejar tan buenas actuaciones como recién lo había logrado el semifinalista, América, un año antes. La Máquina Cementera, comandada por José Luis Trejo, accedía al Grupo 7 y daba inicio a una participación brillante en donde sería líder de su sector superando al São Caetano brasileño, al Defensor Sporting uruguayo y al Olmedo ecuatoriano.

La primera ronda de eliminación directa lo enfrentaría con Cerro Porteño de Paraguay, eliminándolos con facilidad. Posteriormente, ya en Cuartos de Final, River Plate parecía ser un rival más en forma y tampoco fue inconveniente, superándolo por tres tantos en el global, luego de golearlo en el Estadio Azteca con gran actuación de Juan Francisco Palencia. Llegó Rosario Central en semifinales y los Cementeros consumaban su acceso a la final, presumiendo ser el primer equipo mexicano en lograrlo en la joven historia con la que se contaba hasta ese momento.

Aunque la historia ya es bien conocida e, incluso, dada la cantidad de sucesos que ponen al Cruz Azul como finalista, suele no ser lo suficientemente valorada por algún sector cruzazulino, que con justa razón se siente ávido de títulos, pero el mérito de haber llegado a la Final de la Copa Libertadores 2001 ante Boca Juniors es uno que no cualquiera puede presumir.

Los Celestes llegaron a una final que emocionó a un país entero –aún sin necesariamente ser hincha del Cruz Azul– y confirmó con prontitud que México estaba listo para competir en los niveles más altos. Aquella ocasión, Boca no superó a Cruz Azul en el global. Ganó en el Estadio Azteca, lo cual tiene un mérito tremendo; pero, fue superado en La Bombonera, que recíprocamente le da un enorme mérito al cuadro mexicano y que, al mantenerlos igualados, sólo pudo definir la situación desde los once pasos, en un suceso que, sin necesariamente ser un volado como incorrectamente suelen decir algunos, sí demuestra que no hubo una superioridad sustancial de un club que, por palmarés y tradición, es uno de los más grandes de América.

Catorce años se cumplirán desde aquel papel histórico protagonizado por Cruz Azul. Un equipo que unió a todos los aficionados mexicanos de fútbol y que demostró que México tenía todo el potencial necesario para pelear con los mejores de América, siempre y cuando se lo proponga.