Un punto. Amargo, muy amargo para el Tudelano y tremendamente sabroso para los rojiblancos, pero, sea como fuere, dicho punto fue justo premio al merecimiento de unos y otros. La afición tudelana, que había gozado de una mañana de fútbol dominical idílica, enfiló el camino de los vomitorios absolutamente calada por el jarro de agua fría que supuso el tanto de Héctor. Dos puntos más que vuelan en la recta final del encuentro, y ya van...

Poco juego pudo verse sobre el impecable verde del Ciudad, pero eso no implica que no se viese fútbol, el duelo no perdió ni un ápice de interés a lo largo de los noventa (y fatídicos tres para los locales) minutos que duró. Entrega, lucha, disputa e intensidad, mucha intensidad; posiblemente sea esa la palabra que mejor describa lo vivido ayer en la capital ribera, y eso también es fútbol. Las ocasiones de gol fueron escasas. Apenas un par claras por cada conjunto, pero es que las concesiones fueron mínimas. Ninguno de los contrincantes pisó el freno hasta el final, y eso, para el Tudelano, resultó letal en la última curva.

El Atlético mostró capacidad de reacción, sin complejos. Estudió a su rival en la primera parte y a pesar de padecer sus puntos fuertes, se cercioró a conciencia de sus flaquezas para castigarlas después. Los de casa se dedicaron a achicar a lo largo de los segundos cuarenta y cinco y rehusaron el quemar naves en ataque puesto que el marcador ya le era favorable. Craso error, porque a los colchoneros aún les quedaba sangre en el cuerpo.

Bajo el sol de invierno

Así comenzó el partido, en una mañana agradable para la práctica del once contra once y con cierto ambiente en el cemento de Santa Quiteria. El Tudelano que se vió durante los primeros minutos bien se asemeja al astro rey en esta estación del año; ilumina, clarifica, pero no termina de calentar. Con el mono de trabajo y las botas puestas, los blanquinegros hiceron prácticamente todo bien pero sin llegar de inquietar del todo al Atleti.

Poco tiempo costó oir los primeros aplausos del graderío tudelano, pero los "uy" se hicieron esperar casi media hora. Avisaría primero el equipo local con una buena volea lejana de Álex Sánchez que se marchó desviada y contestó Atlético con un remate escorado de Nana que atajó Zaparaín. La brega y los balones colgados fueron una constante por parte de los locales ante el filial, que amén de la ocasión de Nana no dió muchas señales de vida más allá de la divisoria. Y de esa manera, rebasado ya el minuto 41 y tras un balón colgado al área, Reche golpeó el balón y Raúl, defensor atlético la mandaba sin querer al fondo de su propia meta.

Era lo que le faltaba hasta ese momento al equipo blanquillo, el gol, y lo conseguía en el mejor momento posible, dejando poco tiempo para una respuesta inmediata de los del Manzanares. Se llegó al descanso entre aplausos y cánticos de alegría, sobre todo en el lateral este del Ciudad de Tudela, con la gente satisfecha por lo presenciado hasta ese punto y con las espadas en todo lo alto, sabiendo que aún quedaba mucho por ver.

Viejos fantasmas

La vuelta tras el paso por los vestuarios supuso un cambio de rumbo para las dos escuadras. El Tudelano, más por cuenta propia que por el empuje atlético, fue retrasando paulatinamente su posición en el campo, cediendo metros y posesión a la iniciativa foránea. El conjunto dirigido por Santaelena no hizo ascos la invitación y sin llegar del todo a meter el miedo en el cuerpo albinegro, dió mejores sensaciones con el balón bajo control que sin él. Además, los cachorros madrileños no andaban precisamente escasos de fuerzas e hicieron valer su superioridad física. 

A medida que los minutos transcurrían, el tono del equipo de casa se fue oscureciendo y las malas experiencias ya vividas esta temporada sobrevolaron el antiguo Elola. El Tudelano se amedrentó a sí mismo y no supo poner la pausa necesaría para apuntalar el triunfo en la recta final. Como ya sucediese en el Cerro del Espino al comienzo de la primera vuelta, el Atlético devolvió a su oponente un potente "uppercut" sobre la campana para firmar las tablas, tal y como sufriese en sus propias carnes en aquella ocasión. En la última de las intentonas visitantes, y en un lance idéntico al que se había reproducido una y otra vez a lo largo de la segunda parte, la zaga blanquilla no acertó a cortar un balón llovido a su espalda y Héctor, que había entrado mediada la segunda mitad, puso velocidad, inteligencia y definición al servicio de la épica. Levantó el esférico para salvar la salida -poco acertada- de Zaparain y el balón se coló mansamente en la portería ribera ante la atónita mirada de los aficionados que aún permanecían allí para celebrar lo que se presumía como un nuevo y esperado triunfo de los suyos. Al final, reparto de puntos (duodécimo de la temporada para los de Mandiola) y oscuras nubes ya conocidas para terminar esa mañana que tan alegre había comenzado bajo el sol de invierno.