Los estadios de futbol típicamente se han situado en el corazón de las ciudades, puesto que goza de un reconocimiento unánime el hecho de que éstos pertenecen a la identidad de las mismas, es decir, son el corazón que bombea las emociones que la urbe necesita quincena a quincena (o semana a semana, si es el Estadio Azteca).

Fuera de este escenario ideal, tan tradicional desde la noche de los tiempos del balompié, con el estadio como parte del skyline de cualquier típica ciudad industrial inglesa, tenemos a los nuevos colosos, joyas de la arquitectura deportiva, pero que, en su modernidad, eficiencia y calidad, no pueden ser erigidos dentro de los perímetros urbanos, por lo que tienen que establecerse en las periferias, a veces, demasiado fuera como para que sean cómodos de visitar, de manera que ahí están, siendo una suerte de cuerpos extraños, como salidos de la nada en los descampados que rodean a las grandes ciudades.

Eso es lo que sucede, precisamente, con el Estadio Akron. Bajo la idea de que está lo suficientemente lejos de Guadalajara para que no valga tanto la pena asistir, tanto menos si los locales no llevan el paso que, según su afición, debería llevar siempre, y aún menos, si la visita no es de categoría estelar, el Guadalajara ha sufrido un mal de sobra conocido a 220 kilómetros de distancia, en la tierra de la gente buena: la falta de aforo. Y es que es mucho más sencillo ir a la colonia Independencia, virtualmente en el centro de la ciudad, que a las afueras de Zapopan.

El Necaxa, naturalmente, se sintió en casa, y no solo por la relativamente poca afición que se presentó (aunque mejoró perceptiblemente), sino porque ya quedó demostrado que el horario estelar del domingo le sienta bien. Llegar al medio tiempo con dos goles de ventaja da constancia de ello.

Un fenómeno interesante entre las ‘Chivas’ y los ‘Rayos’, respecto a las aficiones y los estadios, es que, en el Estadio Victoria, el club de ‘La Perla Tapatía’ goza de una condición de localía simplemente contundente: es de sobra conocido que Aguascalientes es una plaza con una presencia rojiblanca interesante, aunque, evidentemente, rojiblanca con vivos azules, no verdes, por lo tanto, siempre que las 'Chivas' visitan al Necaxa, llenan el estadio, mientras que, de manera inversa, quizá algunos nostálgicos incurables del jaliscazo de 1998 tengan lo suficiente para acudir en una suerte de peregrinación a la casa de las 'Chivas', solamente que dicha casa ya no es la misma en donde se logró la tercera estrella para los hidrocálidos.

Si la afición del Guadalajara no es tan afecta a cruzar un par de municipios para ver a su equipo, la del Necaxa iría al fin del mundo para ver al suyo, si la posibilidad existiera. Recordando la proverbial ubicuidad del necaxista, es más que claro que iban a estar presentes en Zapopan, pero si el juego hubiese sido en Tlajomulco, Tlaquepaque, Tonalá, cualquier otro municipio de la Zona Metropolitana de Guadalajara, de Jalisco o de México entero, no habría diferencia: ahí estarían.

El detalle en esta ocasión es que fue prácticamente imposible distinguir a la parcialidad electricista de la local. Un océano de franjas rojas y blancas. Pudieron ser la mitad de las personas que se dieron cita en el Akron, las que iban a ver al ‘Rayo’, y jamás lo sabremos, porque misteriosos son los caminos del futbol. El uniforme de visitante que lució el Necaxa esta tarde no termina de convencer, no parece que vaya a ser un éxito entre la afición, así que las probabilidades de ver manchones grises entre la alegría de los colores tradicionales del equipo, son más bien pocas.

Una visita provechosa, una satisfacción invaluable que, cómo no, constituye un tónico revitalizante para el equipo, el cuerpo técnico, la directiva y la afición. Sin embargo, esta vez no será un aliciente para estar de buenas en la semana, puesto que la jornada siguiente, la siete, será a media semana, cuando Necaxa reciba al Toluca, así que será una alegría de tres días, esperando que el equipo siga con la inercia ganadora que toda la hinchada rojiblanca esperaba y que, finalmente, está cayendo; quizá no de una forma espectacular, pero triunfos son triunfos.

El necaxismo celebra.